Billetes pellejos

Deduzco que hoy (escribo este artículo el domingo) se celebraba un partido del Club Deportivo Tenerife, porque deambulan por las cercanías del Estadio Heliodoro Rodríguez López numerosos homínidos envueltos en bufandas blanquiazules y con expresión de martirio en los rostros hocicudos. Y eso que no ha empezado a rodar la pelota. Pobre gente. Le pregunto a un pibe que lleva en el rostro una expresión un fisco menos patibularia que los demás:
–Pero, ¿hoy juega el Tete?
El chico me mira de soslayo durante dos o tres segundos y farfulla:
–¿Jugar? El Tenerife no juega nunca. Comparece.
Casi me dan ganas de aplaudirle, pero ya se ha marchado. En un mástil situado en uno de los ángulos del estadio un fino gallardete soporta una banderola mojada de la Obra Social y Cultural de CajaCanarias. Mojada y triste. Que sumamente metasimbólicos puede ser los símbolos. Porque la Obra Social y Cultural de CajaCanarias está a punto de desaparecer. Todas las obras sociales vinculadas a las cajas, como consecuencia de su transformación en bancos que, a su vez, serán deglutidos por la oligarquía financiera española: los señores Botín y González ya se relamen de gusto, y algunos potentes fondos de inversión transnacionales, también. Un melancólico – y profundamente regresivo –final de etapa del Gobierno socialdemócrata de Rodríguez Zapatero, a punto de ejecutar entre sahumerios de modernización la mayor concentración de capital bancario de la historia de España. De nada han valido las fusiones, los planes de jubilaciones anticipadas, el cierre de sucursales, las nuevas normativas para sulfatar los parasitismos partidistas, los intentos (muchos reducidos a malabarismos contables pero otros no tanto) de sanear los malolientes balances. Ahora, en el penúltimo momento de la legislatura, se dicta sentencia de muerte sobre las cajas, y debe saberse que con ellas desaparecerán, entre otras cosas, los más de 2.000 millones de euros anuales que invertían en actividades culturales, deportivas y recreativas. Con todas las observaciones y reparos críticos que se merece, la Obra Social y Cultural de CajaCanarias no solo ha desempeñado un magnífico papel, potenciado por una admirable profesionalización técnica en los últimos años, en nuestro tejido sociocultural: también ha podido y sabido llegar, a menudo, donde no lo hacían ni económica ni programática ni geográficamente las administraciones públicas. Pero ya lo decía Gómez de la Serna: “Los billetes se ablandan como si fueran pellejo humano”.Y viceversa.

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Bloc de notas

El redactor jefe de Tenerife. Todos los periodistas sabemos de la importancia del redactor jefe. El director, bah, el director es el tipo de corbata que ocupa el mayor despacho y que entra y sale de la redacción al trote, con expresión demudada, esforzado petudo bajo la púrpura invisible, sinuosa conexión entre la redacción y la empresa, cancerbero de sí mismo, perpetuamente bajo sospecha de los editores y los periodistas, dando palmaditas melífluas en los pasillos o convocándote para presentarte la carta de despido. El redactor jefe, en realidad, es el que manda, el que se mete en harinas, el que decide la pertinencia de una noticia o la impertinencia de una sintaxis, el que te clava un error estúpido en las costillas, el que corrige y al cabo decide los titulares y, tras un proceso de selección atropellado y exacto, propone básicamente los contenidos de la primera página.  El mejor redactor jefe que he conocido (aunque admitió gruñendo ser nombrado subdirector en su último periódico) fue Paco Cansino, del que cada día me acuerdo más leyendo hoy la prensa, señal inequívoca, entre otras circunstancias más calamitosas, de mi irrefrenable empuretamiento, y Cansino afirmaba, entre aspavientos y manotazos, que esperaba no tener jamás la mala suerte de ser director, porque lo suyo era la redacción, la redacción, cojones, y el director, que cumpla con sus obligaciones contractuales, que lo deje trabajar en paz a él y a su gente y que le den. Sin embargo, debo anunciar, compañeros y compañeras, la consagración de un nuevo redactor jefe: el abogado Felipe Campos. El abogado Felipe Campos, que comenzó defendiendo a los vecinos del centro de Santa Cruz que no podían dormir en Carnavales, ha creado un permanente carnaval mediático con el objetivo de que nadie pueda dormir, al menos, sin oírle antes. No solo se pronuncia ya sobre el caso Las Teresitas, sobre las vicisitudes jurídicas y reglamentarias del Plan General de Ordenación, sobre la politeya de Canarias, el insondable meollo de la crisis económica, la incestuosa sociología del empresariado isleño, las conspiraciones en curso, el puerto de Granadilla o la inconstitucionalidad de la Monarquía (sic), sino también sobre si un periódico debe llevar una información en primera página o no debe llevar una información en primera página. Para resumir el criterio metodológico de nuestro flamante redactor jefe: una noticia debe ir en primera página cuando le gusta y no debe ir en primera página cuando no le gusta. Quizás sea discutible (aunque si se lo discutes, ya lo sabes, eres un paniaguado del Régimen contra el que lucha día y noche, como una versión asténica de Fanfan La Tulipe) pero estarán conmigo en que resulta muy sencillo. Más sencillo, imposible. De acuerdo: si un alcalde, un consejero del Gobierno autónomo o un ministro expresara este criterio lo consideraríamos un pedazo de fascista, cuando no un fascista entero.  Pero no es el caso, sin duda porque el abogado Felipe Campos transpira democracia y es un héroe en liza contra la maldad regimentada. Quedan advertidos, compañeros y compañeras: Felipe Campos es el nuevo redactor jefe de Tenerife.

