Nadería sin alternativa

José Miguel Pérez será el único candidato a la Secretaría General del PSC- PSOE en el congreso regional que los socialistas celebrarán este fin de semana. Lo curioso es que su personalidad política y su gestión del partido no levantan entusiasmo en ninguna de las organizaciones insulares ni en el seno del grupo parlamentario. Cabe sospechar, incluso, que su candidatura no despierta interés ni en el propio José Miguel Pérez, que parece resignado a su aburrimiento esencial, como otros se resignan a la úlcera o a los golondrinos. José Miguel Pérez ha vencido a sus críticos matándolos de aburrimiento, pero no se trata exclusivamente de su grisura personal, de su apacible y tesonera mediocridad, de su radical incapacidad para ejercer un liderazgo político. Es el PSC el que está muerto de aburrimiento. Está aburrido de sí mismo hasta la catalepsia, y su rigor mortis, como organización política, no cabe achacársele al profesor Pérez, sino que hunde sus raíces en los últimos (y extenuantes) veinte años.

El problema del PSC-PSOE no es compartir el Gobierno con Coalición Canaria. El problema del PSC es doble. Primero, haber llegado al Ejecutivo regional en la coyuntura de la peor crisis económica y social parecida en las islas desde la posguerra civil, con una brutal caída de las disponibilidades presupuestarias que transforma en humo cualquier veleidad socialdemócrata. Y segundo, la osificación insalvable de su dirigencia. Pasan Juan Carlos Alemán, Juan Fernando López Aguilar o José Miguel Pérez, pero la oligarquía del PSC continúa ahí ahora y siempre, bunkerizada en el control más o menos pasteloso de las organizaciones insulares. Sobre estas élites oligarquizadas, particularmente resistentes en Tenerife, La Palma, La Gomera y Fuerteventura, construyó su liderazgo Alemán; con ellas pacto buhoneramente López Aguilar, sin cuestionarlas jamás desembarcó José Miguel Pérez en la Secretaría General y en la candidatura presidencial en las elecciones de 2011. La renovación organizativa, programática y estratégica del PSC, su recuperación de espacios entre las clases medias y medias bajas urbanas, resulta imposible desde el inmovilismo de élites que se jugarían su supervivencia política personal. José Miguel Pérez no ha intentado ni intentará en el futuro remover mínimamente este panal de rica miel.

Hace unos meses se habló de un sector crítico que podría impulsar a un candidatura alternativa. Pero la opción se ha deshinchado. Demasiada división, demasiados particularismos, demasiadas desconfianzas y reservas mutuas. Todos los esfuerzos de los tibios y demediados disidentes se concentrarán en obtener mayores cuotas de poder en la comisión ejecutiva regional a través del establecimiento de incompatibilidades. Y que José Miguel Pérez siga adelante hasta achicharrarse en un Gobierno asediado por una recesión despiadada. No pasa nada. Pérez no padece ni frío ni calor. Arderá sin lágrimas

 

