La invasión de los ultrasorias

El principio del fin llegó una cálida mañana de primavera preelectoral bajo un sol amable y generoso. Después de correr de espaldas durante 90 minutos (una técnica que le había impuesto un entrenador palmero contratado prudentemente) Paulino Rivero se duchó, desayunó con sobriedad espartana y recibió a Fernando Ríos en su despacho.
–¿Cómo van las cosas? –preguntó el presidente.
Fernando Ríos, con rostro inexpresivo, sonrío desvaídamente:
— He preparado un informe sobre la reducción del organigrama del Gobierno de Canarias.
— ¿Cómo? ¿Y eso?
— La austeridad debe imponerse. La austeridad debe ser el núcleo de nuestra acción de Gobierno.
Rivero escrutó el rostro impenetrable de Fernando Ríos.
— Se puede saber que te ocurre? Oye, ¿te están dejando bigote? Esa pelusilla…
— El bigote ahorra tiempo para dedicárselo íntegramente a la gestión de los intereses de los ciudadanos en una coyuntura crítica en la que nos ha sumergido el Gobierno de José Luis Rodríguez Zapatero…
–Tú no estás bien –repuso el presidente –. Quiero decir, tú estás peor de lo habitual…Lo del bigote…
— El bigote es la paz…Acepta el bigote y tendrás la paz…
— Mejor sales a que te de el aire…Y que pase Martín Marrero…
Ríos sonrió de nuevo, una sonrisa pálida y carente de cualquier vitalidad, y al cabo de dos minutos entró el viceconsejero de Comunicación…
–¿Qué le pasa a Fernando Ríos?
— ¿Qué le pasa?
— Lo he preguntado yo primero. ¿No lo encuentras raro?
— ¿Raro? Es que es así.
— No, más raro todavía…
— Lo único que he visto extraño es lo del bigote…
En ese momento entró José Miguel Barragán como una exhalación. Temblaba como un flan.
–Aquí no entrarán. Aquí no podrán entrar…
— ¿Quién? – preguntó atónito el presidente.
— Algo extraño está pasando. La mitad de nuestros diputados se está dejando bigote desde la semana pasada, incluida Belén Allende…
–¿Cómo?
— Sí, sí…Está mañana se me acercó José Miguel González y me dijo, sonriendo: “La unidad de España está en peligro”. Me le quedé mirando y entonces me soltó: “El Estado de las Autonomía es política y financieramente inviable”. Dios. Dios mío.
— Hombre, eso es que no ha asumido no ir en la lista al Parlamento – aventuró Martín Marrero.
— ¿Y después?
— Después me dijo lo más extraño: “Déjate el bigote. El bigote es la paz”.
Paulino y Martín Marrero se miraron, perplejos. Barragán se había refugiado en la esquina del despacho y se tapaba el rostro con las manos.
–Y al venir para acá me dí cuenta que me seguía un montón de gente. Los camareros del Derby, la señora de la mercería de la esquina, el encargado de La Garriga, dos ujieres…Todos con un incipiente bigote… Cada vez más rápido y más amenazadores…Se detuvieron en la puerta de Presidencia, pero creo que siguen ahí abajo…
Paulino Rivero se acercó lentamente a la ventana y constató que la calle se estaba llenando de gente. Todos en silencio. Todos quietos, extáticos, aparentemente indiferentes. Todos con un naciente bigote oscuro.
–Localízame a Ruano ahora mismo – ordenó Rivero al viceconsejero de Comunicación.
No fue necesario. En ese instante José Miguel Ruano entró en el despacho y cerró la puerta rápidamente.
–¡Estamos rodeados! – gritó sofocadamente –. No sé cómo ha ocurrido, pero estamos rodeados. A las dos terceras partes de la policía autonómica les ha salido bigote y se han constituido en tuna para cantarle bajo el balcón a Cristina Tavío. Acaban de ondear la bandera española en la Academia Canaria de Seguridad y por los altavoces solo se escucha a doña Concha Márquez Piquer cantando Suspiros de España…
— Ruano – la voz de Paulino Rivero era casi un susurro –. ¿No te está saliendo bigote a ti también?
— ¿Qué? ¡No puede ser! – Ruano se contempló en un espejo en la pared lateral del despacho –. No he visto ningún partido de la Liga… El doctor Antonio Machado lo ha descubierto hace unas horas… Todos los que han visto partidos de la Copa o de la Liga entran después en un letargo durante el que se produce una mutación biológica…El primer paso consiste en que te sale el bigote… El cambio es paulatino, pero veloz… La pasada semana ya me decía Marisa Zamora que no reconocía a Tito… “Este no es Tito, que me lo han cambiado…”
–Qué horror – se estremeció Marrero–. ¿Y ahora?
–Marisa ha montado una feria de abril en Las Carboneras… La ha llenado de casetas y faralaes… Ahora dice llamarse Marisa de la O…
— El bigote te sigue creciendo –insistió el presidente.
–¡Una maquinilla! ¿Quién tiene una maquinilla? – Ruano se estremeció, y una lenta sonrisa se instaló en sus delgados labios –. Austeridad. Lo importante es la austeridad y bajar los impuestos para estimular al pequeño y mediano empresario, auténticos creadores de empleo. El parque móvil de la comunidad autonómica debe ser suprimido. Rodríguez Zapatero está destrozando España. ¿Cuándo sacamos a concurso la televisión autonómica?
— ¿Qué estás diciendo?
— Déjate el bigote –repuso Ruano –. El bigote es la paz…
— ¡Ya es uno de ellos! – chilló Barragán, horrorizado.
Rivero, Barragán y Martín Marrero huyeron del despacho tras arrojar a Ruano un ejemplar del último libro de Pío Moa, que el consejero de Presidencia comenzó a leer con fruición. Los tres se dirigieron a la azotea del edificio, donde les esperaba el helicóptero de urgencia a coste cero. Martín Marrero no soltaba el móvil.
–¿A quién llamas?
— ¿Llamas? A nadie. Estoy twiteando…Offff….Mira lo que me dice este…
El piloto del helicóptero no le dio buenas noticias.
–En todas las islas ocurre lo mismo. En Fuerteventura Mario Cabrera se ha puesto corbata y ha llamado a la legión. Dice que es el novio de la muerte y no se qué del bigote…
— ¿El bigote es la paz? –preguntó Barragán.
— Eso mismo.
Paulino Rivero parecía sumergido en impenetrables reflexiones. El helicóptero sobrevolaba la plaza de España repleta de gente con bigote, corbata y traje azul marino. Las mujeres llevan invariablemente trajes chaqueta guarnecidos con mantillas y todos los niños iban de primera comunión. Finalmente el presidente habló:
–A ver, Martín, coge el Boli y me dibujas un bigote. Tú, José Miguel, recórtate el tuyo antes de aterrizar…
— ¿Nos rendimos?
— Una retirada táctica. Antes de seis meses le monto a Soria una ABI y reconstruiremos el nacionalismo canario… Veinte años no es nada…
— ¿Qué es la ABI?
— La Asociación de Bigotudos Independientes…Aterriza por aquí mismo… Repitan conmigo: “El bigote es la paz”

