El Consejo del Gobierno de Canarias se encaminaba a la recta final. Al término de los consejos de gobierno solía producirse un momento de distensión, un largo suspiro de relax previo a unos minutos de camaradería postiza, y casi invariablemente lo protagonizaba Domingo Berriel, consejero de Ordenación Territorial y Medio Ambiente, notable coleccionista de chistes y corbatas chillonas. Al ver que los demás comenzaban a recoger documentos, papeles y portafolios Berriel lanzó una tosecita introductoria y dijo:
–¿Saben ustedes el chiste del majorero, el palmero y el tinerfeño? – al descurbrir el rostro contraído de Paulino Rivero el consejero se apresuró a aclarar –: No, no, no es un chiste del congreso de Coalición… Es sobre una competición de velocidad…
–Yo me lo sé – aseguró José Miguel Ruano–. Y es muy bueno…Je-je, je-je, je-je…
La risa de Ruano era como el gorgotear de una tetera. Una tetera tibia. Berriel siempre había pensado que quien no se sabe reír no puede saber nada serio, pero agradeció la intervención de Ruano, y ligeramente animado, reemprendió su intento. Se dirigió con su sonrisa de conejo astuto a José Manuel Soria:
–Pues eran un majorero, un tinerfeño y un palmero que estaban en…
En ese preciso instante se escuchó una terrible barahúnda en la habitación contigua a la sala del consejo. Inmediatamente atronaron cinco o seis chillidos. Se abrió la puerta y entraron como una exhalación José Miguel Barragán y Fernando Ríos, ambos con una indescriptible expresión de terror en el rostro. El diputado majorero cojeaba y el secretario general técnico de Presidencia de Gobierno mostraba la camisa cubierta de sangre.
–¡Que no salga nadie! ¡Cierren la puerta, por Dios!
–¿Pero que pasa? ¿Otra sentencia sobre el concurso de licencias de la tele digital?
–¡Cierren la puerta! ¡La niebla! ¡La niebla!
–¿Qué pasa con la niebla? – preguntó el presidente, más molesto que alarmado.
–¡Se ha colado en el edificio! – gritó Barragán –. ¡Y en la niebla hay algo! Estábamos al lado, con Martín Marrero, jugando al tetris en el ordenador, cuando llegó la niebla… En cinco segundos no podíamos ni vernos las manos.
–¿Y Martín? – inquirió Rivero.
–Algo se lo llevó – Fernando Ríos temblaba-. ¿No oyeron los gritos? Lo que hay en la niebla se lo llevó a rastras…
–¿A rastras? – Soria parecía estupefacto.
–¡Cierren la puerta de una vez! –protestó Barragán.
Medio Gobierno se levantó a cerrar la puerta. Rivero permanecía sentado y murmuró:
–Pues ya nos hemos quedado sin política de comunicación…
— Francamente – repuso Ruano – no creo que nadie note ningún cambio.
–Es horrible. Pobre Martín –Mercedes Roldós se echó un poco de agua en los ojos para improvisar unas sentidas lágrimas –. Con lo bien que le iba quedando la barba blanca. Parecía un profeta del Antiguo Testamento…
–Es el primer caso de profeta mudo que registra la Historia – apuntó Milagros Luis Brito, quien prudentemente se había sentado a la espalda del presidente del Gobierno y se había colocado una bolsa de El Corte Inglés en la cabeza como medida de camuflaje –. Eso son los profesores otra vez. Se han insubordinado y tomado las calles. Se van a enterar. Mañana publico en los periódicos una carta a los abuelos de los alumnos explicando este atropello facineroso y su relación con el golpe de Estado de 1936…
–Ruano, llama inmediatamente al 112 –ordenó Paulino Rivero.
–Es inútil –gimió Fernando Ríos–. Los móviles no funcionan.
–El mío sí –le contradijo triunfalmente Ruano –. Está especialmente diseñado por los servicios técnicos de Presidencia para situaciones de emergencia. Veamos. Ya está. ¿Sí? ¿Dígame? ¿El 112? No, soy Ruano. No, oiga, no quiero una pizza. He llamado al 112. Es una emergencia. Le repito que no quiero pizza. No, con anchoas menos. Me hacen daño las anchoas. ¿Peperoni? No sé. ¿Le ponen mucha salsa? Ya. Ya, claro – el consejero de Presidencia se dirigió dubitativamente a Rivero –. Tienen una oferta. Por una pizza familiar regalan una docena de alitas de pollo y un pan con ajo…
–¡Estamos perdidos! –gritó Fernando Ríos –. Incomunicados e indefensos. Y todavía esos socialistas canallas nos niegan la policía autonómica…
–Me importa un bledo – repuso Ruano -. La primera convocatoria la resolvemos en enero.
–¡Pero si no vamos a poder salir de aquí! ¡La niebla cubre toda la isla, todo el planeta, y está infectada de monstruos!
— Todo eso es absurdo – Soria enarcó las cejas –. Allí fuera no hay nada. Un poco de niebla y nada más. Que alguien abra la puerta y se asome para comprobarlo.
–Caramba – sonrió de nuevo Berriel –. ¿Por qué no lo haces tú?
–¿En este contexto de crisis económica y presupuestaria? Me niego por pura responsabilidad institucional. Que decida el presidente del Gobierno y el PP actuará, como siempre, con la máxima lealtad al pacto.
–Bueno, pues vete tú, vicepresidente – indicó Rivero mirando al techo.
–Creo que una decisión como esta, con todo respeto, debe ser sancionada por la Mesa del Pacto, y aquí no hay quórum… A ver, Roldós, hija, asómate a la puerta y convence a nuestros socios que allí fuera no hay nada…
Mercedes Roldós no dudó un segundo.
