Este verano que comienza lentamente a despedirse he estado muy ocupado en volver a aprender a respirar, a tomar resuello sin razones demasiado poderosas para hacerlo, y no pude escuchar el solemne anuncio de Fernando Clavijo de inminentes cambios en el Gobierno autonómico. Por el momento no se ha producido ningún cambio. En realidad se trata de una hipótesis bastante inverosímil por una única y suficiente razón: Fernando Clavijo –como cualquiera de sus predecesores al frente del Ejecutivo – no es el arquitecto de su Gobierno. Como mucho, estrictamente, es un casero obligadamente bondadoso que permite que se acumulen los alquileres y vigila con parsimoniosa desconfianza las entradas y salidas de los despachos. Por eso los presidentes coalicioneros se han limitado invariablemente a destituir a consejeros y otros altos cargos del Partido Popular o a emprender cambios en el organigrama general y felizmente consultados con los menceyes insulares. Los presidentes coalicioneros – exagerando apenas un poco – no nombran a nadie, salvo a la exigua cuota que corresponde a su isla: su staff en Presidencia, la dirección de alguno de los departamentos horizontales, un puñado de directores generales y varios asimilados y para de contar.
El hecho de que el presidente no designe realmente a su equipo gubernamental es uno de los rasgos más grotescos – y ya insostenibles – de la praxis de Coalición Canaria en el último cuarto de siglo. Una praxis tan invariable y testaruda que todos nos hemos acostumbrado a semejante disparate, es decir, a que cada organización insular de CC decida quien va a representarle en el Gobierno autonómico y repartir buena parte de la pedrea de cargos en su área de influencia. Por ese camino, por ejemplo, una señora como Soledad Monzón puede terminar como consejera de Educación sin atesorar ninguna experiencia, cualificación profesional o interés político o personal en tan enorme y delicada responsabilidad. Lo cierto es que si a alguno de los que ya peinamos canas nos hubieran asegurado en los años noventa que la señora Monzón, alegre compañera de la pequeña corte del siempre anocturnado Julio Bonis, llegaría a encargarse de la gestión sistema de enseñanza pública en Canarias, nos hubiéramos carcajeado y pedido otro whisky. Qué tiempos aquellos en los que lo más terrible y estúpido todavía se nos antojaba inimaginable.
Un Gobierno que no es elegido por su presidente, sino en el mejor de los casos consultado con el jefe del Ejecutivo, atenta contra cualquier principio de buena gobernanza, democrática y operativamente. Una de las reflexiones que los coalicioneros deberían plantearse en su congreso, si es que el congreso se celebra algún día, es buscar un mecanismo sustitutivo de esta viciosa y enviciada metodología para construir un Gobierno que, con semejante formato, se asemeja demasiado a un botín y trasluce una intolerable concepción patrimonial de las administraciones públicas El problema no es que Clavijo no pueda cambiar libremente de gobierno. El problema – como ocurre en el último cuatro de siglo – es que le gustaría cambiar su gobierno porque no lo hizo él.