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Isla sin cabeza

Un hombre pasea en Los Cristianos con una cabeza en la mano. La cabeza de una mujer que acaba de asesinar y decapitar en una tienda. Nos enteramos ahora, leyendo o escuchando el relato periodístico de los hechos, porque si los viandantes hubieran identificado la cabeza no se le habrían acercado para intentar, y al cabo conseguir, reducirle en la calle. Para zafarse de quienes lo acosaban el asesino dejó la cabeza sobre el pavimento, y solo después de paralizarlo, el despojo de la asesinada cobró plena visibilidad. Sí, era una cabeza. Y de inmediato otro dato decisivo: el asesino era un búlgaro. Al cabo de un par de horas ya hervían los debates de los todólogos en las radios y crepitaban las redes sociales. La cabeza y el búlgaro se conformaron de inmediato como los datos fundamentales de debates, declaraciones y susurros alterados. La cabeza es lo que concede al relato todo su irresistible horror y sus potentes virtudes narratológicas. Y la condición legal de búlgaro resulta, por supuesto, la resolución de la ecuación incomprensible que impone el horror. Ah, búlgaro. Por supuesto.
En el Sur de Tenerife se han cometido, en la última década, asesinatos espeluznantes. Recuerdo uno casi al azar: una pareja de nacionalidad británica que apareció calcinada dentro de su vehículo en un cantizal de las medianías. Se murmuró acerca de un ajuste de cuentas en el seno de una organización mafiosa, pero después de algunas semanas la noticia entró suavemente en el limbo de la insignificancia. En realidad, entre finales de los años noventa y principios de siglo comenzó a tomar cuerpo en diversos medios de comunicación la convicción, sustentada en numerosos indicios, de actividades propias del crimen organizado en el Sur de Tenerife: lavado de dinero, prostitución, extorsión, tráfico de drogas. Asuntos que desaparecieron de la agenda informativa sin apenas dejar rastros inerciales. Ni siquiera viejas obviedades, como la contradicción entre una isla colmada de millares los farloperos y la rotunda negativa oficial a admitir siquiera una logística industrial para introducir y distribuir la cocaína, aviva ya nuestro interés. Como en tantos otros aspectos, por las calles de la delincuencia y crimen organizado Tenerife camina sin cabeza. La cabeza va y viene delicadamente en manos desconocidas. Y el búlgaro, claro, no solo se explica a sí mismo, sino que explica toda la secuencia: la muerte, la decapitación, el paseo sonámbulo con las manos ensangrentadas bajo el sol. Que alguien suba a la Wikipedia esa vieja tradición cultural búlgara de decapitar a extraños en las tiendas de productos chinos.Ya.