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Putrefacción

En el caso de que numerosos miembros de un gobierno municipal, incluido su alcalde, se encuentren procesados judicialmente por varios supuestos delitos, la prudencia más elemental debería llevarlos a intentar defenderse en los tribunales y responder serenamente a las críticas y denuncias con argumentos y datos. Desde un punto de vista político y ético, es sumamente discutible (por decirlo con suavidad) que los políticos procesados financien su defensa con los fondos del erario público municipal. Pero lo que ya resulta intolerable y repulsivo es que los políticos encausados utilicen los fondos públicos para financiar querellas contra adversarios políticos (incluyendo cargos públicos con los que comparten en salón de plenos) y periodistas. Esta pringosa obscenidad solo podría darse en un ayuntamiento en el que el alcalde y sus concejales han tomado como una desvastada finca de su propiedad: el ayuntamiento de Arona.
El señor José Alberto González Reverón no es el ayuntamiento de Arona y alguien debería decírselo para evitar el agravamiento de una psicopatología incontrolada que funde y confunde personas e instituciones, política y amiguismo, clientelismo y prácticas democráticas. Y el gobierno municipal de Arona, qué lástima, tampoco es el ayuntamiento de Arona. Desde un punto de vista técnico, el ayuntamiento es un órgano administrativo; desde un punto de vista democrático, es el representante de todos y cada uno de los avecinados en su municipio. El dinero de todos los ciudadanos no puede ser utilizado por los gobernantes para presentar querellas a los concejales o dirigentes de la oposición en el municipio o para atemorizar a periodistas incómodos. El hecho de que se deban escribir estas estruendosas obviedades ilumina la putrefacción acelerada de la política aronera y, más particularmente, de un gobierno municipal desbordado por acusaciones e imputaciones judiciales muy graves, y que ante la crítica solo sabe reaccionar en una grotesca huida hacia delante sufragada por los impuestos de todos los ciudadanos.
José Antonio Reverón González, Blanca Salazar, Sergio Cabrera, Bentor Trujillo Flores y Julio Concepción son los ciudadanos contra los que se ha presentado una querella interpuesta por el ayuntamiento de Arona por instrucciones del alcalde. Esta caterva demoníaca se ha dedicado en los últimos años a denunciar casos de corrupción política, a criticar duramente las acciones y omisiones del gobierno local, a convocar o apoyar manifestaciones de protesta o a practicar un periodismo de investigación generalmente sustentado en soportes documentales y pruebas indubitables. Y lo más grotesco de toda la situación es que sus querellantes pueden ser condenados judicialmente antes que ellos. Esto es Arona actualmente: uno de los paréntesis más oscuros y mefíticos de la democracia municipal en Canarias.

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El Taburete del Guirre

Los mexicanos llaman La Silla del Águila a la Presidencia de la República. Es un apelativo que refleja la casi ilimitada concentración de poder, preeminencia e influencia de la Jefatura del Estado en el sistema político mexicano. Por el contrario, la Presidencia de Coalición Canaria no es nada. Absolutamente nada, salvo un instrumento de ampliación o limitación de poderes ajenos a sí misma. Carece de ningún peso intrínseco y podría llamársele el Taburete del Guirre.

Quizás resulte conveniente recordar lo que ha sido la Presidencia como órgano de dirección de CC. Y fundamentalmente ha sido cualquier cosa salvo un órgano de dirección de CC. En sus orígenes primigenios nadie pensó que Coalición Canaria, como embrión de una federación de partidos, debiera tener una Presidencia. De hecho durante sus primeros años no la tuvo de facto ni tal vez de iure. Un rasgo perfectamente lógico, porque CC no era un partido, sino, primero, un acuerdo parlamentario (el que propició la moción de censura contra Jerónimo Saavedra), luego un Gobierno sostenido por 31 diputados de grupos heterogéneos, después una coalición electoral, y solo más tarde, una federación de partidos con escasísima voluntad de unificación política y organizativa. En ningún caso las bases de los partidos integrantes de CC (los agrupados en AIC, Iniciativa Canaria o Asamblea Majorera) fueron consultadas para impulsar o refrendar la articulación de una coalición político-electoral A una de las fuerzas implicadas, Iniciativa Canaria,  le costó incluso un pequeño derrame de afiliados: el sector del PCE que se negó a asumir los acuerdos y enjuagues de José Carlos Mauricio y compañía. Las decisiones básicas se tomaron en 1993 por las respectivas cúpulas de los partidos implicados, y así ha seguido haciéndose hasta hoy, con el desgaste progresivo de una federación que apenas merece ese nombre. Coalición Canaria es una organización política con una dirección fuertemente oligarquizada desde sus mismos orígenes –un modelo oligárquico blindado por sus propios estatutos — y cuya selección de personal político, tanto en lo que se refiere a sus delegados congresuales como a los militantes que integran los órganos de representación internos funciona a través de mecanismos de cooptación descaradamente evidentes. Después de casi veinte años de historia –los casi veinte años que lleva gobernando la Comunidad autonómica, solo o en compañía de PP o PSOE – el modelo de organización interna de CC se ha osificado y cada vez se proyecta con mayor nitidez una contradicción creciente. Por un lado una militancia cada vez más harta de su condición de extras en las (malas) películas congresuales; por otro, unos dirigentes apoltronados hace lustros, a veces hace décadas, en los cargos institucionales, y que terminan dirimiendo los equilibrios de poder internos en negociaciones y acuerdos alérgicos al debate público, a la discusión real y comprometida en el seno del propio partido y que, por tanto, cada vez muestran menos intereses –incluso menos interés operativo – en los debates congresuales y precongresuales. La miseria conceptual, estratégica y hasta gramatical de las tres ponencias que se debatirán en el V Congreso Nacional de Coalición Canaria, el próximo mes de junio, es una inmejorable prueba de la abulia y la negligencia con la que la dirección de la federación nacionalista se enfrenta a su reunión más importante.

