La manifestación convocada bajo los lemas Toma la calle por la plataforma Democracia Real ya cosechó un éxito moderado, pero incontestable, en Santa Cruz de Tenerife, como en la mayor parte de las capitales españolas. Observé a varios cientos de manifestantes – en su inmensa mayoría gente de menos de treinta años – discurrir en un ambiente festivo y con algunos detalles curiosos: nada de partidos políticos o sindicatos, nada de cabeceras protocolarias y solo algunas, muy pocas banderas, entre ellas, la republicana. Cada grupúsculo o individuo se había traído su pancarta, escritas de cualquier modo en cartulinas, cartones, incluso en hojas de papel. Era la ceremonia de la manifestación tradicional, pero desinfectada de cualquier vestigio icónico o ritual que se refiriera al sistema político- representativo vigente. Convocada a través de la red y al margen de consignas de cualquier colectivo organizado en clave partidista o sindical ha sido un gesto de hartazgo muy salutífero de ciudadanos que no soportan más no solo la crisis económica, sino los mantras propagandísticos sobre la misma.
Está muy bien. Pese a mi provecta edad me hubiera unido a la manifestación si las responsabilidades del día me lo hubieran permitido. Pero bajo su novedad (más aparente que real) las manifestaciones del domingo siguen firmemente ancladas en su argumentario de clichés e inercias de una izquierda que sabe indignarse todavía, pero no sabe reencontrarse aun. Si uno consulta las propuesta del movimiento para la regeneración de nuestro sistema político y económico se encuentra con antiguallas tan conmovedoras como el reparto del trabajo “hasta conseguir que el desempleo descienda del 5%”, las ayudas de alquiler para jóvenes, las contrataciones a mansalva de profesores y médicos como fórmula para acabar con lo problemas de la educación y la sanidad pública, la financiación pública de la investigación científica y tecnológica para acabar con su dependencia (sic), la supresión del AVE y su sustitución por trenes, el aumento de los tipos impositivos a las grandes fortunas y consultas vinculantes “para todo tipo de medidas dictadas desde la Unión Europea”. En ningún lugar ha podido nadie examinar el desarrollo argumental y cuantitativo de estas medidas, entre naif y chanantes, aunque algunas eran entusiásticamente coreadas por los manifestantes.
“La protesta vale más que tu voto”. Hum. La protesta es imprescindible, pero la protesta no es un proyecto político, ni el voto una estupidez irrelevante y prescindible. Cambiar la papeleta por la manifa cada dos años no resulta un cambio histórico. La indignación no es suficiente, y elevarla a categoría de expresión política puede, incluso, convertirla en otro problema.
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