Twitter y la educación democrática

Parte de mi familia es de La Palma y algunos viven en Los Llanos y El Paso. No lo han pasado bien. Angustia, miedo, dolor, zozobra durante días amargos y moches interminables. Como miles de palmeros. Como la inmensa mayoría de los habitantes de la Isla Bonita. Pero por fin los científicos certifican – después de las pruebas y análisis pertinentes –que se acabó la erupción. Es inimaginable el infinito alivio que se notó en los rostros, en los ademanes, en el mismo aire hasta ayer cargado de ceniza. Y en casa, desde Tenerife, hablamos por teléfono con los dañados por el volcán y brindamos por el fin de la pesadilla, y con todo lo renuente que soy con las manifestaciones sentimentales escribí un tuit irrelevante festejando la buena noticia.

Por supuesto, esto no podía quedar así. Hace dos o tres semanas, no lo recuerdo bien, el presidente del Gobierno de Canarias, Ángel Víctor Torres, declaró terminantemente que el volcán que estalló en Cumbre Vieja quedaría inactivo antes de fin de año. No existía ninguna evidencia científica que avalase su vaticinio. Era probable. Otros científicos indicaban que el volcán podría seguir arrojando lava y fuero durante varias semanas más. A mí – y a otras muchas personas — se me antojó muy frívolo por parte del presidente crear expectativas. Escribí un tuit irónico sobre la obediencia del volcán a las decisiones presidenciales. Algún memo desocupado lo recordó para retuitearlo. Es fascinante lo que ocurrió entonces, porque habla mucho de la actitud de muchos votantes y simpatizantes socialistas. No tardaron en llegar varios tuits. Una señora, por ejemplo, me reprochaba “que intentara ridiculizar al presidente”. Al parecer una de las mayores bajezas que puede cometer un ser humano es ridiculizar presidentes, al menos, cuando son del PSOE. Es asombroso que gente que se consideran de izquierdas te afee la conducta por criticar, cuestionar o incluso vacilarte de un presidente, como si se tratase de un Caudillo elegido por dios y refrendado por el  Volksgeist.  Otro tipo, al parecer más joven, me reprochaba con un inocultable desprecio mi “campaña de intoxicación y manipulación” que empezaba y terminaba con el jodido tuit. Creo que le pedí alguna explicación, pero me dijo que si no lo entendía era peor. Luego atacó una dama llamándome ladrón y repitiendo insistentemente que no pretendía insultarme. Torres, simplemente, se había asesorado bien, y por eso me había dejado en ridículo. Otro mocoso saltó a la palestra y exigió que pidiera excusas al jefe del Gobierno. Toda esta cuerda de chalados y singuangos eran manifiestamente socialistas y algunos tenían plato de sopa boba puesto en administraciones gobernadas por el PSOE. ¿Esta es la militancia que está creando el PSOE, más similar –en su caudillismo arrastrado, su ceguera acrítica, su mezquina arrogancia, su entusiasta desprecio al disidente — al funcionariado del Movimiento Nacional que a un partido socialdemócrata europeo?

Peor suerte se puede tener si uno se tropieza en Twitter (¡y es tan fácil!) con algunos cargos públicos del Ejecutivo regional, como el ya celebérrimo director general de Dependencia, un discípulo de Juan Tamariz que ha dimitido y no ha dimitido a la vez, y que hace unos días se burlaba de un contribuyente que le había explicado cómo murió su padre, solo, en un pasillo de un hospital grancanario (borró el tuit pero, por desgracia, se le había hecho pantallazo previamente). O una directora general de Juventud que agrede día sí y día no a militantes, simpatizantes o votantes del PP o de CC, lo mismo que le ocurre  a un sexagenario voluptuosamente progresista en Presidencia del Gobierno. Cuando llegas a un cargo público debes soportar estoicamente la crítica y dejar de ondear tu bandera ideológica, sin apabullar con consignas que no son las de la mayoría, sino las tuyas. Porque trabajas en el cumplimiento de un programa, pero para todos los ciudadanos, al margen de sus opciones políticas o electorales. No cuesta entenderlo y debes practicarlo si tienes una mínima educación democrática. No es el caso, claro.  