Las izquierdas unidas jamás serán unidas.  Después de escuchar al redactor jefe, y quizás porque me he sometido a demasiadas radiaciones sin tomar las precauciones debidas, reservo un rato de melancolía (una más qué importa) por los runrunes sobre pactos, repactos y contrarepactos agónicos entre nuestras liliputienses izquierdas. En algunas bitácoras se leen clamorosos llamamientos a la unión electoral de las izquierdas. Vamos, si las izquierdas se unen (Izquierda Unida, Los Verdes y Los Tomates Verdes Fritos de Octavio Hernández,  Sí se puede, el chiringuito odalístico de Ignacio Viciana, el Partido Comunista del Pueblo Canario, que sé yo) arrasan. ¿Cómo no lo entenderá esta gente? Algunos van más lejos aun y opinan, siendo realistas, que en la gran coalición de izquierdas, si se pretende realmente desembarcar en las instituciones públicas y ser influyentes, puede que decisivos, debe estar Nueva Canarias, y hasta el CCN,  y mira, si nos podemos farrucos, pues el PIL y hasta Domingo González Arroyo. Esta gigantesca empanada mental bebe de un mito, el mito de la unidad de las izquierdas, la convicción fantasiosa de que si no gobiernan las izquierdas es porque las muy brutas están divididas, ah, los protagonismos absurdos, los fulanismos destructivos, la obsesión por los logotipos, y si se reconciliasen, como representan a la mayoría social, pues ya está, o al menos ya se está en el camino correcto. Tal vez sea una pena que no sea así, pero no es así. Y ni siquiera cabe echarle toda la culpa al sistema electoral canario. Cualquier ciudadano sensato debe repudiar el vigente sistema electoral, pero si desaparecieran los intolerables topes electorales insulares y regionales, la unión de las izquierdas no tendría un solo diputado (en la adacadabrante coalición que incluyera el Centro Canario de Nacho y NC sí podrían obtener escaños dos izquierdistas como los señores González y Rodríguez, ex consejero de Presidencia y expresidentes del Gobierno de Canarias respectivamente).  Pero ni uno solo. Y es que el problema de las izquierdas no es que estén desunidas, sino que son insignificantes. Cuantitativa, social y comunicacionalmente insignificantes. Y los que vocean con entusiasmo fingido o verdadero que su unión mesiánica en listas electorales conjuntas deparará un avance incontestable, en realidad, han terminado por asumir el lenguaje, el alma de marketing y el estilo político de los detestados partidos del establishment. Lo primero que debe hacer un proyecto de izquierdas – y probablemente los únicos que lo han entendido, con mayor o menor fortuna, son la gente de Sí se puede – es existir más allá de sí mismos y trabajar desde los espacios micropolíticos (empresas y talleres, universidades, asociaciones de vecinos)  sin abandonar los espacios institucionales. Por lo demás, la unión de las izquierdas no puede depender de las citas electorales. Que colaboren cotidianamente en objetivos comunes debería ser una asignatura obligatoria. Digo. Si no quieren resignarse a un papel testimonial, y peor aun, limitarse a ser testimonio de su propias naderías. “Te llaman porvenir,/porque no vienes nunca./ Te llaman: porvenir,/ y esperan que tú llegues/como un animal manso/a comer en su mano”. Ángel González, como era un poeta, sabía de lo que hablaba.

