Mencey crepuscular

Vaya. Ahora se descubre que la reforma del tramo autonómico del IRPF voceada por Paulino Rivero no es para que los ricos paguen más, sino para que casi todo el mundo pague un fisquito menos. Ya ni me queda resuello para preguntarme si con esta perpetua tomadura de pelo estamos pagando algún crimen abominable que cometimos en una reencarnación anterior. Me niego que esta imbecilidad siempre indemne me produzca vergüenza ajena; que se avergüence quien corresponda. Porque lo afirmado ahora es justamente lo contrario a lo aseverado por el presidente del Gobierno hace apenas 48 horas. Al parecer (y a reserva de que a Rivero se le ocurra otra tarde otra campanuda patujada, no sé, que queden fiscalmente eximidos los canarios dedicados a los vuelos astronáuticos) aquellos ciudadanos que perciban rentas salariales superiores a los 100.000 euros anuales pagarán lo mismo, y los restantes, abonarán menos a la Hacienda canaria. Los isleños que cobran salarios superiores a los 100.000 euros anuales son muy poquitos, un  centenar acaso de animales mitológicos desconocidos por el vulgo, entre los que se cuentan, por cierto, los felices ocupantes de poltronas incrustadas en empresas públicas del Gobierno autonómico y de algunos cabildos. Por tanto los ingresos de la administración autonómica no van a aumentar, sino a disminuir apreciablemente con la reforma tributaria anunciada en el blog presidencial, y lo harán en un año en el que – según el señor Rivero – Canarias recibirá unos 150 millones de euros menos en los presupuestos generales del Estado para conseguir el endiablado objetivo del déficit presupuestario.
Visto el rigor intelectual y técnico que nos ha ofrecido el mandato de Paulino Rivero – y del cual sus ocurrencias fiscales son solo un ejemplo – uno se echa a temblar por el contenido de los dos decretos aprobados ayer para regular la consulta sobre las prospecciones en busca de hidrocarburos en las aguas próximas a Lanzarote y Fuerteventura. Ambos textos serán inmediatamente escrutados por el Gobierno de Mariano Rajoy y sus servicios jurídicos aprovecharán cualquier distracción, estupidez o demasía que encuentren para impugnar la consulta en los tribunales. Me imagino que al mencey crepuscular este extremo le importa poco. La consulta es un instrumento muy rentable políticamente. Cualquier invocación a las urnas recibe de inmediato un apoyo sacramental bajo un curioso apotegma: en el caso de que sostengas que votar no es siempre el mejor método para resolver un conflicto eres un fascista. Si finalmente resulta paralizada desde Madrid la decisión será un nuevo motivo para encender el discurso del agravio y del maltrato. Con una consulta popular se gana siempre. Salvo que finalmente se celebre y se pierda. Pero no esa la hipótesis que maneja el presidente del Gobierno. Está muy bien informado y aquí, para su suerte, no hay complejidades fiscales por medio.

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Un visionario

Es una tarde abrumadoramente plomiza de otoño subtropical y al periodista lo han mandado a cubrir algo espantoso que se llama asamblea interparlamentaria del Partido Popular, y docenas de caballeros alicatados en sus chaquetas y de damas arduamente estilizadas en sus trajes sastre van y vienen por un salón interminable del Hotel Mencey, y se saludan, se besan, se intercalan pueriles confidencias, exactamente igual que a la salida de la iglesia en un domingo cualquiera, y todos los rumores confluyen en un susurro que denota felices digestiones y buena crianza. Al periodista gafudo lo han mandado a la interparlamentaria, sea eso lo que sea, para que cuente algo, sin mayores indicaciones, como se pide a alguien un cigarrillo sin esperar que sea tabaco rubio o negro, y por supuesto, como ocurre con todos, el periodista presta especial atención a Alberto Ruiz-Gallardón, presidente de la Comunidad de Madrid, que es quien pronuncia el discurso inaugural. Ruiz- Gallardón es un orador avezado, fluido, cómodo, que como siempre aprovecha la ocasión para piropear a Manuel Fraga Iribarne – lo suyo con Fraga es una debilidad mutua surcada por la sombra de su padre – y que despierta los aplausos recelosos que cualquier manada –incluso la más educada – ofrenda a la brillantez. Luego el periodista atraviesa corbatas, perfumes, after shave, relojes, abrazos tentaculares, risas comedidas y bandejas de canapés y consigue acercarse a Ruiz-Gallardón, que en ese instante es víctima de su risa espasmódica, como un niño grande que se ha tragado un sonajero, y le pregunta si puede hacerle algunas preguntas, y ante su ligero asombro, el presidente de la Comunidad de Madrid le dice que sí, le toma gentilmente del brazo, le lleva hasta un rincón desde el cual sigue saludando y arqueando sus cejas ante los saludos ajenos.  Ruiz Gallardón es un falso cegato al que no se le escapa cualquier cosa que se mueva — contra lo que no se mueve, quizás, está indefenso — y que ha llegado a una maestría singular en el arte de recorrer escotes y traseros femeninos al mismo tiempo que parece mirar a cualquier otro sitio.
–¿El PP está preparado para gobernar el país? ¿Con qué programa?
–Por supuesto, con el programa que nace de su identidad como proyecto político de centro reformista. La sociedad española no es la misma que la de hace veinte años.
–¿No representan ustedes a la derecha tradicional española? Y si no lo hacen, ¿dónde está metida?
–La derecha española ha sabido evolucionar hacia convicciones democráticas, liberales y de centro reformista. Le aseguro que los cavernícolas reaccionarios no se sentirían cómodos en este partido.  Este es el partido de la mayoría social española.
— ¿Y si una vez en el poder se olvidan estratégica o tácticamente de ese centrismo reformista que postulan?