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Una burocracia del consuelo

Los presupuestos generales de Canarias aprobados anteayer en el Parlamento son menos un instrumento para desarrollar políticas públicas bajo una orientación estratégica que un menú de subvenciones, subsidios, exenciones, socorros y ayudas. A estas alturas del milenio todavía se debe soportar a políticos (como a una diputada curbelista, Melodi Mendoza es su gracia) insistir en que “tres de cada cuatro euros que se invierten son para gasto social”, una afirmación estúpida porque, en primer lugar, mezcla gasto e inversión, y en segundo, porque solo con lo que cuestan las nóminas de los funcionarios y empleados públicos en educación y sanidad te explicas tan portentoso resultado. Porcentualmente el otro departamento más privilegiado desde un punto de vista financiero es la Consejería de Transición Ecológica, pero aunque la mayoría de sus programas son singularmente beneméritos y varios de los mismos tendrán un impacto positivo en la vida cotidiana de los isleños –calidad y vertido de las aguas, tratamiento de las basuras y residuos—lo cierto es que las políticas ecológicas, tal y como observó tempranamente Iván Ilich, no son jamás políticas populares, entre otros motivos, porque apenas generan puestos de trabajo. Nuestra nefanda –aunque pequeñita — contribución a la huella de carbón se reducirá en la próxima década, pero nos va a costar una pasta, y es un gasto que tiende a convertirse en estructural.  

Tal y como recordó la oposición parlamentaria en el debate presupuestario resulta imposible detectar en los presupuestos diseñados por el consejero de Hacienda, Román Rodríguez, y su equipo, una estrategia política ordenada, sistemática y jerarquizada de recuperación económica para la era poscovid. Eso irritó bastante a la mayoría parlamentaria, pero es una obviedad muy escasamente discutible. La situación económica del país es mala –la inmensa mayoría del empleo creado desde marzo es precario y barato — y las previsiones de crecimiento francamente mediocres pero no existe un consenso sobre los motores e instrumentos del crecimiento económico de Canarias, con un turismo bajo continua sospecha infecto-contagiosa. No existe en el seno del propio pacto de Gobierno, no se diga en el ámbito parlamentario. Las cosas empezaron prometedoramente con un Plan de Recuperación, Transformación  y Resilencia – el conocido como Plan Reactiva Canarias – firmado con gran pompa y circunstancia, pero muy pronto el Gobierno de Ángel Víctor Torres dejó de lado cualquier voluntad de diálogo, acuerdo y cumplimiento, aun en la coyuntura más grave vivida por las islas en las últimas décadas. En la práctica el Plan Reactiva Canarias sirvió al presidente para mantener en silencio a la oposición durante muchos meses, engatusada por el sortilegio de una unidad de acción que no existió jamás. Torres no deja de recordarnos que vivimos en una situación excepcional, pero gobierna exactamente igual que cualquier de sus predecesores aun en medio de “la peor pandemia soportada en el último siglo” y “una crisis económica que amenaza con destruir nuestro tejido productivo”.

Las acciones de estímulo a la actividad empresarial han sido modestas y pese a la cháchara de Rodríguez el supuesto keynesianismo del Gobierno ni está ni se le espera. Para ahora mismo el Ejecutivo podría haber emprendido un programa ampliado de obras públicas – viviendas, carreteras, autopistas, muelles, parque urbano – y para pasado mañana solucionar la miserable financiación de las universidades canarias –que recibirán apenas 4,5 de euros más que este año – e impulsado un nuevo sistema de I+D+i. Sin pistas de ninguna de estas iniciativas, ¿cómo se va a modernizar la economía canaria, crear empleo, fortalecer su músculo empresarial hacia organizaciones medianas y grandes y consolidar un mercado archipielágico y no cinco, aumentar la productividad y favorecer la innovación? Es así, y no con ingresos mínimos vitales como se lucha contra la desigualdad, la pobreza y la exclusión social. A mí el equipo de Torres me parece, más que un Gobierno, una lenta y autosatisfecha burocracia del consuelo.

 

 

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Democracia no es (solo) votar

Incumpliendo un mandato explícito del propio Estatuto de Autonomía, que fijaba en dos años el tiempo para sacar adelante una ley electoral, todos los grupos del Parlamento canario aprobaron anteayer la toma en consideración de una norma que regulará los comicios autonómicos en el futuro. Es sumamente improbable que se obtenga ningún resultado concreto en el año y medio que queda de legislatura. Lo que se pudo escuchar, en fin, es a la diputada psocialista por La Gomera, Ventura del Carmen Rodríguez, que presentó desde la tribuna una síntesis histórica realmente particular sobre el sistema electoral canario. A mí se me antojó divertido que la señora Rodríguez nos contara que en 1996 Coalición Canaria y el PP impusieran aumentar los topes porcentuales regionales e insulares, como si el PSOE se hubiera opuesto. El PSOE se abstuvo al votar este cambio que, ciertamente, no fue a mejor. Y se abstuvo porque lo beneficiaba. Aumentando los topes los tres grandes partidos de Canarias se convertían en los auténticos agentes políticos del sistema, sin que las fuerzas más pequeñas tuvieran ninguna influencia, aunque fuera al precio de tirar miles de votos a la basura y malbaratar la democracia representativa.