No, la Presidencia de Coalición Canaria nunca ha sido importante en sí misma. En ningún caso los dirigentes coalicioneros – los máximos representantes de cada isla en la federación, los menceyes insulares—estarían dispuestos a tolerar a un presidente con una auténtica capacidad ejecutiva. Es algo absolutamente extraño a la propia naturaleza de CC. Como los campesinos dijeron a aquel rey castellano, “uno a uno somos tanto como vos, y todos juntos, más que vos”, y eso se lo pueden decir tanto al presidente de la federación como al jefe del Gobierno.  La Presidencia de CC surgió a finales de 1998, cuando se consensuó a Román Rodríguez –extraño consenso nunca plenamente explicado –como candidato presidencial de los nacionalistas en los comicios de 1999. Y surgió como una suerte de satisfacción a Lorenzo Olarte, a la sazón vicepresidente del Gobierno regional, que se había quedado compuesto y sin novia presidencial. Olarte rechazó la oferta. Y no había mucho entusiasmo por parte de nadie, hasta que Paulino Rivero asumió el sacrificio. Por aquel entonces Rivero no era una figura descollante a nivel regional. El presidente del Gobierno era Manuel Hermoso, Román Rodríguez el candidato y Adán Martín le acompañaría en el Ejecutivo como vicepresidente. Como portavoz del grupo parlamentario de CC en el Congreso de los Diputados destacaba un triunfal José Carlos Mauricio. Rivero, en fin, era el portavoz adjunto, pero tomó la Presidencia de Coalición, y fue él quien la llenó de contenido práctico. Rivero hizo con la Presidencia de Coalición exactamente lo mismo que lo que hizo con la secretaria general de ATI desde finales de los años ochenta: mientras otros se ocupaban de la gestión, las fotos y las declaraciones mayeúticas, el diputado y alcalde de El Sauzal se entregó a una incansable labor de fontanería política en todo el Archipiélago, recorriendo isla a isla y municipio a municipio, intermediando en dificultades y atascos, engrasando maquinarias electorales, disolviendo conflictos y desconfianzas. Al cabo de tres años ningún político de CC conocía tan bien las fortalezas y debilidades, las ambiciones y las traiciones, las potencialidades y las miserias que albergaba CC como él. Llenó, por tanto, de contenido estratégico y táctico la Presidencia de CC y la convirtió en su principal capital político para los años venideros. Cuando alcanzó finalmente la Presidencia del Gobierno, tras las elecciones de 2007, encontró en el conejero José Torres Stinga a un sucesor en la Presidencia de CC de toda confianza.