— Pues tendríamos un grave problema y quizás acabaríamos en la calle.
No hay hombre ambicioso y lúcido al que no le llegue su San Martín. Cómo le gustan a Mariano Rajoy las morcillas. Frías, espesas, con tiempo para degustarlas en el momento preciso.

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El penúltimo eructo

El presidente del Gobierno autonómico cuelga de su blog el anuncio de una bajada tributaria y entre todos – ya es un ritual – la convertimos automáticamente en una noticia. Cuando lo hace la sede parlamentaria ocurre exactamente lo mismo. El periodismo, que antes se ocupaba de preguntar, ahora queda reducido a modestas labores estenográficas. Porque, claro, si uno se toma la molestia de preguntar, el presidente del Gobierno regional no tiene absolutamente nada que decir, más que regurgitar de nuevo, entre sonrisas condescendientes, el mismo titular precocinado: que está a punto de presentar una rebaja fiscal por la que los ricos – como entiende todo el mundo –pagarán más que los pobres. La sabiduría hacendística de Robin Hood reducida a la mínima expresión verbal.

Paulino Rivero y sus presidenciales colaboradores no han adelantado el contenido específico de su propuesta. Ni siquiera lo ha hecho a su propio partido. Rivero contribuyó decididamente a la construcción y afianzamiento organizativo de Coalición Canaria, pero en cuanto llegó al poder autonómico consideró que su partido debía reducirse a una suerte de coros y danzas para cantar y bailar circunstancialmente sus ocurrencias y guardar un respetuoso silencio el resto del tiempo.  Ha sido su comportamiento en los últimos siete años y medio durante los cuales la reflexión política (y en general cualquier actividad no vegetativa) en la dirección coalicionera ha sido nula. En realidad Rivero ya subió el tramo autonómico del IRPF en el verano de 2012: los perceptores de más de 53.000 euros anuales pasaron de pagar del 21,15% al 22,58%. No supuso un suplemento importante en la recaudación; más relevante, en términos de ingresos, fue la subida del IGIC del 5% al 7%.  Y no la supuso porque los ciudadanos canarios con un salario superior a los 53.000 euros anuales son pocos: unos 18.000 aproximadamente en todo el Archipiélago. Los ricos, y sobre todos los muy ricos, no tienen precisamente en las nóminas su principal vía de aumento económico y patrimonial, como demuestra el aumento de millonarios isleños en el último lustro. Los euros que podrán arrancar Paulino Rivero y Javier González Ortiz son habas muy contadas que no servirán ni para tapar el más modesto agujero presupuestario, pero que quizás afecten al muy esclerótico consumo interno en las islas.

Más o menos da lo mismo. Rivero quería un titular más para su amplia colección de titulares adacadabrantes y, por supuesto, lo ha conseguido. Esa sarta de titulares con la que intenta ocultar desde su primer día de mandato la ausencia de proyecto político, solvencia intelectual y estrategia económica que han caracterizado los últimos y malhadados años de la Comunidad autonómica. Una raquítica reforma tributaria sin contenido, sin previsión de ingresos, sin relación coherente con el resto de la política económica. El nuevo eructo triunfal y ejemplarizante estallando en el vacío.