–A tus órdenes, José Manuel.
La consejera de Sanidad, con paso firme, se dirigió a la puerta, la abrió y asomó ligeramente la cabeza. De improviso surgió un viscoso tentáculo que la agarró por el cuello y la sacó de la habitación de un tirón. Lo último que le escucharon sus compañeros fue un aullido desesperado:
— ¡No te comas también el bolso, que es de Louis Vuitton! ¡Aaaaagh!
Soria palideció. Los restantes consejeros quedaron paralizados. Solo José Ramón Hernández pudo abrir la boca:
–Sea lo que sea, se la acaba de mandar como una rapadura…
Pilar Merino intentó ser optimista:
— Hay que guardar la serenidad y esperar un poco. No creo que pueda tragarse a Mercedes. Nunca nadie ha podido tragar a Mercedes y…
— ¡Esto es el fin! – clamó Fernando Ríos-. ¡Esto es una conspiración de la colonia para acabar con el nacionalismo canario…!
–¿Y el PP? –intervino Inés Rojas.
–Es una víctima colateral, pero que paga su culpa por colaborar en el mantenimiento el status quo colonial de nuestra sufrida tierra…¡Secundino, sálvanos! ¡Secundino, acuérdate de nosotros!
–Ríos, está usted perdiendo el juicio – A Soria le temblaba la voz-. Dimita y váyase a escribir editoriales a la calle Buenos Aires…
–Veamos el aspecto positivo de esta situación – Jorge Rodríguez, rodeado de expedientes y papeles, casi parecía exultante –. Con toda esta niebla será imposible detectar ni uno de los 200.000 parados que tenemos. Según mis cálculos, llegaremos a los 250.000 parados a mediados del próximo año, pero serán parados invisibles. Como la gente se recluirá en sus casas, se incrementará el ahorro y la renta familiar disponible…
— ¿Y quien va a notar si se derrumban o no unos hotelitos en Lanzarote? –agregó Berriel en voz bajita.
–Hombre, bien mirado, la cosa no pinta tan mal – reconoció Rivero-. Hay que pedir un informe al CES y ordenar a Martín que prepare un argumentario…
— De Martín ya no quedan ni las raspas… –recordó Barragán.
— Ese pibe…. Bueno, sin argumentario. Qué más da. Puede que todo este follón lo estén organizando los periodistas…
— No lo dudes, presidente – Soria mascullaba –. Esto es cosa de La Provincia. A mí me lo dijo personalmente Guillermo García Alcalde. Me dijo: “Voy a llenar Canarias de niebla, la transformaré en Londres, los turistas no querrán venir, se arruinará el Archipiélago y así tumbaré al Gobierno”.
–¿De veras te dijo eso?
–Te lo juro, presidente. Textualmente. Por eso me persiguen, cuando yo hasta anteayer creía que salmón era una marca de after shave. ¿No es verdad que me lo dijo, Rita?
–Is veri true, mai boss. Uy, perdón. Se me escapa el inglés. Claro, con tanto viaje y tanta responsabilidad… En los estadios ingleses no te dejan entrar si no dominas perfectamente el inglés. Yo le dije al portero bat, ¿is posíbol?. Pues sí. Es posible porque es así…
— Y tú entraste – siguió Ruano.
— Ofcurse.
–Joder con el portero.
Unos golpes horrísonos comenzaron a estallar sobre la puerta. Al otro lado se escuchaba una respiración ansiosa y agitada que solo podría proceder de una bestia enorme, descomunal, furibunda. Los consejeros se parapetearon detrás de la mesa ovalada. Fernando Ríos saltó encima del mueble y elevó los brazos al cielo del soberanismo:
–¡Secundino, protégenos! ¡Secundino, vela por nosotros! ¡Comprendemos tu castigo, comprendemos tu ira por enmascarar un insularismo regionalista y panderetero como un nacionalismo realmente patriótico y consecuente! ¡Y estamos dispuestos a pagar por nuestros pecados, pero no pidas nuestra sangre! ¡Secundino, ten piedad de nosotros!
— Más tarde o más temprano – gruñó Paulino Rivero – saldremos de aquí, y me iré a hablar con Victoriano, y me va a tener que escuchar, Victoriano me va a tener que escuchar…
La puerta, agrietada, parecía a punto de ceder. Por los intersticios comenzaban a colarse jirones de niebla. El secretario general de Presidencia, con los ojos encendidos como brasas, señaló a Rita Martín, que temblaba como un flan registrado con todo lujo de detalles en el Libro Guiness.
–Entreguémosle esta mujer a la bestia. ¡La bestia quedará saciada! ¡La bestia quedará saciada!
La luz eléctrica que iluminaba la sala del Consejo de Gobierno comenzó a fallar. En la confusión de las sombras Rita Martín fue trasladada a empujones hasta la puerta y expulsada a la niebla. Durante unos segundos no ocurrió nada, pero después se escuchó la voz de la consejera de Turismo:
–Mister, lluare veri ugli…¡Aaaaagh!
Silencio. La luz volvió a cobrar toda su potencia. Los consejeros parecían derrumbados sobre sus sillas, exhaustos, demacrados, incapaces de cualquier gesto. Barragán se acercó temblorosamente a Paulino Rivero.
–¿Qué vamos a hacer, presidente?
–Pues seguir gobernando, José Miguel, seguir gobernando de sol a sol. A ver si te crees que porque llegue el fin del mundo vamos a abandonar el Gobierno. No hay elecciones autonómicas hasta mayo de 2011. Y nada de experimentos con la ley electoral. Canarias necesita estabilidad para gestionar el Apocalipsis.