Ha muerto Daniel Bell.  Bueno, no esperaba páginas enteras. Pero tampoco esto. Daniel Bell es uno de los filósofos sociales más importantes desde la II Guerra Mundial. Empezó en la izquierda, en su juventud neoyorkina, y terminó siendo un conservador. Un conservador liberal. Bell se ganó la vida como periodista – eso sí: nunca llegó a ser redactor jefe – mientras se pagaba, con ayuda de becas, su carrera en la Facultad de Sociología de Columbia. Terminó como catedrático en Harvard. Demostró su lucidez al avanzar el desarrollo y los conflictos de las sociedades posindustriales y la decadencia de las ideologías redentoristas. Lo que ocurre es que los diagnósticos de Bell se ajustaban a un capitalismo que, durante unos años, podría parecer como civilizado en Norteamérica y Europa, pero que ha demostrado que su capacidad destructiva sigue siendo una amenaza. El profesor Bell, que escribió y estudió hasta los noventa años, escribió un libro, Las contradicciones culturales del capitalismo, que era muy inteligente pero, definitivamente, menos inteligente que el capitalismo mismo. La contradicción que detectaba el profesor estribaba en dos factores discordantes. Por un lado, el sistema capitalista necesita la expansión contunu del principio de racionalidad para resolver los problemas de organización y eficacia que el funcionamiento de la economía exige. Por otro, la cultura de las sociedades capitalistas avanzadas acentúan cada vez más valores de signo opuesto: el sentimiento, la gratificación personal inmediata, el hedonismo, el relativismo moral que para Bell anida en las expresiones artísticas y literarias del modernismo. Al cabo de cuarenta años ya tenemos la respuesta: el sentimiento, la gratificación personal, el relativismo, se han convertido plenamente en productos que alimentan incesantemente al mercado, al mismo sistema económico. Sentirse libre conduciendo por la carretera y matarse contra un árbol es, también, una cuestión de precio. No hay ninguna contradicción cutural, admirable profesor. El cadáver se levanta, recoge las piezas, y al día siguiente, a las ocho, se presenta en su centro de trabajo. O en la cola del paro.

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Auditorio Adán Martín

Quizás un día alguien podrá explicar por qué fue el Partido Popular (encabezado por Antonio Alarcó, y en un gesto que le honra) el que propuso en el pleno del Cabildo de Tenerife que el Auditorio llevara el nombre de Adán Martín. Cómo lo hizo el PP, en definitiva, y no Coalición Canaria, el partido que Adán Martín contribuyó decisivamente a fundar, cuando ocupaba, precisamente, la Presidencia del Cabildo tinerfeño, al que dedicó doce intensos años de su vida, si es que en la vida de Adán Martín existieron unos años más intensos que otros, lo que me parece francamente dudoso. Por lo demás, era muy conocido, por declaraciones de varios cargos públicos socialistas, que el PSC-PSOE albergaba la intención de presentar en el pleno la misma propuesta, por lo que un observador despistado – que a veces es aquel capaz de ver lo que realmente está ocurriendo –podría concluir en que el PP y el PSOE han arrastrado al gobierno insular de CC a honrar la memoria de uno de los políticos fundamentales de la historia reciente del Archipiélago…y dirigente de CC.
El Auditorio fue uno de los proyectos a los que Adán Martín dedicó más energía contagiosa, más testadura determinación, más horas y más entusiasmo. Más dudas también. Martín invertía en dudas como otros invierten en bolsa. Aparte de sus valores constructivos y estéticos, el Auditorio debería insertarse en una reordenación urbanística de Santa Cruz que solo en parte se ha hecho realidad. Los costes del proyecto de Calatrava se dispararon y muchos criticaron agriamente el desfase presupuestario. Yo entre ellos. Pero el Auditorio Insular es hoy una infraestructura imprescindible en Santa Cruz de Tenerife y, a lo largo de los años, ha desarrollado una programación rica y estable y, a veces, espléndida. Durante mucho tiempo los asuetos dominicales de Adán Martín consistieron en meterse en las obras del Auditorio después de desayunar bien que mal e inspeccionar, recorrer, escudriñar, calcular y asetear inmisericordemente a preguntas a los ingenieros, los técnicos y los albañiles.
El próximo día 10, dentro de la programación anual de la Orquesta Sinfónica de Tenerife, los músicos han decidido, en una iniciativa suya y solo suya, dedicar el concierto a Adán Martín. Todo el mundo examinará los programas de mano. Es de esperar que el doctor Alarcó no deba intervenir de nuevo para que en los mismos figure el nombre de Auditorio Adán Martín.

