Recientemente se ha rendido homenaje a dos escritores, Jorge Rodríguez Padrón y Ángel Sánchez, que son dos figuras imprescindibles para conocer – y entender –la literatura canaria en el último medio siglo. Rodríguez Padrón fue designado hijo predilecto de Las Palmas de Gran Canaria mientras que el ayuntamiento de Valleseco distinguió a Sánchez como hijo adoptivo del municipio. Estoy convencido que ambos reconocimientos tenían justificación en sí mismos. Pero se me antoja que no es demasiado exagerado suponer que se trata de gestos compensatorios. Porque, sorprendentemente, ni Jorge Rodríguez Padrón – un admirable crítico literario – ni Ángel Sánchez – que ha circulado con indesmayable interés por la poesía, la narrativa, la crítica o la antropología – han recibido el Premio Canarias de Literatura, como tampoco lo han obtenido Eugenio Padorno o Juan Jiménez. Es una anomalía que queda certificada cuando se comprueba que de los últimos seis galardonados con el Premio Canarias de Literatura (es decir, desde el año 2000) solo figura un autor grancanario, José María Millares Sall (el maestro Arturo Maccanti residió en Tenerife sus últimos cuarenta años de vida). Por razones estrictamente biológicas en poco tiempo pueden desaparecer media docena de escritores fundamentales de nuestra literatura contemporánea sin ser reconocidos con el máximo galardón literaio del país por el despiste –quizás un fisco pecaminoso — de haber nacido en Gran Canaria.
Supone un grave error mantener el mismo jurado, edición tras edición, para decidir una distinción institucional como el Premio Canarias de Literatura. Porque un jurado apellidado se convierte inevitablemente en una plataforma de poder donde operan simpatías y diferencias, amistades y desprecios, contactos y silencios, preferencias e ignorancias. Me parecería perfectamente lícito cuestionar algunos reconocimientos de los últimos quince años, pero sea por cansancio, sea por la edad, sea por un hartazgo infinito, prescindiré de hacerlo. Aunque se intente defender la disparatada fórmula de un jurado invariable – y que además tiende a controlar uno de sus miembros, provisto de privilegiadas relaciones políticas – basta con recordar que uno de los escritores con mayor prestigio y proyección fuera del archipiélago, Andrés Sánchez Robayna, poeta, crítico, traductor y catedrático universitario, tampoco ha parecido digno del Premio Canarias. Hay que reconocer que en este caso su nacimiento en Gran Canaria no puede suponerse como el motivo fundamental de la exclusión. En el caso de Sánchez Robayna ocurre que también él es catedrático de la Universidad de La Laguna.
Por supuesto, ni el Gobierno autonómico en particular ni nuestra egregia clase política en general se enteran de nada de esto. Nuestra clase política es en esta materia cristalina y absolutamente ecuánime: todos los poetas y escritores citados — todos los escritores y poetas canarios de los últimos cinco siglos — les suenan a chino.