Las encuestas y sondeos electorales (recientemente se ha publicado uno de ámbito nacional y otro en las Baleares) registran una pérdida sustancial de apoyos al Partido Popular, pero en ningún caso una catástrofe que hunda a los conservadores en las tinieblas demoscópicas. Tanto en unas hipotéticas elecciones generales como en unas supuestas elecciones autonómicas en Baleares, el PP perdería la mayoría absoluta, pero seguiría siendo, con diferencia, la opción política más votada. El respaldo al PSOE sube o baja muy ligeramente respecto a los comicios de noviembre de 2011, crecen Izquierda Unida y UPD y aparecen fuerzas regionalistas o nacionalistas de izquierda y de derecha. El dato más asombroso, sin embargo, es la resistencia correosa del Partido Popular después de un año de gobierno caracterizado por la destrucción de derechos sociales, la planificación del desmantelamiento del Estado de Bienestar, la regresiva reforma laboral y la onerosa improvisación en las reformas del sistema financiero español.
El moderado precio electoral que podrían estar pagando Mariano Rajoy y su tropa tiene sus razones sociales e ideológicas. La primera afecta a su base electoral tradicional, consolidada en las ultimas convocatorias: las clases medias urbanas – proclives al PSOE hasta mediados de los noventa – los jubilados y los sectores de trabajadores no cualificados. Su principal reacción ante la crisis es el miedo. Pánico a caer en la clase media baja o a un descenso acusado de las pensiones y una creciente insolidaridad que rompe el pacto interclasista e intergeneracional del Estado de Bienestar: yo no tengo por qué pagar todo aquello que consumen los desempleados (sanidad, educación, prestaciones) ni quiero saber nada de eso. Apoyo resignado o convencido a un autoritarismo imperturbable que garantice un orden que ya no existe. La segunda, la ausencia de una alternativa verosímil para esas clases medias y jubilados que constituyen más del 70% de los que votan en España. La recia sospecha de que el PSOE haría algo muy parecido. El vago convencimiento de que la partida se gana y sobre todo se pierde en Europa y la comprensión de Europa como un azar inmanejable. Esta tozuda realidad (ese 70% que no apuesta a que otro mundo sea posible, sino que anhela que no le destrocen el que imaginan suyo) es un dato que ni el PSOE ni menos aun Izquierda Unidad están dispuestos a diagnosticar ni a entender