Muévase

Ignoro si José Miguel Pérez, vicepresidente y consejero de Educación del Gobierno de Canarias leerá este artículo; me traen absolutamente sin cuidado las lecturas periodísticas de este ectoplasma que cree que la política es acudir a un despacho de ocho a seis y practicar un mesurado postureo progresista entre los bostezos de su propio grupo parlamentario desde la tribuna del Parlamento. Pero si tal cosa ocurre, si el consejero o alguno de sus tiralevitas lo lee, me gustaría que Pérez se imaginase en su mesa de trabajo todos los días con un hombre grande, amazacotado y sonriente instalado en una esquina del despacho. Imagíneselo usted, Pérez, esa sonrisa bovina de la que cae un delgado hilo de saliva mientras le observa cada mañana, porque usted no puede hacer nada, absolutamente nada, por suprimir la presencia del hombretón baboso en su despacho. Usted, el consejero de Educación,  se ha dirigido a los secretarios, lo ujieres, al personal de prensa y a las señoras de la limpieza, pero todos le dicen, Pérez, escúchelo bien, que no pueden hacer nada, absolutamente nada al respecto, y alguno, incluso, ha insinuado si usted se encuentra bien y no le convendría ponerse en tratamiento psiquiátrico. Así que todas las jornadas, consejero de Educación, usted se sienta ahí, en su despacho, temeroso y asqueado, escrutado por la mirada cariñosa y anhelante del hombretón, y lo peor es que a veces se levanta, se acerca a su mesa, mira por encima de su hombro lo que usted está leyendo o escribiendo, lanza un gutural gritito de entusiasmo y sí, le acaricia la nuca suavemente, se la acaricia durante interminables minutos, y cada uno de los gordos dedos parece a punto de lanzarse a explorar por su cuenta, y usted, consejero de Educación, siente el aliento del hombretón, un aliento caliente y caldoso, usted puede prácticamente adivinar lo que ha desayunado el hombre y siente gravitar a su espalda noventa kilos a punto de derrumbarse sobre usted, Pérez, y está usted solo, y sabe que mañana, que la próxima semana, que al mes siguiente, en fin, encontrará a este tarado baboso esperándole en la esquina de su despacho, con sus manos libres, con su aliento preparado, con sus expectativas apenas contenidas. Usted es su espectáculo, su gozo y su tentación.
En el colegio Juan XXIII de Tazacorte un pedófilo, condenado por un tribunal por abusos sexuales, sigue impartiendo clases porque usted y su equipo, José Miguel Pérez, les da la gana. Tenga usted decoro institucional, ejerza usted su responsabilidad política y administrativa, y suspéndalo de empleo y sueldo. Tenga vergüenza, joder, que también los ciudadanos le pagamos la vergüenza, José Miguel Pérez.

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En el Palace

La reunión del presidente Paulino Rivero en Madrid con representantes de los grandes bancos españoles y del empresariado turístico del Archipiélago brindó una imagen un tanto bizarra. Lo más sorprendente de la misma estribó, precisamente, en el contraste entre la pompa escenografía organizada – un gran salón en el Hotel Palace  tapizado de rojo con una mesa capaz de acoger medio regimiento de lanceros bengalíes – y las relativas vaguedades en las declaraciones finales. Casi todos los banqueros o bancarios fueron parcos en palabras mientras que Rivero y otros altos cargos del Ejecutivo pusieron el entusiasmo, los parabienes y algunas cifras francamente estupendas. Los bancos habrían expresado su voluntad de abrir “líneas de crédito ventajosas” a proyectos de rehabilitación y reforma de la planta alojativa turística en Canarias. Rivero apuntó al final de la reunión que los créditos podrían alcanzar nada menos los 3.000 millones de euros hasta el año 2020 para convertir en una realidad el plan renove de los hoteles isleños que el presidente defiende – muy razonablemente — como “única alternativa” para el sector de la construcción en Canarias.
El curioso mecanismo para alcanzar el maná crediticio consiste en articular convenios entre el Gobierno autónomo y los empresarios turísticos que serán bendecidos por las entidades bancarias. Pero, al parecer, los directivos de la banca no han leído ni uno solo de dichos documentos y menos aun conocen el “convenio marco” que regula la naturaleza jurídica y el funcionamiento de los mismos. ¿Qué aporta el Gobierno regional en este asunto? ¿Ha recorrido simplemente los despachos financieros para ablandar el corazón de piedra de sus egregios ocupantes hablándoles del sol y las playas de Canarias? ¿Ignoran los departamentos de riesgo y los servicios de estudio de los bancos españoles las cifras y perspectivas de la afluencia turística en Canarias o la situación crediticia de las cadenas hoteleras y las autoridades autonómicas han acudido raudas a explicárselo con patriótico detalle? ¿O es que el mismo Gobierno se arriesga en los convenios todavía invisibles a jugar cierto papel de avalista? Sería extremadamente conveniente que el Ejecutivo y su presidente aclararan estos extremos. Porque la grandiosa y promisoria foto del Palace, con su revuelo de corbatas se seda y su delicado hedor a dinero fresco, no se desintegrará en los próximos años y podría ser testigo de un nuevo y extenuante triunfo de la nadería.

