El gallinero

Los concejales que impulsan la moción de censura en el ayuntamiento de Tacoronte argumentan, por supuesto, que su propósito es poner en marcha “un modelo de gestión distinto”. ¿Gestionarán el ayuntamiento como un crematorio, una fábrica de porrones, una tienda de prótesis dentales? Por desgracia no lo han precisado, y no lo han hecho porque, como en la inmensa mayoría de las mociones de censura, no se trata de priorizar los intereses de los administrados, sino de repartirse el poder municipal. Lo demás son fútiles huevonadas. El pacto entre Coalición Canaria y PSOE fue inestable y estuvo preñado de desconfianzas y reservas desde el primer día. Después de las mayorías que acumuló Hermógenes Pérez durante 16 años y que dejaron exhaustos a sus propios votantes,  los socialistas se encontraron en 2011 con que CC no alcanzaba la mayoría absoluta. Solo la terca insistencia de los dirigentes insulares coalicioneros y socialistas hizo posible que Álvaro Dávila fuera elegido alcalde.
El señor Dávila es un técnico puntilloso que ama los renglones derechos y el cumplimiento maniático de las normativas y reglamentos y tiene una tendencia irreprimible a no olvidar jamás que es el presidente de la corporación. Ni siquiera lo olvida al dar los buenos días a los concejales del equipo de gobierno. Dávila es minucioso, trabajador, silenciosamente porfiado y tiene la misma cintura política que un armario ropero. Los socialistas se han deleitado en buscarle las cosquillas con asuntos como las ayudas sociales, los horarios veraniegos del personal municipal o el Mercadillo del Agricultor. Sometido a una gota más malaya que socialdemócrata Álvaro Dávila terminó por saltar furibundamente hacia la nada, es decir, hacia la piscina vacía de una moción de censura demasiado apetitosa para el PSOE y el PP. Habrá lamentos, indignaciones y crujir de dientes, pero la estabilidad del Gobierno autonómico no está en cuestión por parte de nadie. El episodio de la moción de censura de Tacoronte debería asumirse como un estimulo para reflexionar sobre la conveniencia – y la urgencia – de una reforma de la administración local que no es la que está a punto de aprobar precisamente el PP. Una reforma que impida la transformación de la partición política en la gestión local en una feroz partidización de la misma, con su obscena exacerbación de fulanismos y la sospecha perenne de un clientelismo funcional. Pero que nadie se preocupe por esto tampoco, porque los zorros no renunciarán fácilmente a la gestión, quítate tú pa ponerme yo, del gallinero.

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Una voz

La noche santacrucera es un silencio perfecto por el que se paga un precio de oro en los cementerios para millonarios de California. Hemos recuperado las pobrezas, incomodidades y modestias de los años sesenta, pero también dones que creíamos desaparecidos para siempre, entre otros, este silencio que huele a melancolía obligatoria, cena fría y cucarachas aburridas. Caminas por la ciudad muda, a la que la crisis, última expresión de su gilipollez fetal y consuetudinaria, le ha arrancado la lengua, y el silencio es tan perfecto que ni siquiera se escucha el sonido de tus propios pasos ascendiendo por la calle del Castillo, bajo la luz de una luna que también parece de alquiler, una luna roñosa y distraída, que pasa por aquí porque no tiene más remedio. Y entonces lo escuchas. Es una canción. Alguien está cantando.
Se escucha una voz gutural que canturrea algo incomprensible allá, a la izquierda, cerca de unos contenedores de basura. La canción avanza a trompicones durante un par de minutos; tú te detienes, expectante más que asombrado; y de repente la voz comienza un discurso extrañamente sereno, como el de un borracho clavado en la barra de un bar a la hora en la que la madrugada ha destartalado todos los relojes y tu propio hígado es tan palpable como cualquier recuerdo desgraciado:
–¿Qué qué hago yo aquí?  Y yo que sé qué coño hago yo aquí.
Se levanta un fisco de viento. La voz se repite, como gozando de sí misma.
–¿Qué qué hago yo aquí? Y yo qué sé qué coño hago yo aquí. Pero quiero estar aquí. Ay, déjame ya, yo solo quiero estar aquí. No, no me pregunte, no me preguntes, uo solo quiero está aquí. ¿Qué qué coño hago yo aquí? Morirme. Yo solo quiero morirme aquí.
Te acercas a los contenedores. La voz procede de uno de ellos. Es un hombre en un contenedor que ahora saca un brazo y pide ayuda, y tiras de él hasta que puede salir, andrajoso y maloliente, y el hombre parpadea, balbucea que se ha caído al rebuscar algún comistrajo entre la basura, se recompone y, en ese instante, te lanza una mirada mortífera de odio imperturbable, y echa a correr, vete al carajo, corre como un desesperado, al carajo, gafado, huevón, marica, trotando hacia la plaza Weyler, hasta que se dejan de escuchar sus pasos, sus gritos y su respiración agónica y vuelve el silencio cálido, tarado y mentiroso sobre Santa Cruz de Tenerife.

