El escándalo alrededor de la falsificación de un documento público con objeto de atacar al presidente del Gobierno de Canarias – un supuesto poder notarial firmado en el Consulado de España en Méjico que evidenciaría la participación de familiares de Paulino Rivero en una empresa con un capital de millones de euros – tiene aspectos que van más allá de su artera utilización, por parte de un grupo de medios de comunicación tinerfeño, como instrumento de venganza, descrédito y coacción. Es singularmente grave lo ocurrido, aunque como todo lo grave que ocurre en este país, pasa como una bruma que apenas entretiene una mañana o una semana. Y esa posma está atravesada de equívocos, errores e inercias sobre el periodismo, la responsabilidad política, los medios de comunicación o la ideología de la corrupción.
1. No se escaqueen: colgar un documento en internet es publicarlo. Es realmente curiosa la actitud de los responsables de Kanarileaks: nosotros no afirmamos que el documento (el poder notarial) sea verdadero o falso, nos limitamos a colgarlo aquí para que los ciudadanos puedan averiguarlo. Para que nos lo puedan decir. Los responsables de Kanarileaks apelan (o apelaban) especialmente a los periodistas isleños para que se lanzaran a investigar sobre el asunto. Es una mala metodología de trabajo por varias razones. Primero, los émulos canarios de Wikileaks no han aprendido una lección básica de sus hermanos mayores. Wikileaks investiga la autenticidad de los documentos antes de ofrecerlos a sus millones de lectores. Cuando en 2010 obtuvieron, en un formidable golpe de suerte, las decenas de miles de documentos que el soldado Bradley Mamning, destinado en Irak, les pasó en bloque, Wikileaks pactó con varios grandes periódicos europeos y estadounidenses su publicación conjunta. Así lo decidió Julian Asange, y lo hizo, desde luego, para aumentar la difusión de semejante masa documental, publicitando extraordinariamente su sitio web, pero también se decidió a hacerlo para que los periodistas de diarios como New York Times o Der Spiegel comprobasen la veracidad de los documentos. Un matiz importante: un documento puede ser auténtico y, al mismo tiempo, no ser veraz: contener falsedades, inexactitudes, exageraciones o contradicciones. Un informe de una Embajada estadounidense “autentificado” por la investigación periodística puede estar esmaltado de falsedades, apreciaciones erróneas o suposiciones para satisfacer a los superiores jerárquicos. Wikileaks es un banco de información, no un medio de comunicación, pero se toma la molestia – al menos lo intenta fehacientemente – de no filtrar documentación para el cual no existe un mínimo aval de autenticidad. Kanarileaks, en cambio, ha optado grotescamente por colgar en su sitio web documentos sobre cuya autenticidad evita incluso pronunciarse. Esa bochornosa defensa – desprende el tufo de un abogado mediocre – que explica su decisión de publicar un papel a fin de pedir ayudada a los profesionales resulta una débil artimaña para eludir acciones judiciales. No es necesario Internet para eso: a las redacciones siempre han llegado documentos (verdaderos o falsos) de forma anónima, de lo que se desprende claramente, en el caso de Kanarileaks, la voluntad de estimular, en lo posible, un escándalo político, en plena etapa preelectoral.
2. Los medios convencionales investigaron el documento. Solo conozco algunos casos, pero estoy seguro que los principales medios de comunicación investigaron, con mayor o menor intensidad, el documento colgado en el sitio web de Kanarileaks. Y no lo dieron por bueno. Lo que no tiene que hacer un medio de comunicación – pues se trata de una majadería ajena a la praxis y a la deontología periodística – es contar lo que está investigando, analizando o debatiendo en su interior. Una vez que la información ha sido contrastada para dar los primeros pasos de la publicación, puede plantearse incluso un making of de la noticia, pero si la investigación, el análisis y la ponderación evidencian que no la hay, carece de sentido escribir una línea. A pesar de eso estoy convencido que muchas almas bellas quisieran inaugurar en los periódicos una sección bajo el epígrafe Noticias que no lo son, con informaciones del tipo “El alcalde de la Puntilla de Arriba no es un ladrón desalmado”.
