Paulino y/o el Ser Supremo

A Paulino Rivero, presidente del Gobierno autonómico, se le ha podido escuchar disertando sobre las virtudes salutíferas del juego de petanca, la transubstanciación del gofio que convierte el millo en canariedad, los efectos del cambio climático, las complejidades de la globalización financiera o el amor incondicional que cualquier alma noble siente por los pajaritos. Siete años de progresiva incontinencia verbal – estimulada por la obsesión por las fotos, los titulares y los baños de multitudes chiquitas o grandes –dan para mucho. Pero no es suficiente. Nunca lo es. Ahora los sufridos ciudadanos isleños pueden disfrutar de unas gotas de sabiduría teológica que el señor presidente derramó en Puerto del Rosario, donde se plantó para participar en un acto religioso de la llamada Misión Cristiana Moderna. Como Dionisio Areopagita, pero con corbata y gemelos, Rivero tomó el micrófono y se dirigió a la arrobada congregación.
“Siempre es importante tener una referencia…Creer en algo…Creer en un Ser Superior…Creer en un Ser Superior para ser mejores personas, mejores ciudadanos, mejores pueblos, mejores naciones…Hay que tener esa referencia…”  No es un vídeo de Abukaka o de El Supositorio. Esta maravilla se la pueden descargar de youtube. Yo lo hice y reconozco, víctima de la fascinación, creí que se trataba de un discurso de Rivero al Consejo Político Nacional de CC. Al final y al cabo los sociólogos de la religión nos explican que el concepto de divinidad es una proyección trascendente del concepto de nosotros mismos, de nuestros miedos y ambiciones, de nuestro código moral y de las reprimidas ganas de saltárnoslo. Que se enteren los amigos, enemigos y mediopensionistas del consejo político. Es imprescindible contar con una referencia y creer en un ser superior y, por supuesto, designarlo candidato presidencial por tercera vez consecutiva, porque si no dejaría de ser un ser superior y crujirían el orden del universo y las ubres de las cabras, y ya sería imposible alcanzar, compañeros y compañeras, ninguna vida digna de ser vivida.
Pero no. El presidente del Gobierno autonómico solo estaba tomando parte de un acto social y religioso organizado por una congregación evangelista. Explicando que resulta indispensable compartir la fé en Dios para comportarse correctamente y avanzar en la vida individual y colectiva. Un presidente predicando y advirtiendo que sin religión la vida se vacía desprovista de un sentido totalizador de la existencia. Un presidente sermoneando, amonestando, dictando simplonerías a modo de doctrina religiosa. Un presidente faltando el respeto a su cargo, a sus votantes y a todos sus conciudadanos. Solo era eso.

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Debate amormado

El debate sostenido ayer por varios candidatos al Parlamento Europeo en el Club La Prensa devino previsiblemente decepcionante y a buen seguro marcará la mediocre tónica dialéctica en los próximos días. Los mejores conocedores de la Eurocámara – Gabriel Mato y Juan Fernando López Aguilar – no hablan de lo que saben mientras los representantes de IU y de UPyD no saben de lo que hablan. Javier Morales, el candidato fantasmagórico de Coalición Canaria, repitió el devocionario de las singularísimas especificidades del Archipiélago, que solo puede ser comparado consigo mismo, como el Dios de Agustín de Hipona. Pese a débiles resistencias ninguno pudo sustraerse a la nacionalización de la discusión política mientras las referencias a Europa, sus políticas e instituciones generalmente fueron vagas, intermitentes y  muy poco propositivas. Para Gabriel Mato todo se ha hecho aceptablemente bien y en España comienza a amanecer. Para López Aguilar la mayoría conservadora en Bruselas y Estrasburgo ha llevado a la UE a su mayor crisis de su historia mientras (se supone) tal desastre pilló a los comisarios y diputados socialdemócratas en el cuarto de baño. Mientras Morales continuaba encerrado en su placenta a salvo del calentamiento global, Elvira Hernández y Miguel Ángel González se dedicaban a afearles el bipartismo al PP y al PSOE. Gente mala, gente regimental, gente bipartidista, puaj.
Socialdemócratas y conservadores llevan más de un cuarto de siglo proclamando su acendrado europeísmo, pero hasta el momento el creciente abstencionismo electoral de los españoles les ha resultado indiferente. Pedagogía política, ninguna, salvo el difuso mensaje de que incorporarse al Mercado Común primero y a la Unión Europea más tarde significaba incorporarse a un futuro de prosperidad económica y calidad democrática destinado a romper definitivamente la tibetanización del país. Treinta años más tarde ese atractivo ha desaparecido, pero mientras las derechas europeas comparten un programa inequívoco las izquierdas ni siquiera proponen convincentemente las reformas institucionales y normativas que urgen a la UE para no seguir prostituyendo hasta la aniquilación sus principios fundadores, combinando eficacia económica y políticas redistributivas. López Aguilar pide más estímulos fiscales “implicando al Banco Central Europeo”, como si se tratara de invitar a Draghi a unas cañas, y Elvira Hernández pide auditorias a los fondos europeos para pasar el rato. Va a ganar la abstención. Pero verán ustedes como en la noche electoral no la felicita nadie.

