Había sido un agosto casi tranquilo, es decir, que llegué a fin de mes con todas las cuentas bancarias al rojo vivo. A mi despacho de detective privado en El Monturrio no se acercaba ni el suave calor del verano chicharrero. Solo recibí un encargo que me obligó a trasladarme a Madrid: un tipo que quería preguntarle algo al Papa.
–Comprendo que se trata de un encargo inhabitual – me dijo un gordo pegajoso con los ojos irritados y el cuello de la camisa resudado –. Pero necesito la ayuda de un profesional capaz de sortear los sistemas de seguridad y preguntarle directamente a Su Santidad.
— Ya no me asombra nada. ¿Qué quiere que le pregunte? ¿Si existe Dios?
— ¿Dios? No, no. ¿Cómo le va a usted a preguntarle al Papa si existe Dios? Lo pone usted en un compromiso, hombre. Si existe porque lo hace un misacantano superfluo y si no existe porque lo convierte en un farsante.
— ¿Le pregunto si fue nazi?
— Hombre, si militó en las Juventudes Hitlerianas, lo habría porque no tenía más remedio, ¿no? Y evidentemente lo hizo antes de ser Papa, ¿eh? Es como preguntarle a Mourihno si alguna vez fue portugués. Lo sería de chiquito, ¿no? Y sin tener culpa ninguna. Ni él ni los portugueses.
— Pues usted dirá, porque el personaje no tiene mucho más interés.
— No es usted creyente.
— Ya me cuesta creer en lo que veo. Bolorino Armani, por ejemplo. Pero abreviemos. ¿Qué quiere saber usted?
–Bueno. Pregúntele…pregúntele en qué tintorería le lavan el traje…
–¿Cómo?
–Sí, sí. Pregúntele en qué tintorería. ¿Ve mi cuello? Llevo siempre las camisas sudadas. A las diez de la mañana, en invierno o en verano, tengo la ropa más sudada que Luis Deseda en un videoclip. ¿Dónde consigue ese blanco? ¿Cómo le quitan las manchas de sudor? Necesito saberlo. Solo el Papa me infunde confianza.
–¿Ha probado con Micolor?
–Me he metido en la lavadora con tres payasos y nada.
–Le va a salir una pasta esto.
–Me da lo mismo. Es una cuestión vital para mí, ¿sabe? Soy el jefe de planta de Caballeros en el Corte Inglés.
Tal y como suponía, la visita fue inútil. El Papa se me quedó mirando, atónito.
–Hijo mío, ultima hominis felicitas est in contemplatione veritaris, como afirmó santo Tomás de Aquino…
–¿Y cuál es la verdad?
–Usted, como todos los ateos, se cree Dios… Solo Dios tiene derecho a hacerme a mí preguntas tan explícitas…
–¿De veras? Y si soy ateo, ¿cómo voy a creerme Dios? ¿Solo Díos puede ser ateo?
–Por tu boca habla Satanás. La verdad es esta: jamás repito traje. Tengo 365 en el vestidor y uso uno a diario. Después lo desecho.
–¿Y qué hace con el que usa?
–Lo regalo. Ayer, por ejemplo, se lo regalé a Nacho González…Tenía un almuerzo con periodistas…
Salvo esta insignificancia, nada, pero el penúltimo día del mes sonó el móvil, sonó largamente como un miserere a la hora de la siesta, y después de despertarme y maldecir un rato con la boca pastosa, consecuencia de un almuerzo tardío en Casa Neke, escuché una voz que parecía infinitamente agotada:
–¿Es usted el detective?
— Sí. ¿Quién habla?
–Soy José Miguel Pérez, vicepresidente del Gobierno de Canarias…
–¿Seguro?
Solo escuché el silencio durante un interminable minuto.
–Lo acabo de comprobar. Soy vicepresidente del Gobierno de Canarias. Necesito hablar con usted. Le espero en mi despacho dentro de media hora, si es tan amable…
— Huuum. ¿No prefiere un sitio más discreto?
— ¿Más discreto que mi despacho? No se me ocurre.
Una ducha, una copita de coñac y dos cigarrillos me bastaron para revivir bajo la luz huidiza del atardecer. Pocos minutos más tarde llegué al despacho del señor Pérez. Nadie en la entrada del edificio. Todas las mesas de los funcionarios vacías. Pero, lo que era más sorprendente, ni rastro de secretarías, taquimecas, asesores, jefes de prensa, altos cargos pululando por las cercanías del vicepresidente y consejero de Educación. Nada de nada. José Miguel Pérez me recibió con la sonrisa de un hombre que ha enviudado de sí mismo y me invitó a sentarme.
–Seré breve. Necesito conocer un dato y necesito confirmarlo por alguien ajeno a mi entorno.
–Perdón. ¿Qué entorno?
–De eso se trata. Tengo una sospecha que no me permite solucionar, por su carácter artero y desasosegante, los graves problemas que acucian a la educación pública en Canarias…
–Pues sí que es grave, sí… ¿Y de qué se trata?
Pérez se inclinó hacia mí y bajó el volumen de su voz aun más…
–Quiero saber si todavía existe el PSC-PSOE…
Alcé la vista, súbitamente agotado.
–¿Por qué no le pregunta a sus compañeros en el próximo comité ejecutivo?
— Le parecerá a usted sencillo. No lo es. Les pregunto y se ríen. Pero después pactan con el PP y se vuelven súbitamente sordos. Y tengo que expulsaros. Pero no se van, los que no se van, y los que se van, no vuelven. El otro día le pregunté a Julio Cruz, “Julio, ¿pero tú eres socialista, no?”, ¿y sabe lo que me dijo?
— No. No soy gomero.
–“Socialista sí, pero no te creas que para subir hay que bajar”. ¿Usted lo entiende? Hay curbelistas, fuentescurbelistas, alpidistas, marcosistas pero, ¿y socialistas? Hasta Paco Spínola se me desmayó el otro día en Candelaria. Dice que fue un sofoco, pero yo sé que entró en trance y musitó: “He visto la luz”.
Durante 48 horas investigué esforzadamente. Recibí soplos, intercepté llamadas telefónicas, realicé varios seguimientos, mantuve discretas entrevistas. Regresé al deshabitado despacho de Pérez. Levantó la vista. Le estreché la mano.
— Es la primera vez que saludo a un partido político-le dije.