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Una desgracia

Un hogar presupone paredes, puertas, ventanas, pasillos, tabiques, pero un hogar no es únicamente eso. Un hogar es un conjunto de relaciones emocionales cuya memoria resuena y cuyo presente se desarrolla en un espacio físico que termina fundiéndose con los recuerdos. Un hogar es parte integrante aunque esquiva y a veces incomprensible de una pequeña identidad. Incluso los que abandonan una casa para mudarse a otra sin apuros económicos por medio no puede evitar sentir cierta desazón generalmente fugaz: la inseguridad de conseguir reconstruir el hogar en otro espacio que es terra incongnitae. Cuando ocurre que te sacan de tu hogar a la fuerza no estás perdiendo un lugar simplemente. Te están arrebatando una parte de tu memoria emocional  para arrojarte sin más a la calle. El desamparo no solo te ahoga de puro miedo: te desgarra el alma. Sobre todo cuando llevas media vida bajo el mismo techo.
No sé donde han pernoctado Antonio Méndez y Berta Ferreira, dos ciudadanos honestos y cabales que no debían un céntimo a nadie, después de ser desahuciados por orden judicial de su vivienda en Tacoronte. De lo que caben muy pocas dudas es que la situación resulta ya irreparable. Lo que procede es que las administraciones públicas (empezando por el propio ayuntamiento) consigan cuanto antes una vivienda de protección oficial para el matrimonio. El próximo mes mejor que el próximo año mientras se explora hasta el último resquicio legal que se encuentre para defender su posición en los tribunales. Pero no estamos en el caso de un desahucio por impago hipotecario. Aquí no hay un malvado banco o una cruel institución  detrás con una legión de abogados luciferinos zurciendo maldades en un juzgado, sino un vecino que ha conseguido sus propósitos – es decir, lo que considera respetar sus derechos legales — por vía judicial. Lo que hay es un pésimo letrado que no hizo bien su trabajo –según algunos –  y un sujeto que carece de cualquier empatía humana ante las consecuencias de sus actos –según muchos más. Pero lo que no hay – pese a lo que gritan, o escriben o proclaman otros – es una suerte de conspiración del Estado (los tribunales de justicia, la policía, los códigos legales) para destruir el hogar de un matrimonio de ancianos en un pequeño municipio en el norte de Tenerife. Ese Estado de Derecho es el mismo que, en sus tribunales, manda a la cárcel a un político corrupto, impone órdenes de alejamiento a maltratadores o suspende un plan general de ordenación urbana obviamente maloliente. Explotar así, desde una conspiranoica babosería, esta desgraciada situación no es menos repugnante que convertirla en un espectáculo en un plató de televisión.

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Con IU no Podemos

Cada día siento una mayor admiración por los impulsores de Podemos, que demuestran una inteligencia política y una astucia estratégica poco menos que intachables. Ayer Pablo Iglesias, referente fundamental y grímpola televisiva de Podemos, descartó definitivamente cualquier pacto político-electoral con Izquierda Unida, para desolación de Alberto Garzón y otros compañeros obsesionados por el cortejo. Iglesias explicó – de veras, es para quitarse el sombrero – que su objetivo no es  confluir en un frente de izquierdas, sino estimular y encauzar “la unidad popular”. Por supuesto, lo que vote finalmente esa unidad popular es un asunto lateral al que Iglesias no se quiso referir. Ya no sirven las decisiones que toman “dirigentes políticos en un despacho”  ni los pactos “por arriba”. Lo fascinante de las declaraciones de Iglesias es que dibujan implícitamente las verdaderas razones por las que los promotores de Podemos no quieren saber absolutamente nada de IU.
Con el uso de esas expresiones derogatorias (“acuerdos en despachos, pactos por arriba”) Iglesias alude, como es obvio, a la coalición que encabeza Cayo Lara, no a su plataforma política. Podemos no pactará con Izquierda Unida porque las encuestas demuestran que no necesitan semejante acuerdo. Es más: podría ser contraproducente para los intereses de Podemos, porque la vincularía con un partido del establishment, con su herencias, sus derrotas, sus debilidades y contradicciones. El principal patrimonio de Podemos es la novedad o, si se quiere, la inocencia política y, sobre todo, histórica. Están libres del pecado mortal de la gestión y por eso tiran piedras evangélicas y las que se les devuelven apenas les afectan.  Demasiado sabe Pablo Iglesias – que fue no hace tantos años asesor de IU – que cualquier acuerdo con Podemos no dependería de un ukase de Lara o Garzón, sino que  se vería sometido a discusión y votación en los órganos de representación y dirección de la coalición nucleada alrededor del PCE. Pero para justificar sugestivamente su negativa el profesor Iglesias tiene que caricaturizar a Izquierda Unida como si fuera el Partido Liberal Fusionista de don Práxedes Mateo Sagasta.
Y atención: Podemos todavía no ha celebrado su asamblea o congreso fundacional que lo transformará, Íñigo Errejón mediante, en una organización política con estructura propia y reglamentos definidos, y sin embargo, su modesto portavoz ya ha sentenciado con claridad meridiana que con IU, ni a la esquina, porque las esquinas, gracias a Podemos, ya están a reventar con gente empoderándose de lo lindo. Empoderándose básicamente para votar a Pablo Iglesias

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