El único dirigente del PP no madrileño que ha apoyado explícitamente a Pablo Casado es Manuel Domínguez, alcalde de Los Realejos y presidente del Partido Popular de Canarias. Feijoo y Moreno Bonilla han sufrido sendos ataques de afonía, “Con Pablo Casado hasta La Moncloa”, ha dicho el bueno de Domínguez en un momento de vertiginosa lucidez. Lo que ocurre es que es muy disciplinado. Si nombraran a José Luis Moreno presidente del PP, incluso si nombraran a Monchito, ahí estaría Domínguez jaleando.
Los herederos han aniquilado la finca. Pedro Sánchez hizo algo parecido, pero al conseguir el poder gracias a una moción de censura y a la alianza con UP y las fuerzas independentistas, el PSOE pudo pagar el aborto de su transmutación en un aparato sanchistizado que ya ni cruje ni muge. Este PSOE es fuerte porque gobierna. Cuando pierda el poder implosionará. En el poder siempre puedes castigar, siempre puedes premiar, siempre puedes aniquilar o tolerar. Sin encaramarse en el Gobierno Sánchez quizás hubiera desaparecido ya dejando el PSOE como un camposanto. En la oposición, en cambio, todas las guerras abiertas son de supervivencia. Uno suele tener el poder estatutario y el control de la organización; el otro, los votos o el control de una administración pública. Lo peor del choque navajero entre Pablo Casado y Díaz Ayuso es que no cabe descartar que las acusaciones de ambas partes tengan una sólida base real. Casado hacía fotocopias en la FAES mientras convertía los masters universitarios en una rama de la literatura fantástica: un chico empático y entusiasta con las luces de un Ford Fiesta. Días Ayuso le llevaba la cuenta de twitter al perro de Esperanza Aguirre: era un encanto astuto y efervescente. Solo cabe felicitar al PP por sus métodos y procesos para la selección de sus élites. Y a Vox por este regalo que se le viene encima.
Lo prodigioso, en términos de estrategia de comunicación política, es que la presidenta de la Comunidad de Madrid haya admitido ayer – rápidamente y sin mayores precisiones – que su hermano cobró una comisión por un contrato de material sanitario por valor de 1.250.000 euros que Díaz Ayuso adjudicó por el procedimiento de urgencia en la fase más letal de la pandemia. El empresario beneficiado es amigo de los hermanos Díaz Ayuso desde la adolescencia. La presidenta sigue adelante en su perorata y salta de inmediato al asunto de la contratación de una agencia de detective para investigarla. Es realmente arriesgado lo que hace la aclamada señora: admisión con boquita pequeña y acto seguido cañonazo sobre la línea de flotación de Casado. Son viejos pero todavía eficaces trucos de tahúr. Todo hiede a sordidez, a falsedad y manipulación entre casadistas y ayusistas, pero es más que dudoso que ninguno de los dirigentes gane la pelea. Si les quedara un ápice de intuición política y algo de patriotismo de partido deberían admitir una tercera vía, que podría y hasta debería ser Núñez Feijoo, cuya autoridad política y territorial no cuestiona nadie.
Dudo mucho que lo hagan, sin embargo: se les obligará a un suicidio ritual en un caso o a embridar sus ambiciones en el otro. Están infectados de una ambición arrasadora y viven instalados como en un hotel de lujo en ese madrileñismo autista que actúa como si lo que ocurre fuera de la villa y Corte no existiera. Recuerdo que una vez conocí fugazmente a Días Ayuso (todo el mundo la llamaba Isa) en una convención, una interparlamentaria o algo así del PP celebrada en Madrid donde terminé arrastrado por un colega periodista. Todos los señores iban de chaqueta y corbata, con diminutos motorolas en los cinturones, y todas las señoras llevaban traje sastre, menos ella, ya reconocida pupila de Esperanza Aguirre. El encanto de Díaz Ayuso consiste en una gestualidad terrenal, en un descaro simpático y hedónico, en la naturalidad de una mentirosa que sabes que está mintiendo y ella sabe que lo sabes y sonríe con majeza e ironía. Estaba a punto de empezar la reunión y entonces le comentó a varias personas: “Esto es un rollo, vamos a tomarnos un vermú”. Y salieron a escape. Todavía le escuché una frase a bordo de una risa cascabelera: “El que regrese primero paga”. Lo suyo es cosa de familia.