El portavoz de CC, José Miguel Barragán, observó que el compromiso político real transado entre todos consistía en transformar en ley el sistema electoral ya ampliamente reformado y aplicado en 2019, y es rotundamente cierto. Tan cierto como que no existe ningún consenso entre los partidos que apoyan al Ejecutivo sobre el modelo electoral más deseable. En el fondo dilatar el proceso legislativo ni tuvo nada que ver con la pandemia ni tenía otro objeto que impedir, precisamente, disponer de tiempo para aprobar la ley. Casimiro Curbelo no quiere saber nada de una nueva normativa electoral antes de mayo de 2023. Y después, probablemente, tampoco. Fin del proceso. Así que se divagará mucho en una comisión verbalista sobre el sexo de las urnas, pero nada más, aunque doña Ventura del Carmen se lleve un disgusto traumático, lo que tampoco se me antoja demasiado probable.

Lo que me parecen realmente extraordinarios son aquellos que creen que el principal combate de la democracia representativa es la definición de su sistema electoral, buscando exhaustiva y heroicamente el elixir de la perfecta representatividad. Lo malo es que no existe. Y en Canarias, un país archipielágico donde cualquier fórmula está abocada a integrar representación popular y representación territorial – algo que no podría superarse plenamente ni siquiera con una segunda cámara — todavía es más difícil encontrarlo. Más aún: la representatividad casi perfecta puede conducir a gobiernos casi inoperantes. Una organización, Demócratas para el Cambio, que en realidad funciona como un lobby (perfectamente legítimo) de politólogos y juristas, ha insistido en la perentoria necesidad de “avanzar” en la democratización de Canarias con una norma electoral “más ambiciosa y completa”.  Es un entusiasmo un poco equívoco, por no decir equivocado. Democracia no es solo votar. Votar, por supuesto, es consustancial con la democracia, pero no agota sus exigencias y aspiraciones. La democracia es, con igual relevancia, un sistema institucional que se basa en la separación de poderes en un espacio público de controles y contrapesos. Para los caballeros de Demócratas para el Cambio la papeleta es el pasaporte hacia una sociedad libre y participativa, madura y responsable. Pero a Canarias le interesarían otros cambios de calado para aproximase a ese objetivo: la reforma y transparencia de las administraciones públicas, la persecución de la corrupción, un sistema judicial dotado financiera y tecnológicamente cuyos más altos tribunales no estén cooptados por los grandes partidos, un proceso más exigente de selección de élites, una educación pública menos segregada y segregadora socialmente, un urbanismo más humano y participativo, unos medios de comunicación menos débiles más independientes.

 

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Crónica parlamentaria. Un parlamentarismo sin periodistas.

Edificio Parlamento de CanariasOcurrió durante la pregunta de rigor –simplemente retrasada 24 horas  – de la señora Nira Fierro al presidente don Ángel Víctor Torres sobre la feliz celebración en Canarias, el próximo mes, de la Conferencia Ministerial de Economía Digital. Me admiraba yo lo que se puede hacer con una voz profunda, una ambición rastacueril y un hábil corta y pega de Wikipedia cuando me dí cuenta: en la tribuna de prensa no había nadie, absolutamente nadie más que un servidor. Quizás terminé de despertarme en ese momento. Las preguntas al presidente, sin duda, devienen trascendentales, pero me atreví a ausentarme  y me aproximé a la sala anexa donde los plumillas podemos utilizar varios ordenadores y disfrutar de las sesiones plenarias a través del circuito cerrado de televisión. Nadie. Bajé a los pasillos corriendo el riesgo de que algún ujier me echara una bronca. Nadie tampoco. Si se obviaba mi humilde presencia, el pleno de la Cámara regional se celebraba sin ningún periodista siguiendo las intervenciones ni los debates. Seguro que a las propias señorías no les parece así, pero se trata de una situación insólita, estúpida y, a la vez, democráticamente alarmante. ¿Para quién estaban hablando los diputados? ¿Existe parlamentarismo democrático sin periodismo, sin periodistas, sin nadie que acerque esos montoncitos de palabras, esas rapajoleras perfomances, tamizadas críticamente, a los ciudadanos que les han votado y que pagan todo esto? Regresé a la tarima y llamé a algunos compañeros peninsulares. Les conté mi desierto de los tártaros y me explicaron –desde sus respectivas experiencias profesionales – que resultaba inconcebible que en los parlamentos vasco o catalán o en las cortes valencianas no hubiera periodistas, “incluso hablando simplemente de las comisiones, no te digo de los plenos”.  “Pero, ¿ni siquiera están los medios públicos?”, me preguntó otro. Debí responderle que no. Aquí viene la tele autonómica con ocasión de los grandes saraos o aparece una presentadora dominical para regalarle un cargamento de preguntas triviales a este o aquel portavoz. En cuanto la radio pública sigue siendo una hipótesis casi siempre difícilmente verificable.

