Llevo en el negocio un cuarto de siglo, pero es la primera vez que me ocurre. En una misma mañana se me han presentado cuatro clientes en el despacho para pedirme lo mismo. Y, por supuesto, he aceptado. La gente se queja constantemente del desempleo, la crisis económica y los salarios de mierda, pero después de los vendedores de chimeneas, los profesionales que peor lo estamos pasando en esta ciudad somos los detectives privados. Las dos terceras partes de los casos de un detective privado consisten en asuntos de cama. Infidelidades. Escándalos sexuales que no pueden eclosionar como escándalos y deben reducirse para siempre a chismes quizás molestos, pero inofensivos. Pues hasta eso se ha ido al infierno. Para el empresario arruinado, o a punto de arruinarse, los cuernos se convierten en la penúltima preocupación.
–En efecto, su mujer se la pega con el profesor particular de Matemáticas de su hija. Aquí tiene el informe y las fotos.
–Y qué más da, si no consigo que me pague el ayuntamiento, y el préstamo me vence dentro de quince días…
–Oiga, ¿dónde va? ¿Y las perras? ¿No le interesan las fotos?
–Mire, por mí como si mi mujer se lía con Manolo Artiles…
–Eeeh…Me parece improbable…
— ¿Improbable? ¿A mí? Lo que no me pase a mí…
Todo comenzó cuando entró en mi destartalado despacho, abierto en el barrio Duggi, una pareja compuesta por una señora y un caballero. A la dama me pareció reconocerla de un caso anterior. Efectivamente. Era Cristina Tavío. El individuo que la acompañaba, con una corbata criminal y un reloj de oro todavía más apabullante, me miró de arriba abajo, con un evidente disgusto.
–¿Me recuerda? – dijo Tavío con uno de esos extraños rictus entre la sonrisa y el shock anafiláctico.
–Perfectamente –respondí-. Y este caballero…
–Soy Manuel Fernández, secretario general del PP de Canarias, para servir a Soria y a usted.
— Me gusta la gente que tiene clara sus prioridades.
— No tenemos mucho tiempo. Estamos en precampaña electoral y en diez minutos Bermúdez inaugura una exhibición de porrones sin pitorro en Cuesta Piedra y debemos estar presentes. Necesitamos saber algo. Y lo necesitamos ya.
— Pues se ha equivocado con las prisas. Yo no soy la Enciclopedia Espasa Calpe.
–Necesitamos que averigüe usted una cosa muy concreta: ¿Santiago Pérez se presentará al Parlamento de Canarias?
— ¿Santiago Pérez? ¿Y les interesa a ustedes?
— Por supuesto –repuso Manuel Fernández -. Si se presenta Santiago Pérez, al frente del grupito ese de escindidos del PSOE, igual los socialistas pierden un diputado. Ya están cuesta abajo, pero el empujoncito de Pérez puede ayudar.
— Divide y vencerás.
— Es el eslogan que se está aplicando el PSOE en esta campaña – dijo Fernández con una inquietante risita de lémur.
— Son 200 euros diarios más gastos – apunté, manteniendo la mirada escandalizada de Tavío.
— ¿Doscientos euros diarios? Eso es una barbaridad…
— Cristina, Cristina, atiende las razones del caballero. Mire, si le consigo los doscientos euros de la Oficina de Campaña, ¿admitiría usted un 10% de comisión?
— Yo trabajo solo, yo cobro solo – advertí endureciendo aun más la mirada.
–De acuerdo – la señora Tavío -. Pero actúe rápido. Tiene una semana de plazo…
A los diez minutos apareció Manolo Vieira en el despacho. Porque hubiera jurado que era Manolo Vieira. Llegó acompañado de un viejo conocido, cuyo nombre tardó en florecer en mi memoria. Pero sí, era Francisco Hernández Spínola, y junto al Spínola, un hombre bajito con un ojo ensanguinado, que fue el que primero se presentó, afirmando llamarse Julio Cruz, para servir a Casimiro Curbelo y a mí.
–Querido amigo – dijo Hernández Spínola, con su habitual tono untuoso – tengo el honor de presentarle al secretario general del PSC-PSOE, José Miguel Pérez…
–¿Por qué se rasca de esa manera? – el falso Vieira se estaba haciendo sangre hundiendo las uñas en su cuello.
— Todavía no lo sabemos – explicó o no explicó Julio Cruz -. Pero le pasa cada vez que sale de Gran Canaria. Tranquilo, José Miguel, tranquilo, que en diez minutos estamos en Los Rodeos…
— ¿Y no habla? –pregunté, estupefacto a mi pesar.
— Solo cuando tiene que hacer discursos trascendentales…
— Mmmmm…Mmmmm…
— De acuerdo, se lo diremos…En realidad evita hablar para que sus palabras no sean malinterpretadas y algún periodista malévolo deduzca que está dispuesto a pactar con Coalición Canaria después de las elecciones…
–¡Mmmmm…mmmm…mmmm!