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Yo maté a Paulino Rivero

Dormitaba en mi despacho del barrio Duggi – mes y medio sin que ningún cliente asomara la nariz – cuando comenzaron las campanadas. Los tollos de El Puntero y las campanas no se llevan bien a las cinco de la tarde y no tuve más remedio que despertar. El ritmo de las campanas era solemne y al mismo tiempo apático. Tardé poco tiempo en recordarlo: estaban tocando a duelo desde la Iglesia de la Concepción. Eso solo podía significar que la había diñado un pez gordo. Las campanas jamás recuerdan la muerte de un pobre, ni siquiera de un privilegiado mileurista. Recordé, como si fuera Carvalho, los versos de John Donne: “Por eso no preguntes nunca/por quién doblan las campanas./están doblando por ti”. Pero el gilipollas de Donne murió antes de la caída de Lehman Brothers.
Me arrastré hasta el transistor y la voz aguardentosa de una locutora local, flor verbal de medianías, entró como un huracán de mocos en el despacho:
–Desgraciadamente tenemos que confirmar la noticia (gemido) una noticia que ha conmovido a toda Canarias (puchero) e incluso a las siete islas del Archipiélago y más allá (gemido prolongado). Este mediodía ha sido encontrado en su despacho el cuerpo sin vida (profunda inspiración) del presidente de la Comunidad autónoma, don Paulino Rivero Baute…(llanto inconsolable)…
No pude escuchar más, porque en ese instante cayó con estrépito la puerta del despacho y entraron media docena de agentes de la Policía Autonómica, a los que no identifiqué por sus uniformes, sino porque en vez de pistolas portaban amenazantes chácaras en sus manos. El peor encarado me advirtió terminantemente:
–Arriba las manos y quietecito, pibe, o te cantamos un sorondongo de Valentina la de Sabinosa…
–Dudo que eso sea constitucional…
–Ni respires. Yo la Constitución española la acato, pero no la comparto, así que…
Detrás de la muralla de uniformados surgió un viejo conocido, cuyo nombre recordaba perfectamente.
–El señor Barragán… ¿Sigue usted en el Parlamento? ¿Qué tal le va?
–Viendo el estado de su despacho, mejor que a usted. Estoy aquí como secretario general de Coalición Canaria. No sé haga el tonto. Sabe lo que ha ocurrido.
–Estaba escuchándolo por la radio…
–Primero, debemos descartarlo como sospechoso. A ver…¿dónde estaba usted al mediodía?
–Comiendo tollos en El Puntero…
–Que venga el CSI inmediatamente.
Del grupo de policías se adelantó un tipo alto, flaco y semicalvo que llevaba gafas de pasta.
–¿Usted es del CSI de la Policía Autonómica?
–Yo soy el CSI de la Policía Autonómica. A ver. Eche el aliento en este pañuelo.
Lo miré perplejo, pero le lancé un pequeño eructo. El policía acercó la nariz al pañuelo varios segundos, se lo metió en el bolsillo y se ajustó las gafas.