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Hoja de ruta

El presidente del Gobierno canario, Paulino Rivero, ha tenido la gentileza de informar, al cabo de un lustro y pico de catastrófica recesión económica, de que su gabinete tiene una “hoja de ruta” para salir de la crisis. Yo sospecho que la hoja se la fumaron el presidente y los consejeros hace tiempo, pero no quiero ser grosero ni destructivo, y solo deseo dejar constancia de la estupefacción que este descubrimiento ha producido en las organizaciones empresariales y en las fuerzas sindicales que no tenían la menor idea al respecto. Como ocurre con todos los políticos durante el último lustro, Rivero se refugia ya no en grandes palabras – todas las grandes palabras han encogido hasta alcanzar las dimensiones de un medio de choped, cena predilecta por gran parte de la población española y canaria en la actualidad – sino en una suerte de simetría verbal que ordena y redime mágicamente el mundo; no en vano Borges cantó al lenguaje “porque simula la sabiduría”.  Canarias, como comunidad autonómica, no tiene, por supuesto, ninguna puñetera hoja de ruta para salir de ninguna parte, porque esta metáfora sobada e inepta ni siquiera dibuja las dimensiones estructurales de nuestros problemas, que no son, obviamente, solo exógenos y adjetivos. Lo cierto es que lo que pudiera hacer competencialmente el Gobierno regional no lo está haciendo, mientras se toma mucho trabajo en insistir en aquello en que no puede hacer nada.
Lo que pudiera (y debiera) hacer la Comunidad autonómica se desarrolla en cuatro frentes: reforma administrativa y normativa, despliegue de condiciones para atraer inversión española y extranjera, renovación inteligente y hábilmente negociada del REF y planificación de programas y acciones para luchar contra la pobreza, la miseria y la exclusión social, maximizando, a través de la coordinación entre las administraciones públicas, los recursos disponibles. La reforma administrativa se extravío a lomos de una formidable comisión que ha desparecido sin ninguna explicación; la búsqueda de inversiones es un ejercicio ajeno a una cultura gubernamental basada en el clientelismo fosilizado y las intrigas palaciegas, mientras se espera que los banqueros, después de un café en el Hotel Palace, firmen créditos a través de convenios que ni siquiera han deletreado; el REF remitido a Madrid es un texto sancochado en tres tardes parlamentarias que corroe la misma naturaleza de un fuero histórico; y la planificación de programas contra la pobreza y la exclusión social depende todavía de una estrategia pomposa que los sesudos napoleones de la consejera Inés Rojas no terminan de pergeñar. Pero tranquilos, Hay una hoja por ahí. No servirá para llegar a un futuro vivible, pero sí para esconder, durante unos segundos, un presente intolerable.