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Premio

Un centro comercial de Santa Cruz de Tenerife ha ofrecido, como premio de un concurso entre sus clientes, un contrato temporal de tres meses a tiempo parcial. Tres meses. Veinte horas semanales. Bonificado por la Seguridad Social.
Un contrato basura como premio. Tres meses tras una máquina registradora o cargando cajas o fregando el suelo con lejía barata como heraldo de la buena fortuna. Digna de una entrevista en la televisión, pero obviamente desprovisto de cualquier indemnización al término de la relación contractual.
Es un premio muy marxista. Nos recuerda que el trabajo, más exactamente la fuerza de trabajo, es una mercancía en un sistema capitalista: el único sistema actualmente vigente. “Tan pronto, pues, como al capital se le ocurre (ocurrencia arbitraria o necesaria) dejar de existir para el trabajador, deja éste de existir para sí; no tiene ningún trabajo, por tanto, ningún salario, y dado que él no tiene existencia como hombre, sino como trabajador, puede hacerse sepultar, dejarse morir de hambre, etcétera”. Y para aclararlo Marx, que nunca pisó un centro comercial ni vio una pantalla de plasma, agrega: “El pícaro, el pordiosero, el trabajador parado, el hombre de trabajo hambriento, humillado y miserable no existen (para el sistema económico), sino solamente para otros ojos, para los ojos del médico, del sepulturero, del alguacil de pobres, son fantasmas que quedan fuera de su reino”. Durante más de un siglo y medio el socialismo, las izquierdas socialistas lucharon, con diversas estrategias, para suplantar el concepto de trabajo como mercancía (y su inherente injusticia y sus consecuencias alienantes) por el concepto de trabajo como derecho y, más allá todavía, como vía para la transformación individual y social. Gracias a ese siglo y medio de luchas políticas, sociales y culturales, con todos sus errores, estupideces y contradicciones, todavía en sitios como este, balneario europeo ultraperiférico, los trabajadores desempleados no se mueren de hambre, como ocurría en la época victoriana en Europa y sigue ocurriendo en el resto del mundo. Pero la herencia de ese siglo y medio puede ser aniquilada en pocos años. Aquí está de nuevo, con todo el astracanesco glamour del marketing más descarnadamente oportunista, el trabajo como mercancía. Supera unas pruebas simpáticas y ocurrentes y te vamos a regalar un fisco miserable de capitalito, tres meses de generoso deslome, cuatro perras para gastárselas en vino si le apetece, buen hombre.
Espero el día en que el premio consistirá en no escupirnos a la cara.