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Estercolero

La afirmación –escasamente discutible – de que twitter es un estercolero ha sido certificada una vez más en las últimas 48 horas a propósito de cientos, si no miles de nauseabundos comentarios sobre el asesinato de la presidenta de la Diputación de León, Isabel Carrasco. Para relativizar la evidencia se suele señalar que twitter –como el resto de las redes sociales – no crea estúpidos, tarados o miserables, sino que, simplemente, les ha proporcionado una audiencia – una presencia semántica –que antes no tenían. Pero no lo tengo tan claro.
Las redes sociales han sido reiteradamente bendecidas no solo ni prioritariamente como canales de expresión, sino como espacios de diálogo, comunicación y reparto de información y contenidos. Sin embargo es más difícil encontrar diálogo en twitter que en cualquier pleno del Parlamento de Canarias. Mayoritariamente los usuarios entienden twitter como una trinchera para posicionarse más emocional que analíticamente sobre acontecimientos y discursos externos. En sus expresiones más vivas y desaforadas el tuitero  español practica un guerracivilismo furibundo. No se define por su interpretación de los acontecimientos, sino por su adhesión sentimental y mecánica a la apología o condena de los mismos y eso no excluye, sino todo lo contrario, a políticos, periodistas o profesores universitarios. Twitter es –entre otras cosas — una expresión  tecnológicamente maravillosa de la cultura trash. Hace muchos años, en una entrevista, el dramaturgo Fermín Cabal me dijo que reparó en la inutilidad del teatro comprometido  cuando descubrió que “solo convencía a los previamente convencidos”. El tuitero está previamente convencido de cualquier cosa antes de la primera consulta a su timeline al amanecer. Y si el diálogo es una aventura estéril es porque las redes sociales – como toda la cultura digital popular – son receptáculos fruto de la reacción, no de la acción. El usuario de twitter o de facebook no toma iniciativas de comunicación: reacciona invariablemente – y rara vez no lo hace de forma binaria – frente a hechos y contenidos que caen mansamente desde la nube digital que nos envuelve. Entre la pululante multitud que opina ininterrumpidamente – porque la opinión ya no es un derecho sagrado, sino una práctica masturbatoria – no cabe distinguir personalidades, sino una vasta fuente de fragmentos babeantes dispuestos a no entender nada, pero decididos a que quede muy clara su posición, su queja permanente, su sacrosanta indignación, su lucidez insobornable para la inteligencia, su ingenio chispeante, su inextinguible astucia al distinguir lo negro de lo blanco y viceversa.
Una hipótesis: las redes sociales no se limitan a publicar la estupidez, la maldad o la ignorancia. Son estructuras que por su propia naturaleza operativa y su fantasioso espíritu democratista la fomentan, estimulan o legitiman.