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Documentos

A última hora de la tarde de ayer viernes fueron descubiertos, bajo unos polvorientos calzoncillos negros de la talla XXL curiosamente abandonados en el penúltimo escalón de la grada que lleva a las profundidades infernales de la Gerencia de Urbanismo de Santa Cruz de Tenerife, un conjunto de legajos asombrosos relacionados con el caso de Las Teresitas. Se trata de cuatro testimonios documentales que, al margen de un análisis técnico más concienzudo, vienen a proyectar una luz extraordinaria sobre los hechos conocidos, desconocidos o deshechos hasta ahora.
a) Miguel Zerolo  jamás existió. Bajo la expresión nominal “Miguel Zerolo” se esconde en realidad la invocación a un personaje alegórico que podría representar la ontología heideggeriana –  un zer-en-sí  contrapuesto a un zer-para-sí o quizás al revés – los ciclos de la luna en las noches sin luna o bien el astro solar triunfante según una antigua tradición mesopotámica. Por lo tanto, Miguel Zerolo jamás fue alcalde ni mucho menos nadie le votó reiteradamente para que lo fuera durante doce años. El impacto de esta revelación será decisivo en el proceso judicial en curso.
b) La playa de Las Teresitas no está en San Andrés. El segundo documento deja claro, aunque no sea demasiado explícito en ninguno de sus términos, que la playa de Las Teresitas no se encuentra en la ubicación geográfica hasta ahora considerada correcta por decenas de miles de ciudadanos durante varias generaciones. Las Teresitas, en realidad, se encuentran en Uganda, y no se descarta el envío de una comisión rogatoria para examinar el estado de la playa, incluyendo sus prodigiosos acantilados, e investigar toda la documentación que pueda aportar la Junta de Compensación Bantú-Acholi, si no ha llegado antes Mauricio Hayek, por supuesto.
c) Las sedes de los juzgados de primera instancia y del Tribunal Supremo son meras representaciones mentales y no-fenoménicas de Umi-Bozu, oscuro monstruo de la mitología japonesa que descansa en el fondo de los océanos y se alimenta básica, aunque no exclusivamente, de gambas fritas y papel timbrado.
d) Por último, se ha hallado un convenio de colaboración entre la realidad y el periodismo, en pésimo estado de conservación, y prácticamente ilegible, aunque un somero análisis químico ha confirmado restos de sangre, alcohol, opiáceos, tinta de papel moneda, saliva, miedo, resentimiento, estupidez, narcisismo y salsa huacamole.

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Cuá

El asunto de los patos laguneros, cruelmente exiliados de la plaza de la Catedral, sigue candente. Cientos de laguneros de pro no consiguen conciliar el sueño después de observar, amargamente, como el pequeño, sucio y asqueroso estanque donde una docena de patos compartían tres metros cuadrados ha desaparecido para siempre. Ayer, un representante de los patos exiliados se entrevistó en la sede del Centro Canario Nacionalista con Ignacio González Santiago, presidente federal del CCN, diputado regional, licenciado en Derecho y Económicas por la Universidad Pontificia de Comillas, exconsejero de Presidencia del Gobierno autonómico y candidato a la Alcaldía del ayuntamiento de Santa Cruz de Tenerife para las elecciones municipales de 2015, entre otros honores, distinciones y disfunciones que, al salir a la calle, el pato llevaba incrustados en el buche. El paticidio de Fernando Clavijo y su equipo ha causado tan revuelo que, rodeado por representantes de los medios de comunicación, el representante de los palmípedos se vio obligado a improvisar una rueda de prensa:
–¿Satisfecho con la reunión?
–Cuá. El señor González Santiago ha mostrado una enorme sensibilidad ante esta inaudita situación, quizás el mayor escándalo que ha vivido La Laguna desde los tiempos en que quisieron secuestrar a la concejal doña Raquel Lucía y no lo hicieron porque se la hubieran  tenido que quedar.
–¿Cuáles son exactamente sus reivindicaciones? ¿Quieren regresar de inmediato al estanque de la Catedral?
— ¿Cuá? ¿Usted está loco? ¿A esa charca infecta, a ser asustados por los mocosos o tiroteados por los viejos con cuscurros de pan duro? Por favor. La oferta que hemos recibido de Nacho es la mejor. Nos propone instalarnos en Santa Cruz frente a la playa que se construirá delante del Cabildo, en un estanque con yakuzi anejo, una sala de hidromasajes y un suministro estable de maíz palmero. Como dice Nacho, y perdón por la confianza, un nacionalista que no sabe cuidar sus patos no es nacionalista ni es nada.
— ¿Y a cambio?
— Nos afiliaremos voluntariamente al CCN. Nos han prometido un puesto de salida al Cabildo. Nacho nos ha asegurado que nunca sobrarán patos ni gansos en su partido para defender el ideario de un nacionalismo centrista, moderado e integrador.
— ¿Y ustedes que han dicho?
— ¿Qué vamos a decir? ¡Cuá!

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