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Democracia esquelética

Las campañas electorales no son la evidencia de la vitalidad de las democracias representativas, antes al contrario, dejan en pelota picada todas sus insuficiencias, contradicciones y falsedades legitimitadoras. Se insiste en que la democracia cabe en un armazón normativo de garantías para la alternancia en el gobierno, en un sistema de partidos competitivos donde sea posible la existencia de mayorías y minorías y en un conjunto de mecanismos doctrinales e institucionales que establecen la división de poderes y cierta justicia equitativa. Y con ese relato básico, supuestamente, vamos tirando. Todo lo que no se atenga al hermoso retrato al óleo antes descrito suena a sospechoso galimatías, a borrón malintencionado, a garabato pueril. Es esta descripción reduccionista y anémica de la democracia política la que permite a los grandes partidos oligarquizados y a sus dirigentes prácticas habituales que, en periodo de campaña electoral – es decir, entre comicios europeos, nacionales y locales cada dos años – se intensifican hasta un consensuado delirio en infinitas declaraciones: la mentira, la inepcia, la simple o tortuosa estupidez, el maniqueísmo moral e intelectualmente insultante, la sistemática prostitución de la realidad.
Leo que José Manuel Soria promete a sus electores todo un ejercicio de austeridad. Reducirá el Gobierno – se debe referir a los cargos públicos, porque no musita una palabra sobre lo que hará con los funcionarios — y se deshará de la mitad de los coches oficiales. Es el mismo Soria, evidentemente, que durante más de tres años fue vicepresidente y consejero de Economía y Hacienda. Es el mismo Soria, claro está, que a las pocas semanas de tomar posesión de su cargo, abrió una línea presupuestaria para adquirir varios automóviles de alta gama. Es el mismo Soria, sin duda, que amplió y reformó su despacho en la Consejería de Economía y Hacienda hasta dotarlo de dimensiones escurialenses. Y por último, es el mismo Soria que dirige el Partido Popular y que colocó en las listas en Fuerteventura a la señora Águeda Montelongo, quien, al frente del Patronato Insular de Turismo, se dedicó a facilitarte vacaciones gratis total en unos casos, y vehículo a su libre disposición en otros, a varios cargos públicos conservadores, entre otros, según las informaciones publicadas, al secretario general del PP canario, el señor Manuel Fernández.
En una democracia más amplia, sólida, transparente y participativa el señor Soria se quedaría callado. Y en su casa. Pagando el alquiler.

Publicado el por Alfonso González Jerez en General ¿Qué opinas?

