Todos estos entusiastas visitantes — y muchos de los que escriben allá en el continente abarrotado de sabiduría – insisten en preguntar cómo los canarios nos hemos empeñados en vivir en islas volcánicas. No sé, esta buena gente creerá que los asentamientos humanos son una cuestión de gusto colectivo y que un pueblo vive y va a la peluquería donde quiere, como Jennifer Aniston. Es aburrido explicar por enésima vez algo que cualquier persona con un buen bachillerato debe saber: son los volcanes los que han creado Canarias. No representan habitualmente una amenaza brutal, sino la condición primera de nuestra supervivencia: el solar fundacional del país. El canario tiene una suerte de relación religiosa con los volcanes que todavía perdura débilmente por los laberintos de la sangre y la memoria. El volcán concede y castiga, vigila y arrebata, embellece y aterra, exactamente como un dios paternal y cruel. El volcán es ofrenda majestuosa y morada del Maligno, como según los guanches ocurría con el Teide.
Convertida La Palma es un piroclástico hervidero de políticos y periodistas felices de entristecerse con los mejores fondos fotográficos del infierno, la cacofonía de los mensajes comienza a producir neuralgia y un creciente desconcierto. Esta crisis es más grave y tendrá mayores repercusiones económicas y sociales que los incendios del verano de 2019, pero, curiosamente, el Gobierno no ha constituido un comité de emergencia interdepartamental, ni en el plano político, ni en el administrativo, ni en el comunicacional. Ahí está solo ante el peligro don Ángel Víctor Torres luchando contra la lava y el espanto, con visitas ocasionales de algunos de sus consejeros, aparte de la alargada y protectora sombra de Pedro Sánchez, que hoy regresa a la isla y compartirá la nueva visita con el rey Felipe VI. Es un modelo raruco. Un presidente solo es por lo general un presidente inoperativo. Habrá que esperar que se supere el periodo más duro de la erupción –que aún puede prolongarse varias semanas – para evaluar la gestión del Ejecutivo, pero la sensación de confusión es cada vez más evidente, especialmente en materia de ayudas y apoyo a los miles de afectados que han perdido su hogar y su finca. El Gobierno y especialmente su presidente quieren repartir entre los damnificados buenas noticias cuanto antes y hace ya 48 horas comenzaron las improvisaciones. Una de las primeras, no sé si lo recuerdan, era aquello de desclasificar los terrenos afectados por el volcán para reconstruir rápidamente las viviendas. Pero es una medida sin anclaje legal si no consigues modificar –bastante torticeramente — la ley del Suelo y Espacios Naturales de Canarias. Otra de las últimas bienaventuranzas, también en boca presidencial, apuntaba a que el Gobierno comprará viviendas desocupadas para entregarlas inmediatamente a los desalojados. ¿Inmediatamente? ¿A qué precio? ¿En qué municipios? ¿Existen las suficientes casas disponibles en Los Llanos y El Paso o habrá que mudarse a Santa Cruz de La Palma, o a Garafía, o a Fuencaliente? Se me antoja harto improbable que el Gobierno disponga de datos exactos al respecto y la supuesta solución desprende el fugaz perfume de una improvisación bien intencionada. Es extraño que cuando se le acerquen los micrófonos el vicepresidente Román Rodríguez ni siquiera se refiera a todo esto y se limite a asegurar, muy juiciosamente, que el Gobierno se gastará el dinero que se tenga que gastar (“yo busco las perras”) con el objetivo urgente de encontrar soluciones habitacionales para los desalojados, incluyendo, por supuesto, alquileres y plazas hoteleras.
El presidente Torres debería ser más prudente y analizar y reordenar estrategias de comunicación, mensajes y propuestas en un contexto global. Anunciar recursos ingentes del Gobierno central y de la Unión Europea –cuya tramitación puede prolongarse durante mucho tiempo – tampoco parece excesivamente cauteloso. Hablar menos — un jefe de Gobierno no es un contertulio que meter a empujones en cualquier espacio de televisión y en cualquier momento — y estudiar, evaluar y planificar más. Y mejor.