Idiotas

El diputado conservador Manuel Fernández – ceniciento dirigente al alba y ubicuo empresario al atardecer sin el cual la historia interna del PP canario del último cuarto de siglo resulta incomprensible  — ha llamado directa y explícitamente idiotas a todos aquellos que se oponen a las prospecciones de Repsol al este de Lanzarote y Fuerteventura. Idiotas. Es interesante. En general el señor Fernández es más interesante de lo que su apariencia promete, aunque por desgracia despierta menos interés de lo que merece. Recordemos que, en la pasada legislatura, se pudo saber –casi milagrosamente – que el señor Fernández cobraba como diputado con dedicación exclusiva, pero había solicitado y obtenido de la correspondiente comisión parlamentaria autorización para desarrollar otras actividades, entre las cuales figuraba labores de intermediación de una relevante empresa con las administraciones públicas. En un país con menos idiotas que este, ciertamente, el señor Fernández hubiera debido dimitir, con grave riesgo para la continuidad de su largísimo y neblinosa carrera política, pero aquí no pasó nada, es decir, sí pasó: el señor Fernández siguió amarrado a su escaño, y desde ahí ha llamado idiotas a bastantes miles de ciudadanos.
En la antigua Grecia se denominaba idiotikós a aquellos miembros de la polis que se desinteresaban de la política, que mostraban un desinterés supino por los problemas de la vida común, que se negaban a participar en los asuntos públicos. Los ciudadanos canarios que se han manifestado contra las prospecciones petrolíferas quizás estén equivocados, pero desde un punto de vista político no son idiotas precisamente. El señor Fernández tiene, en cambio, sus idiotas preferidos: son los que no se manifiestan, los que no participan ni se interesan en el debate, los que se ausentan de aquello que, para bien o para mal, influirá en sus vidas cotidianas. Los idiotas a los que ama el señor Fernández son aquellos que admiten su exclusión de la política, los que dejan hacer, los que creen o quieren creer que la democracia consiste en votar cada cuatro años – a figuras de la altura intelectual de Manuel Fernández, por ejemplo – y desentenderse de lo que ocurra, aceptarlo con resignación ejemplar, hasta la próxima vez que les toque acercarse a una urna. Son numerosos y son calladitos y por eso el partido del señor Fernández los ha llamado la mayoría silenciosa. Todo lo contrario a una ciudadanía que merezca ese nombre, informada y vigilante, porque si la mayoría estuviera constituida por ciudadanos informados y vigilantes el señor Fernández no tendría ni una puñetera posibilidad de insultarlos desde un escaño.

Publicado el por Alfonso González Jerez en Retiro lo escrito ¿Qué opinas?

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