Torres Stinga en ningún momento ejerció como presidente de CC, salvo a efectos puramente formales. Se asemejaba más a un taquimecanógrafo del Gobierno que a un dirigente político con una mínima autonomía. Sin embargo, el acuerdo de majoreros, palmeros y grancanarios que acabó con su Presidencia en el IV Congreso Nacional quiso proyectarse más como un voto de advertencia a Rivero que como un castigo personal. No era nada personal, solo negocios. La elegida, Claudina Morales, aceptó una Presidencia reglamentariamente devaluada, y jamás ha impulsado ninguna iniciativa política propia, en medio de una anomia generalizada de la dirección: el comité ejecutivo apenas se ha reunido formalmente en los últimos tres años y el consejo político nacional (máximo órgano entre congresos) jamás. No se conoce un solo posicionamiento mínimamente solvente de la dirección de CC sobre ningún asunto público, más allá de patéticas notas de prensa escarchadas de obviedades y perezas. Su producción en materia estratégica, programática o ideológica es aproximadamente nula: ni un papel, ni una reflexión, ni un análisis. Absolutamente nada. Y todo esto durante la mayor crisis económica y social que ha padecido el Archipiélago desde la posguerra civil y después de haber sido superados electoralmente por el PSC-PSOE (en 2007) y por el PP (en 2011) en las dos últimas.

Paulino Rivero no ha anunciado que opte por recuperar la Presidencia de CC en el V Congreso. Pero en ningún momento lo ha desmentido. Probablemente se encuentre rumiando y explorando las posibilidades de una candidatura. A tal efecto se han lanzado diversos globos sondas, como la oportunidad de crear una Secretaría General que asuma las “funciones ejecutivas” en la federación nacionalista. Lo que nadie explica es qué funciones ejecutivas serían esas en una organización política cuya dirección presenta una hoja de servicios como la descrita anteriormente. En todo caso la candidatura de Rivero presente riesgos que, con toda seguridad, el presidente del Gobierno no ignora, y que no le conciernen únicamente a él. Presentarse con posibilidades nada remotas de perder le afectaría a Rivero como presidente del Gobierno (cabe imaginar el titular que emitiría el PP al instante: “un presidente al que no quiere ni su propio partido”)  pero también a la propia organización (que en su actual estado de extrema debilidad debería consensuar una sucesión presidencial y un cambio es estrategia). Con una dirección ausente, indiferente y sorda ante el debate en los comités locales e insulares, brutalmente despreocupada por los intríngulis de su propio congreso, los resultados de votaciones y debates pueden ser imprevisibles. En realidad a Coalición Canaria, para salir de su engarrotamiento pertinaz, de la ataraxia política y organizativa que sufre, no tendría más remedio que abrir un proceso de democratización interna que entra en colisión, precisamente, con toda su delicada arquitectura interna y con el control oligárquico y territorializado de la federación. No parece una contradicción fácil de superar razonablemente. Y en tres semanas aun peor.  El Taburete del Guirre es (y no es) lo de menos.

 

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Una nota sobre Carlos Fuentes

A finales de los años sesenta Carlos Fuentes fulgía en las casas editoriales, en la crítica literaria y en los medios de comunicación como miembro de la Santísima Trinidad del boom de la novela latinoamericana, junto a Gabriel García Márquez y Mario Vargas Llosa. Cuando murió hace algunos días, a los 83 años de edad, Fuentes era un escritor infinitamente respetado y muy leído, pero nunca consiguió ese estatus universal de dios mayor que lucen sus antiguos compañeros, premio Nobel incluido. En su propio país, México, uno de los más ricos literariamente del continente,  el papel de supremo mandarín lo asumió y ejerció con todas sus consecuencias Octavio Paz (otro Premio Nobel) durante décadas. Fuentes nunca consiguió tampoco – y al cabo dejó de intentarlo – la estatura de gurú, tan indiscutible y tan discutido, de Octavio Paz, ni tampoco fue tan querido, entrañablemente querido por los mexicanos del Distrito Federal, como Carlos Monsiváis, muerto hace un par de años, verdadero amigo suyo por encima de batallas y egolatrías del mundo literario. Siempre me ha parecido curioso que Fuentes – que casi parece un Nobel de diseño, por cierto –jamás obtuviera el prestigio internacional de un García Márquez o un Vargas Llosa.

