El supuesto programa electoral del Partido Popular, supuestamente aprobado en una supuesta reunión de trabajo celebrada en Santiago de Compostela (sí: Santiago de Compostela era lo único real) es, alegremente, tal y como lo han definido algunos gerifaltes de la dulce marianista, un documento de intenciones. El país ha llegado a cinco millones de desempleados – en Canarias la tasa no baja del 29% de la población activa — y una nueva recesión toca a las puertas del infierno español, pero en la situación económica y social más grave vivida desde la posguerra la fuerza política que, según todas las encuestas, alcanzará una amplia mayoría absoluta el próximo día 20, solo presenta un documento de intenciones, grandes líneas programáticas, lo que usted quiera escuchar, estimado cliente de medio minuto, que es lo que usted tarda en tomar las papeletas en su colegio electoral e introducir la gaviota en la urna, y darnos el mayor poder político y territorial del que ha dispuesto un partido en España desde la aprobación dela Constitución.
Desde luego se trata de no asustar y de simular algún mohín ideológico. Menos impuestos para todos y al mismo tiempo apoyo presupuestario, créditos y subvenciones en el que no falte nadie. Leyendo con cierto detenimiento el documento de óptimas intenciones del PP uno sería incapaz de deducir la catastrófica situación del país y la amenaza de una crisis económica internacional que puede dinamitar todo un sistema financiero y derrumbar a la propia Unión Europea. Al parecer todo se reduce a la pésima gestión de un equipo ministerial conducido por un inútil. Un poco de trabajo, buena voluntad y constancia pondrán las cosas en orden bajo esa benemérita encarnación del sentido común que es Mariano Rajoy. Esa miserable imagen de una crisis tan aguda y compleja como la actual, es decir, la comparación de España con la casa limpia y recoleta de un registrador de la propiedad que gestionará con tino y prudencia su salario, con tres comidas sanas al día pero excluyendo sanamente las meriendas con grasas polisaturadas, resulta, política e intelectualmente, una estafa grotesca.
Al fondo de todas las precauciones para no ahuyentar ni un solo voto, al margen de la oscura defensa de un modelo social básicamente insolidario en una democracia cada día más hueca, sorda y ciega, se encuentra un hecho todavía más sencillo, elemental, obvio: la dirección del PP no tiene ni la más puñetera idea de cómo salir de esta.