–No ha sido él. Su coartada es válida. Ha tomado tollos y además con mojo cilantro. Un poco ácido tal vez.
Barragán suspiró largamente.
–Bien. Por puro patriotismo, y en nombre del Gobierno de Canarias, le conmino a usted a colaborar en la identificación y detención del responsable del asesinato del presidente Rivero…
–¿Fue un asesinato?
–Usted dirá. Lo encontramos derrumbado en su despacho con un canario incrustado en la garganta en cuyas alas estaban dibujadas dos letras: la P y la L.
–Humm. Empecemos por lo de siempre. Necesitaría una lista de sospechosos. Ya sabe. Gente que pudiera tener algo en contra del presidente del Gobierno.
–Claro. A ver, chicos – Barragán se dirigió a las policías – búsquenle un ejemplar de la guía telefónica a este señor…
Tres días después había reducido a cinco los sospechosos. Los cité en el mismo despacho del presidente finado: Ana Oramas, Ricardo Melchior, Fernando Clavijo, Antonio Castro y Willy Garcia. Le pedí a un jurista, Fernando Ríos Rull, que me acompañara en el interrogatorio.
–Pero yo, precisamente yo – dijo García-. ¿Cómo se le ocurre?
–Si no está el presidente, no puede firmar su cese.
–Ostia, es verdad. Es una idea cojonuda.
–Yo estaba en Madrid  y lo puedo certificar – aseguró Oramas, agitando un billete de Iberia -. Y jamás le haría tal cosa a un pajarito.
— Yo ya soy inmortal, joven – explicó Melchior — aunque me apena de verdad que entre los simples seres humanos todavía menudeen estas prácticas abominables…
–Yo me estaba probando un chaleco antibalas para la votación del Plan General de Ordenación, tengo testigos y mucha prisa – apuntó Clavijo, mirando el reloj.
–La muerte… ¿La muerte es subir o bajar? ¿Usted qué cree? – la voz de Castro era casi inaudible.
–No perdamos más tiempo – le corté -. Fue usted, Ríos.
El mismo aire pareció congelarse. Todos los ojos se centraron en la figura de Fernando Ríos Rull, rigurosamente ataviada de negro.
–Eso es…una monstruosa locura…yo…admiraba al presidente…era el hombre…que Canarias necesitaba…para siempre…
–Por eso mismo acabó con él. Porque le había contado la verdad en un momento de franqueza o distracción. Que Canarias no existe fuera de las novelas de Vázquez Figueroa. Y usted, presa de una ira incontrolable, tomó un canario de su casa y se lo hizo tragar, no sin antes dibujar esas iniciales en las alas del pájaro: P y L.
–¿P y L? – coincidieron todos, estupefactos.
–Patricio Lumumba, líder de la independencia del Congo. Fernando Ríos, queda usted detenido.
— Sí. Es cierto. Lo hice en un rapto de locura por la patria mancillada. Yo maté a Paulino Rivero. Pero al menos no lo he tuiteado….
El comisionado salió entre dos policías con la cabeza gacha. Todavía pude oír a mis espaldas un comentario de Willy García:
–¿Lo mató por un Lumumba? Qué cosas… Y yo que creía que Fernando no bebía…