Carlos Fuentes fue un escritor sólido, inteligente, brillante, disciplinado, de una fogosa y chisporroteante imaginación a la que no empañaba (al contrario) una vasta cultura. Como recordaba Monsiváís en una nota, viajaba por América y Europa, dictaba cursos y conferencias, escribía regularmente para varios periódicos y no dejaba de producir cuentos, novelas y ensayos. Tuvo un comienzo fulgurante: novelas como La región más transparente y La muerte de Artemio Cruz, por su espíritu crítico, por su lucidez compositiva, por la misma calidad de una escritura sobria pero que atendía y se solazaba en los matices  de lo real convirtieron a Fuentes en el narrador mexicano más descollante de su generación. En los últimos años de los sesenta Fuentes quiso, precisamente, revalidar ese deslumbramiento y amplificar su ambición literaria, y ese objetivo le llevó a escribir Cambio de piel y, poco después, Terra Nostra, en la que quiso proyectar su summa literaria particular: teatro de la memoria, indagación entre las raíces del mito y las burlas de la Historia, crítica de una construcción social y sus fantasmas legitimadores y, al mismo tiempo, reflexión sobre la misma escritura. Tanto Cambio de piel como Terra Nostra –aun más ambiciosa en su complejo mosaico sensorial, histórico, social, ideológico y verbal – eran o pretendían ser novelas totalizadoras, urdidas con todos los recursos de las técnicas narrativas,  para dar cuenta de un mundo simbólico, una sociedad, un desarrollo histórico, un desastre político, desde una actitud crítica, irónica y a veces caricatural, plagada de referencias culturales pasadas y presentes. Eran novelas mucho más exigentes para el lector que Cien años de soledad  y también que Conversación en La Catedral. Eran, también, novelas que, hasta cierto punto, condenan a un escritor: es harto difícil discernir cómo llegar más allá sin traicionar sus propios principios literarios. El propio Fuentes, por supuesto, era el primero en saberlo. Juan Rulfo solía llamar a Terra Nostra, en uno de sus inspirados ataques de malhumor, Terra Cota, y Fuentes lo recordaba entre risas. Aun insistiría en novelas de gran tonelaje (cabe recordar ese delicioso y desmesurado desastre que es Cristóbal Nonato) pero fue más modesto, y en esa modestia están alguno de sus mejores logros en sus últimos años, como Los años con Laura Díaz.

Hay un Fuentes que es invariablemente insustituible: el Carlos Fuentes ensayista y crítico. El entusiasmo intelectual, la asombrosa capacidad para encontrar urdimbres y relaciones entre culturales, lenguajes, símbolos y episodios históricos, la curiosidad incesante, la vitalidad y elegancia de la expresión elevan a Fuentes al rango de uno de los mejores ensayistas latinoamericanos del último medio siglo, se dedique a la crítica literaria (La nueva novela norteamericana, Cervantes o la crítica de la lectura, El espejo enterrado), asuntos políticos y sociales de México (Tiempo mexicano) o estampas memorialísticas (Retratos en el tiempo). Es rara la página de estos libros que no incita a la duda, al estímulo o a la reflexión, a la relectura, siempre enriquecida, de otros autores. Políticamente Fuentes se preció siempre de ser un hombre de izquierdas, de una izquierda liberal, porque sus amistaes y sus relaciones incluían personalidades del poder financiero y político mexicano e internacional. En los años setenta el todavía joven crítico, el que había denunciado la degeneración corrupta de la Revolución Mexicana,  fue tentado por el poder, el poder del PRI, por supuesto, y apoyó la elección de Luís Echevarría a la Presidencia de la República, la Silla del Águila, aunque en su momento criticara la matanza de la Plaza de las Tres Culturas, que se ejecutó en 1968 bajo las órdenes de un gobierno del que Echevarría formaba parte. Fue premiado con la embajada en París, a la que renunció en un par de años, cuando para pasmo general el expresidente Díaz Ordaz recibió la embajada de México en Madrid. Durante los años ochenta y noventa su crítica al régimen priista fue ganando en intensidad, al igual que su actitud debeladora con los gobiernos de Reagan y Bush. Pero Fuentes no bebió jamás de pócimas revolucionarias ni entendía otra fórmula viable que el reformismo. Jamás pudo ser agitado –como Vargas Llosa hasta principios de los años ochenta, como Julio Cortázar hasta el final, como ocurre todavía con García Márquez – como una bandera flamígera entre las juventudes de las izquierdas latinoamericanas. Un malévolo crítico venezolano dijo en una ocasión que Fuentes siempre supo nadar “y guardar el flú y aparecer de repente perfectamente seco en la cena de un ministro o un embajador”. Quizás la maldad no resulte absolutamente injusta. Tal vez, incluso, tiene algo que ver con su condición final de brillantísimo y singular epígono de una generación literaria que, en sus primeros momentos, pareció casi encabezar. Pero en ningún caso puede transformase en excusa para no leer y releer a un magnífico escritor que, entre otras muchas lecciones, ofrece las del entusiasmo, el feroz amor por la literatura, el arte y las ideas, la convicción de que la imaginación, la palabra y la memoria pueden salvarnos de la destrucción del olvido o el pecado del desamor.