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Socialdemocracia maniatada

La reciente advertencia de Juan Fernando López Aguilar (“es mentira de que Canarias dispondrá de más fondos de la Unión Europea en los próximos años”) se me antoja irreprochable. El ejercicio 2015 forma parte del marco financiero plurianual (2014-2020) que tiene entre sus objetivos una progresiva  contención en inversión y gasto. Los 980.000 millones de euros aprobados significan un descenso del 3,5% al marco financiero anterior, un recorte impuesto por la presión de los contribuidores netos a las finanzas comunitarias, particularmente Alemania y el Reino Unido. La Comisión, presidida por el neoliberal más sonriente del continente, José Manuel Durao Barroso, le rompió el brazo a la Eurocámara. Fue una pésima noticia en su día — aunque para variar obtuvo un pálido reflejo en los medios de comunicación canarios — porque significó que la UE renunciaba a cualquier estrategia política anticíclica y optaba por poner la zancadilla al imprescindible esfuerzo de mayor integración política, fiscal o social. Esos 960.000 millones puede parecer una enormidad de pasta, pero solo representa el 1% del PIB de la Unión. López Aguilar simplemente recuerda la testaruda realidad frente a las desvergonzadas falsedades electorales del Partido Popular y sus candidatos.
En cambio resulta sumamente discutible que la corrección de esta situación, tal y como sostiene el eurodiputado socialista,  consista en votar en masa a los partidos socialdemócratas  para cambiar la “correlación de fuerzas” en la Eurocámara y conseguir así una amplia mayoría progresista. Me resisto a creer que López Aguilar crea que la cosa sea tan sencilla. Primero, porque por desgracia los intereses nacionales siguen manteniendo preeminencia sobre las convicciones partidistas y condicionan fuertemente – si no determinan con rigor mortis– la praxis parlamentaria de las organizaciones políticas, salvo para colar parches como ese ridículo fondo destinado al paro juvenil (6.000 miserables millones de euros). Y en ese sentido no existe eso que llaman los ilusos taumaturgos del periclitado europeismo “los socialistas europeos”. En segundo lugar está otra terca realidad que López Aguilar y sus compañeros obvian: la manifiesta incapacidad del centroizquierda en toda Europa para diseñar y sacar adelante una agenda política distinta a las prioridades esculpidas por la Comisión y la troika, tal y como demuestran las experiencias de Grecia, Portugal, España y ahora Francia. Es lo que Ludolfo Paramio ha llamado “la socialdemocracia maniatada”. Tan maniatada que los eurodiputados socialdemócratas ni siquiera votaron negativamente ese marco presupuestario 2014-2010 que ahora denuncia López Aguilar…

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Guardianes del pasado

Mientras escribo llegan por la ventana los acordes de  La Internacional y su letra magnífica y cursi. Cada vez que la escucho – nadie la corea, es música ambiental como la que se escucha en las consultas del dentista — me reafirmo en una vieja definición del comunismo ensayada por Chesterton. “Es una herejía cristiana”. En lo más atronador y sangrante de la crisis las organizaciones sindicales se manifiestan en las calles de esta ciudad – y en casi todas las ciudades – divididos y agitando sus propias banderas y eslóganes. Supongo que en caso de catástrofe nuclear, una vez que el sol brille de nuevo y se deposite en las entrañas de la tierra el polvo radioactivo, los sindicalistas supervivientes seguirán manifestándose  por separado, no vayan a confundirnos las cucarachas con esos paniagüados corruptos o aquellos chiflados antisistema. Dudo que tengan remedio.
No lo tienen los grandes sindicatos. Las grandes organizaciones sindicales – UGT y Comisiones Obreras – viven instalados ideológica y programáticamente en un posfordismo que desapareció hace muchos años. Institucionalizaron su dependencia económica de las administraciones públicas transformándose en una burocracia con una tendencia irrefrenable a la oligarquización de los equipos de dirección. Un sano posibilismo les llevó – como a todos los grandes sindicatos europeos – a plantear las reivindicaciones sindicales a través del cauce de los grandes acuerdos dentro de la Constitución y las instituciones políticas pero se han transmutado en un subsistema dependiente de la organización del Estado y, por tanto, se les identifica desconfiadamente con el estatus quo. De hecho, les guste más o menos, han devenido instituciones paraestatales. Cada vez se parecen menos a la sociedad en la que se insertan, no digamos a los trabajadores (y parados) de este país maltrecho y puteado. Para los sindicatos tradicionales — ¿hay otros? – un trabajador precario, el nuevo precariado en suma,  es un animal o una especie exótica incomprensible que no cabe en sus clasificaciones taxonómicas. Los grandes sindicatos – que en lo peor son mimetizados por los pequeños – se limitan inercial e ineficazmente a defender los insiders del mercado de trabajo pero no saben o no pueden trazar programas y estrategias para los outsiders.  Su representatividad lleva lustros en entredicho. Actúan como los guardianes de un pasado que ya se ha evaporado.
“Los viejos dioses habían muerto y los nuevos no habían aparecido”, cuenta Yourcenar del reinado de Adriano. Los viejos modelos de acción sindical están osificados, pero los nuevos instrumentos de participación en la política y el trabajo son todavía un magma de foquismos, mareas ciudadanas, concentraciones, cibeactivistas. El capital, en cambio, está pródigamente internacionalizado, ha convertido  su globalización es su principal factor de crecimiento y supervivencia,  y no descansa ni se distrae entre el anochecer y el alba.

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