Hasta hace tres meses Miguel Concepción fue presidente del CD Tenerife. Lo siguió siendo después de que en octubre de 2020 la Audiencia Provincial le condenase por estafa agraviada continuada a 23 meses de cárcel y a una indemnización de casi cuatro millones de euros, que deberá abonar personalmente al 50%, correspondiendo la otra mitad a sus hijas, igualmente procesadas y condenadas. Concepción falsificaba documentos para simular la venta de plazas aéreas de su compañía Canarias Arways y cobrar así las subvenciones que concede el Estado. Cuando las cosas se pusieron procesalmente peliagudas Concepción mismo reconoció este modus operandi frente a los tribunales. El recurso de casación que interpuso en el Tribunal Constitucional solo buscaba ganar tiempo: conseguir que se modificara el tipo delictivo era imposible después de la confesión. Simplemente necesitaba un plazo para ordenar varias cosas y, en particular, su sucesión al frente del equipo de fútbol que dirigía desde febrero de 2006. La excusa, por supuesto, fue esa refitolera patochada, la celebración del centenario del club. ¿Cómo podía festejar el equipo tan gran efemérides si no estaba él al frente como grímpola y maestro de ceremonias? Mientras tanto maniobraba para vender sus acciones, llegar a acuerdos con otros accionistas y dejar como sucesor a Paulino Rivero, en justa correspondencia con la operación que urdió Rivero para colocarlo como gerifalte blanquiazul a principios de siglo.
Porque Concepción y Rivero han formado una sociedad política limitada que ha operado durante más de 30 años en Tenerife con una incidencia perfectamente detectable en el espacio público insular, desde que se conocieron, a finales de los años ochenta, el primero, un joven constructor llegado de La Palma que terminaría fundando Transformaciones y Servicios (Traysesa), el segundo, un consejero del Cabildo que se ocuparía del área de Planificación e Infraestructura durante la década de los noventa. Fue un amor instantáneo. Concepción tenía de todo, menos contactos con el poder político. Rivero encontró a alguien que habitaba en palabras trisílabas, muy listo pero que se dejaba llevar. Antes y después de convertirse en jefe del Gobierno autónomo impuso dos objetivos en la agenda común: hacerse con el Tenerife y crear una compañía aérea. Control del mayor capital emocional acumulado en la isla y bloqueo a un monopolio empresarial no controlable. No les han salido las cosas demasiado bien. Islas Airways terminó siendo un instrumento delictivo. El CD Tenerife, pese al muy generoso bombeo de dinero público y los auxilios empresariales privados que se convocaban en La Ermita, jamás ha salido del pozo de la insignificancia y la desilusión. No es lo mismo edificar un proyecto deportivo solvente que construir carreteras y rotondas. El Tenerife de Concepción es una aplastante y cíclica mediocridad sobre la que se sienta ahora Paulino Rivero, petit prince blanquiazul que terminará abdicando más temprano que tarde.
Durante más de año y medio, ya con una sentencia encima y una admisión de culpabilidad, los poderes políticos y empresariales tinerfeños han seguido rindiendo respeto, reconocimiento y a veces hasta pleitesía a Miguel Concepción. Nadie se le plantó jamás. Nadie exigió su dimisión inmediata y mantuvo esa exigencia con un mínimo de gallardía. Nadie le negó el saludo y señaló que una persona en su situación judicial y procesal ensuciaba la imagen de un club que hace lustros fue arrancado a sus seguidores y transformado en un negocio del poder para el poder. Concepción era el oscuro elefante en la habitación que nadie estaba dispuesto a ver; quizás porque era simultáneamente el elefante, el domador y el dueño de la habitación misma. Nos ha enseñado cuál es la temperatura moral de la sociedad tinerfeña. Bajo cero.