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El resucitado

Últimamente no se pierde un sarao empresarial con asistencia política y, por supuesto, viceversa. Llega sonriendo, repartiendo cálidos abrazos y observaciones ingeniosas, con el aspecto de un híbrido entre Javier Sardá y senador romano de vuelta de un injusto exilio. Los conoce a todos y todos le conocen, e inmediatamente, entre los canapés y los discursos, comienza a contar sus nuevos y apasionantes afanes. Le han pedido que eche una mano y, por supuesto, en las circunstancias actuales, no se podía negar. Yo, lo que me pida el presidente, explica con la ironía de un capitán de coraceros. Cuenta que ha hablado con Montoro. “Y le dije, bien clarito, que la situación de Canarias es distinta a la de la Península”. Tampoco ha olvidado las llamadas telefónicas a varios excompañeros del PP en el Congreso de Diputados advirtiéndoles que la ceguera del Gobierno de Mariano Rajoy puede terminar originando  una desafección de Canarias, por no hablar de un estallido social inmanejable. Siempre con mesura. Siempre con cuidado: las huellas no deben dejarse en las alfombras, sino en la memoria del interlocutor. Como deben hacerse las cosas en los pasillos del poder madrileño. Toma una copa de agua mineral, palmea el hombro de un constructor, echa un vistazo al corrillo más próximo y tiende de nuevo su irresistible red verbal. Claro que sí, Bruselas es fundamental, ahora y siempre…Me reuní con Almunia en su despacho y le dije “Joaquín, mira las cifras del desempleo en Canarias…Míralas y dime si esto lo has visto en ningún lugar de Europa…”. La concurrencia asiente, asiente largamente, fascinada tanto por el sentido común diamantino de las afirmaciones como por la cantidad y calidad de los tuteos. Hoy en Madrid, mañana en Las Palmas, la próxima semana, quizás, de vuelta a Bruselas. No para. Es un soldado de la fiel infantería y su destino, curado ya todos los pecados del orgullo y enterradas las frías cenizas de la ambición, es seguir avanzando y cumplir órdenes al apso alegre de la paz.

Algunos insinúan, maliciosamente, que su regreso guarda alguna relación con el inminente Congreso Nacional de CC: sus muy escasas huestes se activarían de nuevo para que el voto sea inequívoco a la hora de elegir al nuevo presidente de la federación coalicionera. Pero quizás no sea exactamente así. Quizás lo hayan llamado a la derecha o a la izquierda del Padre porque aun su leyenda sigue viva o coleando. El autoproclamado delfín de Carrillo. El líder que comprendió que el nacionalismo cabía todo si conseguía todo. El urdidor de fabulosos tejemanejes. El conseguidor que descifraba las mentes como un gitano que hubiera leído a Marx y Engels.  El orador capaz de improvisar un discurso, sin leer un solo papel, en la tribuna de la Cámara Baja, entre los aplausos respetuosos de todas las bancadas. José Carlos Mauricio ha resucitado. Y como todos los resucitados se empeña en aparecer en todas partes y dar público y emocionante testimonio del prodigio y de su autor.

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