Lo peor de artículos como el publicado por el señor Fernández-Arcila – y que abundan tanto en la prensa convencional como en la gofiosfera – es que alimentan el mito de un suministro energético basado en un 100% — o poco menos – en energías renovables, cuando cualquier consulta mínimamente responsable a tribunas y publicaciones científicas te advierten que tal objetivo actualmente deviene imposible. Para empezar toda energía renovable no es (necesariamente) ecológica. Pero, sobre todo, la irregularidad del flujo energético y el almacenamiento (sin olvidar el transporte) de la energía generada presentan problemas complejos cuya solución tecnológica se lleva anunciando hace lustros pero que no termina de llegar. La Tasa de Retorno Energético es el cociente entre la energía obtenida y la utilizada por obtenerla. En los felices tiempos del petróleo baratísimo para obtener cien barriles de crudo bastaba con gastar uno. Ahora, y de manera cada vez más acelerada, la TRE es cada vez más baja en las explotaciones petrolíferas. Pero lo peor es que sigue siendo muy baja en las energías renovables. En la energía fotovoltaica, por ejemplo, la TRE está entre dos (2) y (3). ¿Cuántos metros cuadrados de paneles solares necesitaríamos para atender la creciente demanda energética de nuestras zonas turísticas? ¿Es inteligente olvidar que la construcción y el transporte de ese material fotovoltaico se consigue gastando energías convencionales o que la vida útil de una placa (incluyendo su componente de silicio) no suele superar los diez años? ¿Cuántos cientos de turbinas eólicas (con los gastos en energía convecional para obtener el cemento o acero para su construcción) serían necesarias para cubrir la demanda de las capitales de la región, dónde se instalarían y a qué coste medioambiental y paisajístico? La debilidad tecnológica de las renovables exigiría sobredimensionar la potencia instalada, lo que implicaría un rendimiento más bajo. No, no es fácil la sustitución de los combustibles fósiles ni se dispone todavía de recursos técnicos para cumplimentar el sueño de una energía limpia, más o menos barata e inagotable.
No se me antoja particularmente responsable insistir en la fantasía de un archipiélago privilegiado que puede prescindir del petróleo y el gas en un par de fines de semana. En materia de modelo energético — como en todas aquellas que comporta la producción y la reproducción social — no son posibles ni llevaderas soluciones óptimas que no impliquen sacrificios, pérdidas o extravíos. Elegir implica, invariablemente, renunciar a un resto. En cambio, debería asumirse que es y será inevitable un mix energético en el que las renovables podrían cubrir más de un tercio de la demanda en el horizonte de 2030 y esa constituiría una exigencia razonable (más aun: indispensable) al Gobierno autonómico y a todas las administraciones públicas. Mientras tanto resulta muy difícil imaginar como sustituir de inmediato el uso del gas. Desde un punto de vista puramente fáctico negarse frontalmente al gas no significa otra cosa que apoyar el petróleo mientras el anhelado milagro de los panes y peces de unas renovables plenamente eficaces y eficientes se materializa para todos. Se necesita un Plan Energético de Canarias renovado, ambicioso y realista a la vez, y que tenga una de sus prioridades en un aspecto que los evangelistas de las renovables milagreras suelen obviar: la imperiosa necesidad de reducir el consumo energético en las islas. La única contribución eficaz que podemos hacer para ayudar a frenar el cambio climático. Insistir una y otra vez en que «las energías limpias» nos permitirían el mismo derroche rampante supone boicotear esa contribución
4 Respondiendo a La testaruda realidad (y 2)