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En su laberinto

“Carajos”, dice exasperado Simón Bolívar en la novela de Gabriel García Márquez, “¡Cómo voy a salir de este laberinto!”. Observo las imágenes de Santiago Pérez al anunciar su dimisión como diputado regional y me parece que sale del laberinto con cierta desollada dignidad. No puede menos que insistir en varios énfasis que él sabe perfectamente que no responden, o responden muy parcialmente, a la realidad, como eso de que José Blanco mueve a lo socialistas canarios como soldaditos de plomo, como si Alfonso Guerra hubiera sido manco, o que el PSOE ha renunciado a hacer oposición, como si el PSOE del que era diputado y dirigente no hubiera apoyado críticamente en su día el último Gobierno de Adán Martín. Tenues veladuras, sahumerios de rencor, atisbos de asco, excusas inverosímiles que la inteligencia discursiva convierte en plausibles titulares. Porque lo cierto es que Santiago Pérez abandona la vida política no por una tétrica confabulación de los poderes fácticos, ni por disidencias estratégicas, programáticas o ideológicas insalvables, sino porque perdió irremisiblemente su enésima batalla en el seno del PSC-PSOE.
Durante lustros sobrevivió a múltiples refriegas, a envenenamientos masivos, a los fulgores de navaja albaceteña que han jalonado la intrahistoria de los socialistas tinerfeños. Unas veces ganó (y fue implacable) y otras perdió (pero consiguió sobrevivir con admirable habilidad). Yo aventuro una hipótesis que se antojará disparatada: Santiago Pérez es la penúltima víctima – aunque plenamente responsable de su sacrificio– de Juan Fernando López Aguilar, cuyo ponzoñoso daño al tejido político y humano del PSC-PSOE aun está por evaluar en toda su dimensión. Fue López Aguilar quien destrozó la cultura pluralista característica de los socialistas canarios para mandarse a mudar desvergonzadamente a las primeras de cambio a moquetas más acogedoras y políticamente más rentables. Santiago Pérez, que enlazó su última resurrección con la figura del brevísimo secretario general, se empeñó posteriormente en jugar el papel de albacea de su inexistente legado, pura garrulería extenuante, y ya en el filo de la soledad más absoluta en el partido, se presentó a unas primarias que perdió rotundamente. Y aunque él mismo se haya conducido a esta situación, su dimisión obligada significa un lamentable empobrecimiento político e intelectual del PSC.

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Tindayeando

Después del grotesco y purulento escándalo que se núcleo en el proyecto de Eduardo Chillida en Montaña Tindaya – indescriptible opera bufa que incluía un Gobierno de CC investigando al anterior Gobierno de CC, una comisión parlamentaria que parió un dictamen de condena política que decayó en la Cámara gracias al voto traidor de cuatro diputados del PP, un conjunto de acciones judiciales no precisamente baratas que, entre grandes aullidos, concluyeron en nada — el presidente Paulino Rivero se hace carne en Euzkadi y se fotografía con los deudos del escultor fallecido para anunciar la firma de un documento y la reactivación del proyecto, y suenan fanfarrias y estallan sonrisas porque pronto Fuerteventura dispondrá de una excepcional obra de arte que servirá de reclamo turístico y motivo de orgullo universal para todos los canarios, amén. ¿Alguna duda? Ninguna. El mismo presidente del Cabildo Insular de Fuerteventura, Mario Cabrera, espetó que el 100% de los majoreros estaba a favor del proyecto monumental, y aun fue comedido el dirigente asambleario, porque no habló en nombre de cabras y baifos, entre los cuales, previsiblemente, la unanimidad es igualmente absoluta. De la misma manera que los seres humanos necesitan echar de vez en cuando una cana al aire, los baifos y las cabras llevan una vida más resignada si saben que cuentan con un agujero por donde desrriscarse.
Como no han aprendido absolutamente nada del pasado, como el pasado es, en realidad, una floresta donde ocultarse y no una lección para aprender, aquí se vuelve a tindayear sin tino y sin seso, y la recuperación de este deporte monumental coincide, por pura casualidad, con las inminentes elecciones autonómicas y locales. El contenido del susodicho documento firmado por el Gobierno regional y la familia de Chillida solo lo conocen la familia de Chillida y el Gobierno regional. Se desconoce igualmente cómo el Ejecutivo orillará la protección normativa que resguarda el importante patrimonio arqueológico de Tindaya y cómo podrá desarrollar las expropiaciones de rigor que todavía quedan por hacer. Pero, sobre todo, es enigmática la convicción gubernamental de que, en la actual coyuntura económica, una empresa privada afrontará los costes del proyecto (bastante superiores a los 75 millones de euros que se rumorean) a cambio de la explotación comercial del monumento (traquita y venta de entradas). En realidad, por desconocer, se desconoce todo, porque Tindaya, antes que un sueño repleto de luz, es un agujero negro que absorbe cualquier rigor, cualquier sensatez, cualquier sensibilidad democrática y patrimonial.

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