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Cumpleaños

La niña que cumplía años llevaba semanas pidiéndolo: quería un mago en su fiesta. Un mago alto y ceremonioso de sombrero de copa donde extraer conejos rosados y una varita mágica capaz de materializar todas sus fantasías. Quería un mago, simplemente un mago, que hiciera todos los trucos y encantamientos que le pidieran ella y sus amigos. Que desapareciera una silla. Que una nube blanca surgiera del suelo. Que los colores del arcoiris se deslizaran sobre la azotea de su casa. Que repartiera chocolatinas surgidas prodigiosamente de sus manos. A ver qué amigos podrían presumir de contar con un mago, un mago inequívoco, con su capa, sus guantes, su sombrero de copa y su varita mágica en su fiesta de cumpleaños. Ja. Los padres se afanaron para cumplir el deseo de su hija. Pero todos los magos estaban ocupados. “Están todos dedicados a la política ahora mismo”, les explicó burlonamente un amigo. Un payaso. Tendría que ser un payaso. El amigo conocía un payaso muy bueno que hacía reír por igual a los niños y a los padres y que invariablemente era despedido con grandes aplausos.
Ya comenzado el cumpleaños la niña recibió la mala noticia. No podría venir el mago, con su sombrero, su capa y su varita de encantamientos, pero en menos de una hora llegaría un payaso muy divertido. Lo pasarían todos muy bien. La niña refunfuñó críticamente. Exigía su puñetero mago. El amigo de la familia la tranquilizó: era un payaso, ciertamente, pero también sabía practicar trucos de magia que asombrarían a todos los invitados. La pibita lo miró con desconfianza, pero pareció aceptar una tregua. Unos minutos después, efectivamente, llegó el payaso. Un payaso canónico: gran nariz sobre el rostro pintarrajeado, enormes zapatones y una flor monstruosa en el ojal. Después de varios chistes y juegos, el payaso anunció que haría un truco de magia. “Es tan bonita la magia en la inocencia de los niños”, dijo. Tomó un saco y proclamó que extraería de su interior “algo asombroso, lo más difícil de encontrar del mundo, lo que todos sueñan y nadie consigue”. “¿Alguien sabe qué puede ser?”.
–¡Un castillo! –gritó un niño.
— ¡Un unicornio! – aulló otro.
— ¡Ya lo sé, ya lo sé! ¡Un trabajo! –grito un tercero.
— ¡Un trabajo! –corearon todos.
Los adultos se quedaron desencajados. El payaso no movió un músculo. Se hizo un silencio interminable en el que se podía escuchar cómo se le marchitaba la flor en el ojal. El payaso arrojó el saco y dijo lo que nunca se oye en los parlamentos:
— Tenías razón pequeña. No soy un mago. Solo soy un payaso.

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La silla

Ana Oramas ha comentado, irónicamente, que en Coalición Canaria nadie tiene la silla segura. Pero quizás lo más preocupante sea la silla. El suponer, en fin, que la silla esté ahí, esperando a quien salga vivo entre los que solo quieren servir a la patria para que tome asiento. Existen buenas razones para suponer que la silla se está desdibujando. Uno de las características que han hecho de CC un gran invento político-electoral es que su mera existencia la convertía en el centro del sistema político regional. Esa posición de centralidad es la que ha permitido a los coalicioneros seguir al frente de la Comunidad autonómica tras ganar o no ganar las elecciones. En el segundo caso Paulino Rivero, cuando ganó ampliamente el PSOE, optó por aliarse con el PP; cuando el PP obtuvo mayor respaldo en votos e igualó en escaños a Coalición,  se inclinó de inmediato por aliarse con los socialistas. Por supuesto, la reforma electoral de 1999 perseguía blindar este tripartidismo (imperfecto) en el Archipiélago, y en su interior, como una valiosa perla en la ostra, la muy rentable situación de CC entre dos partidos enfrentados en el ámbito estatal y que muy difícilmente conseguirían llegar a un pacto de gobierno.
Ocurre, sin embargo, que incluso sin modificar los escandalosos topes electorales, parece racionalmente previsible que el mapa político regional sufra convulsiones notables dentro de dos años. Por no hablar del desgaste coalicionero, cabe aguardar una altísima abstención, pero sobre todo es perfectamente imaginable un desmoronamiento brutal del PSC-PSOE que, entre otras variables, prácticamente está desintegrado en Gran Canaria y apenas renquea penosamente en Tenerife. Sus votos pueden quedarse en casa o traspasarse a una amplia coalición de izquierdas, si las izquierdas isleñas ahora extraparlamentarias practican un ejercicio mínimamente inteligente de pragmatismo y oportunidad. Curiosamente CC necesita, para mantener su privilegiada condición, que ninguno de sus dos socios alternativos padezcan una derrota estruendosa que los reduzca, por ejemplo, a una docena de escaños. Porque el pacto con el perdedor se hace aritméticamente imposible y la Presidencia del Gobierno – y el peso en áreas decisivas del Ejecutivo – se esfuma en el aire turbulento del cataclismo. No se trata de quien vaya a sentarse en la silla: eso es casi un asunto interno que apenas interesa a los electores. Es que la silla está a punto de dejar de existir para trasformarse en un taburete y ni quiera es seguro si podrá utilizarse para sentarse o será más útil para ahorcarse de una soga.

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