3. Las fortalezas y debilidades de un presidente del Gobierno. Escucho en una emisora radiofónica a otro abogado (otro) que expone que el responsable de que algunos medios de comunicación digitales reprodujeran el documento de Kanarileaks es del propio presidente, Paulino Rivero. Esta prodigiosa acusación se basa en que el jefe del Ejecutivo tardó demasiado en desmentir el supuesto poder notarial firmado en México. Atiéndase bien: lo relevante no es publicar un documento falso o falsificado, sino tardar demasiado (a juicio de quien lo publica) en desmentirlo con la suficiente rotundidad. Insisto: con la suficiente rotundidad, porque un abogado (otro) en una emisora radiofónica (la misma), después del primer comunicado sobre el asunto emitido por la Presidencia del Gobierno de Canarias, mostró su insatisfacción por las explicaciones oficiales e incluso deslizó la posibilidad de que se trataran de malvados fuegos de artificio. Un presidente del Gobierno, por supuesto, dispone de medios amplios (en términos de poder e influencia) para contestar en estas situaciones. Pero, al mismo tiempo, un presidente del Gobierno no puede ni debe contestar cualquier infundio, calumnia o grosería que circule por las redes sociales. Los que subrayan la extremada gravedad del falso poder notarial se limitan, en realidad, a una pirueta verbal, porque la gravedad no consiste en las acusaciones implícitas del documento, sino, precisamente, en la publicación del mismo. Dicho más claramente: un presidente del Gobierno, sea Paulino Rivero o cualquier otro, no tiene como deber político o moral desmentir fulminantemente cualquier cosa que se cuelgue en un sitio web. Debería dedicarse entonces la mitad de su jornada laboral y considerables efectivos de su equipo en desmentir una y otra vez cualquier detritus publicado en los papeles impresos o en la blogosfera. Igualmente delicado resulta un presidente que emprende, personalmente, acciones judiciales contra un medio de comunicación, un taller de chapa y pintura o un caricaturista. No conozco ningún caso en España ni, desde luego, en Canarias. Y no lo hay porque se entiende implícitamente que el presidente del Gobierno debe renunciar a dicha posibilidad para mantener incontaminada de intereses personales – pocas cosas más personales que una querella criminal o una demanda civil — la institución que dirige, conduce o encarna.
4. Canarias es brutalmente deficitaria en periodismo de investigación. Es cierto. Pero también es conveniente hacer precisiones. ¿Qué es periodismo de investigación? Los periodistas – como apunta uno de los mejores periodistas jóvenes españoles, Jordi Pérez Colomé – realizan o deben realizar un trabajo arduamente sencillo: contar lo que les cuentan: “En el Watergate, los papeles del Pentágono o los diarios de Afganistán siempre hubo algún funcionario que pasó -por el motivo que fuera- la información. Ningún periodista hizo de James Bond. Nuestro trabajo es normalmente más sencillo: contamos lo que podemos averiguar, aunque casi siempre dependemos de alguien que quiera contárnoslo. Que nos lo cuenten a nosotros y no a otro es un mérito (y una probable exclusiva)”. En Canarias se cuenta poco y demasiado a menudo, se cuenta mal: la corrupción política como patología social e ideología de poder, los problemas ecológicos y medioambientales, el derrumbe de nuestras universidades y nuestra formación profesional, la anomalía de unas particularidades económicas y fiscales absolutamente inútiles para luchar contra el desempleo, porque quizás son demasiado útiles para incrementar las desigualdades de renta y solidificar las posiciones de privilegio social y mercantil. La triple crisis del periodismo (crisis publicitaria, crisis de modelo de negocio, crisis tecnológica en su paso sonambúlico hacia internet) debilita la libertad de prensa. Recuerdo siempre una afirmación de un gran empresario de periódicos, Javier Moll de Miguel, que solía aseverar que “en la publicidad resplandece la verdad”. Una frase que, cuando escuché por primera vez, me pareció deliciosamente cínica, pero que es exacta, precisa y hasta elegante. Frente a esto, la libertad de Internet, ofrece perspectivas interesantes: un papel complementario a los medios tradicionales, una capacidad para filtrar rizomáticamente información desagradables a los poderes institucionales en los espacios públicos, una fórmula autónoma de saludable provocación a los viejos periódicos para que se pongan las pilas y se vean obligados a atender ciertas realidades. Por desgracia, nada de esto es Canarileaks, ni nada de esto se ventila en los miserables episodios vividos en las últimas semanas, que a veces han tenido más relación con una ranchera bien requeterresentida (y mal cantada) que con el ejercicio responsable y salutífero de la crítica al poder.
2 Respondiendo a Nada de periodismo y demasiadas rancheras