— Claro que no, José Miguel…Por supuesto que no… Ni antes ni después…
— Querido amigo, no queremos distraerle… Nuestra encomienda es muy sencilla. Queremos que averigüe si Santiago Pérez encabezará la lista al Parlamento por Nueva Canarias-Socialistas por Tenerife…
— ¡Esos no son socialistas ni nada! ¡Socialista yo, que llevo aguantando a Casimiro hace veinte y tantos años!– bramó Julio Cruz.
— Si Santiago se presenta nos hace una pequeña faena – reconoció Spínola –. Y quizás tengamos que corregir ligeramente la estrategia de campaña…
— ¿Cómo?
— No sé. Igual metemos en el programa que el puerto de Granadilla será un poco más pequeñito…
Comenzaba a preocuparme seriamente cuando aparecieron de la nada, y se colaron por la puerta, sin ningún pudor, José Miguel Barragán y Javier González Ortiz.
–A ver. Sin rodeos. ¿Puede usted averiguar si Santiago Pérez se va a presentar al Parlamento? Un momento. Me llaman –González Ortiz tomó su teléfono móvil – Si. No. Claro que sí. Por supuesto que no. Ya. Claro. Dile que no. Pregúntale si sí. No. Sí. Bueno. Ya. No. Sí. Vale. Ya.Ya. Ya. Ya.
— ¿Tiene una aspirina? –preguntó Barragán.
— ¿Por qué les interesa lo de Santiago Pérez?
— ¿Por qué? Porque será un diputado más para el PP. O medio. Lo tenemos calibrado. ¿Usted se imagina a CC en la oposición? ¿Verdad que no? Pues nosotros tampoco. Y Antonio Castro menos todavía.
–Ya.Ya.Ya.Ya.Ya.Ya.Ya.Ya.Ya.Ya.Ya.Ya. ¿Ya?. Sí y no. Ya.Ya.Ya. No y sí. Ya.
–No me extrañaría que hasta le pagasen la campaña. Le dejó mi número de teléfono. A Javi ni se le ocurra llamarlo.
— Ya.
Estaba a punto de abandonar el despacho, después de anudarme la corbata y tomar un lingotazo de la botella del armario, cuando se materializó mi última visita de la mañana. Eran como el Gordo y el Flaco, pero en bajito ambos dos.
–Buenos días. ¿Es usted el detective, no? Soy Nacho Viciana y este es el compañero José Manuel Corrales. Una pregunta previa, ¿no habrá votado usted nunca a ATI, no? No podemos fiarnos de usted si vota o simpatiza con ATI. O con PP.
— O con el PSOE, sobre todo con el PSOE – intervino Corrales.
— No sé si fiarme yo de ustedes. ¿Les importaría que hubiera votado a Fuerza Nueva?
Se miraron mutuamente
–¿Fuerza Nueva? Por supuesto que no. Puede usted estar tranquilo. Fuerza Nueva no forma parte del Régimen – explicó Corrales, sonriente.
— Nosotros estamos contra el Régimen –resumió Viciana.
— En su caso es muy obvio – comenté mirando el lugar que un día ocupó hipotéticamente su ombligo-. Déjenme adivinarlo. Ustedes quieren saber si Santiago Pérez aceptará o no su oferta para encabezar su plancha al Parlamento.
–Exactamente. Muy inteligente por su parte. En definitiva, queremos saber si Santiago está con la regeneración democrática de Canarias y la clase trabajadora o es un traidor como los otros…
— ¿Cómo quiénes?
— Como Rodríguez Zapatero, como José Miguel Pérez, como López Aguilar, como Manuel Marcos, como Abreu, como Julio Pérez… Coja usted el censo del PSOE y se hará una idea…
Decidí que lo mejor era la acción directa, como hubiera dicho Corrales en sus tiempos más juveniles, así que tomé el tranvía y me planté en La Laguna en menos que canta Ricardo Melchior Deutschland über alles. Después de unas discretas pesquisas me dirigí a Punta Hidalgo y al fin pude encontrarlo. Santiago Pérez, en un risco abatido por las olas, bailaba bajo un sombrero de paja y cantaba con mucho ritmo:
— “Yo quiero bailar muchachos/ la huaracha sabrosona/yo quiero bailar muchachos/la huaracha sabrosona/con una linda muchacha/ que sepa bailar huaracha/con una linda muchacha/que sepa bailar guaracha…”
–¡Oiga! – grité con toda la fuerza de mis pulmones — ¡Oiga! ¿Santiago Pérez? ¡Se va a presentar usted si o no!
Pérez me vió al fin y se quedó paralizado durante unos segundos. Después entornó los ojos y cantó meneando las caderas:
— “Huarachera linda,/huarachera hermosa,/oye los bongós/ yo sé que lo gooozaaaaaaaa”.
Suspiré largamente y musité:
–Esto no le va a gustar a nadie…
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