Entre la venganza y el exorcismo

No sé hasta qué punto se puede sostener una posición moral sobre la base de ignorar palmariamente la realidad. “Tartarín de Konisberg/con el puño en la mejilla/ todo lo llegó a saber”, escribió Machado. Me recuerda a veces la actitud de un niño que, contemplando una película, cierra los ojos para evitar un pasaje violento, terrorífico o intranquilizador. Entre las miles de opiniones y posicionamientos que flotan en la red sobre la ejecución o asesinato de Osama Ben Laden encuentro a un intelectual argentino (valga el pleonasmo) que señala con gesto severo que un premio Nobel de la Paz ha ordenado el asesinato de un ciudadano en un país extranjero y la desaparición del cadáver en el mar. Insiste mucho en lo del Premio Nobel y en la decepción que le procura Barack Obama. Intento sinceramente evitarlo, pero no logro zafarme de la estupefacción. Para expresarlo brevemente: si usted se presenta a las elecciones presidenciales en Estados Unidos, usted sabe que ordenará invasiones, ocupaciones militares, detenciones, secuestros, torturas y asesinatos, o al menos, será el último responsable político – con un amplio conocimiento de las mismas – de todas estas salutíferas actividades, organizadas y materializadas por sus fuerzas armadas y sus servicios de inteligencia. La lógica del mantenimiento de la república imperial lo exige y usted (como candidato republicano o demócrata) forma parte activa de los dispositivos de esta lógica. Los que se escandalizan del comportamiento del presidente Obama en este asunto ignoran que Obama es, precisamente, el presidente de los Estados Unidos, con todas sus consecuencias, que el interesado asume positivamente, y no como un terrible fardo moral. Lo asume como parte del trabajo. Lo del Premio Nobel es una broma: fue propuesto para el galardón apenas quince días después de tomar posesión como jefe de Estado, A ver si la paparruchada del premio Nobel de la Paz se convierte ahora en una vara de medir la probidad de un dirigente político. Si hasta el canalla de Kissinger lo tiene en la repisa de su mansión.
No lamento la muerte de Osama Bin Laden por un comando de élite de las fuerzas armadas de los Estados Unidos. Era un asesino mesiánico al que mi vida, la vida de los míos, la vida de cualquiera que se le antojara, no valía absolutamente nada, es decir, valía propagandística lo que convenía para sus objetivos políticos. Pero ha ocurrido algo singularmente grave: a este tipejo se le ha asesinado al margen de la legalidad estadounidense y mundial. Un inteligente colega afirma que se trata de un acto de guerra, no de una ejecución extrajudicial, porque George W. Bush había declarado la guerra al terrorismo. Bien, en primer lugar, el presidente de los Estados Unidos, según la Constitución de la República, no puede declarar la guerra o hacer la paz: es una decisión que solo puede tomar el Congreso, es decir, la Cámara de Representantes y el Senado en sesión conjunta. Si desde la II Guerra Mundial no se hace así — con Corea, Vietnam, Afganistán o Irak por medio – es por la patología degenerativa que afecta a la democracia estadounidense. En segundo lugar, el derecho internacional muestra un vacío espeluznante – y una inoperatividad judicial evidente – sobre una situación que se prolonga desde hace más de una década. ¿Qué encierra la frase “guerra al terrorismo internacional”? Conceptualmente, cualquier cosa; operativamente, la legitimación de una voluntad de intervencionismo militar potencialmente irrestricta. Las implicaciones políticas, diplomáticas y jurídicas de una guerra que no se declara a un gobierno, a un Estado concreto, sino a un comportamiento criminal cuya definición y clasificación son unilaterales, devienen tan numerosas como trascendentes. En el caso de Al Qaeda, que no es estrictamente una organización o un tejido asociativo, sino una franquicia de matarifes que responden a una estrategia foquista y desterritorializada, las derivaciones son aún más graves. En aplicación de esta doctrina las fuerzas militares de Estados Unidos pueden intervenir en cualquier lugar y matar a cualquiera. Y sí, lo han hecho a menudo, pero ahora este comportamiento es simultáneamente un espectáculo televisivo, un motivo de orgullo nacional y una acción, lícita y benévola, cuyos efectos disfruta, por pura generosidad, todo el planeta. Osama Bin Laden pintaba ya poco, si es que pintaba algo, en el diseño de directrices estratégicas de la miríada de grupos y células salafistas y escuadrones yahadistas que reptan y conspiran por cuatro continentes. Su ejecución ha sido una venganza, pero también un exorcismo. El 11 de septiembre de 2001 dejó miles de muertos y un país conmocionado y la sospecha angustiosa de que el diablo andaba suelto por las calles y se había instalado, sobre un trono de burla y terror, en el corazón de los ciudadanos estadounidenses. Pues bien: el demonio ha sido expulsado.
Y quedan dos consecuencias. En los propios Estados Unidos: la decisión de Obama va contra lo mejor de la tradición política liberal y progresista de los Estados Unidos, que tiene su origen en los Padres fundadores de la República, y exalta entre la población la política del heroísmo militar, la legitimidad de una autoridad política no sujeta al imperio de la ley sino a los valores patrióticos, el acorralamiento de cualquier disidencia. Y en todas partes: el terrorismo yihadista estaba noqueado. Por la presión política, militar y diplomática pero, sobre todo, porque las revueltas en el Norte de África, que ni pudieron preveer, ni han conseguido ya no dirigir, sino influenciar, demostraron su incapacidad para ofrecer al mundo musulmán un proyecto político y social viable que respondiera tanto a las distintas realidades nacionales como a los anhelos de democracia, libertad y prosperidad. Ahora los yihadistas tienen un mártir. Quizás lo hubiera sido igualmente si se le hubiera sometido a un proceso judicial – cuyas dificultades no eran menores: ¿dónde hubiera podido llevarse a cabo? – pero el Gobierno de Estados habría demostrado que entre sus retóricas y sus políticas puede existir un compromiso que salvaguarde los valores y principios que todavía afirma defender.
En su discurso de despedida como presidente de los Estados Unidos, al término de su segundo mandato, George Washington le dijo a sus conciudadanos: “Nada es más esencial que evitar toda antipatía, así como una ferviente simpatía hacia naciones concretas, y así en su lugar debemos cultivar sentimientos justos y amigables hacia todas. El país que se permite hacia otro un odio o un amor habituales es, en cierto modo, esclavo (…) Es un esclavo de su animosidad o de su afecto; cualquiera de las dos cosas puede desviarle de su deber y sus intereses. La nación que obra impulsada por el rencor y la ira obliga a veces al gobierno a entrar en guerra, en contra de sus propios cálculos políticos. El Gobierno participa a veces de esta propensión y asume, por culpa de la pasión, lo que la razón le prohíbe en otras ocasiones, y pone la animosidad de las naciones al servicio de proyectos hostiles que nacen de la ambición y de otros motivos nefastos…”

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