Ahora le tocaba a Torres responder a su secretaria de Organización para contarte que Canarias será en pocas semanas “el epicentro mundial de la tecnificación (sic) y la transformación verde”. Recordé el reciente Congreso del PSOE (canario). A los periodistas nos pusieron al fondo, cerca de los retretes, una metáfora seguramente involuntaria. Nadie mencionó a la prensa, ni le dio la bienvenida ni agradeció su presencia en ningún momento: estaban demasiado ocupados poniendo vídeos y festejándose hasta el delirio. No sé planificó ningún encuentro, ninguna rueda de prensa, ninguna entrevista. ¿Para qué? Los periodistas son perfectamente prescindibles. Ya tienen una función entre decorativa y simbólica en congresos, inauguraciones y simposios  y, por lo visto, también en el Parlamento, donde ni están, ni se les espera. Los únicos periodistas presente en nuestra augusta asamblea legislativa son los encargos de los gabinetes de prensa de cada grupo parlamentario, que mandan puntualmente y qué remedio las tontadas de sus diputados a las redacciones. Así pueden sus señorías expectorar las mayores bobadas sin testigos incómodos ni filtro interpretativo de ninguna naturaleza. Son babiecadas cada vez más gordas, más asombrosas, más borboteantes. Anotaré unas cuantas antes de desaparecer yo mismo. Manuel Marrero siempre arrastra a Franco al salón de plenos. Patea sin piedad al exGeneralísimo hasta su escaño y desde ahí gana cada quince días la guerra civil. Lo suyo es necrofilia y lo demás es tontería. O al revés. Ayer denunció otra vez, como anteayer, la larga y ominosa sombra del franquismo y también a aquellos que todavía sueñan en una España “una, grande y libre”, grrrr, alerta antifascista, alerta antifascista, grrrr. Luis Campos y la coreografía de sus diez deditos portentosos. Esta es buena: “El covid y el volcán (parece el título de una novela de Luis Sepúlveda) han demostrado que pueden relacionarse de otra forma la administración pública y la ciudadanía”. Pero, ¿qué está diciendo este sujeto y merced a qué espasmo cerebral? En todo caso, por supuesto, lo dice en la calle Teobaldo Power, porque en La Palma se andaría con más cuidado y se metería las manos en los bolsillos. Y el relato milagroso del ángel de Torres y sus bienaventuranzas. Hablando de la creación de empleo, que cuando no es empleo público, es empleo basura. Atención: “el empleo ya estaba subiendo con fuerza en los últimos meses de 2019”.  Torres tomó posesión en julio de 2019 y el empleo que se generaba cien días más tarde ya era el preciado fruto de su portentosa gestión. ¿Pregunta el PP? Son de derechas, ah, y el convenio de carreteras, ah, y la Gürtel. ¿Pregunta CC? Ustedes gobernaron 26 años, ah, y si digo 30 nadie va a protestar. ¿Pregunta Vidina Espino? Creo que no lo ha entendido bien, señora Espino. Y todo eso con ritmo, chascando los dedos, vamos que nos vamos.

Dos disparates ya más gregarios. La comparecencia de Elena Máñez para fantasear o sestear sobre la empresa canaria, la búsqueda del talento y la relevancia, oiga, de la I+D+i. Lo que leyó la señora Máñez podía referirse perfectamente al país de la abeja Maya. Maya, como Máñez, vuela y vuela sin cesar en un mundo sin maldad. Su Gobierno sigue manteniendo a las universidades a pan y agua y no ha sido capaz de consensuar y diseñar un nuevo sistema de investigación, desarrollo e innovación para Canarias, pero nadie le va a amargar la clase de yoga de esta tarde. ¿Qué dice usted, señora? ¿Qué la empresa canaria es muy competitiva? Debe ser por su productividad, por supuesto, y por privilegiar, en efecto, el talento creativo. El talento es inequívocamente importante. Si tienes suficiente talento puedes estar licenciada en Historia y dirigir la política económica de un país en crisis estructural. Lo que usted diga, que no estamos aquí para darle disgustos. Lo más impactante, sin embargo, fueron las críticas con ligero sabor a excomunión que se llevó la diputada palmera Nieves Lady Barreto, que se atrevió a discrepar de algunas acciones y previsiones del Ejecutivo para afrontar la crisis volcánica. Barreto explicó que estaba ahí para fiscalizar la acción del Gobierno y presentar propuestas, pero que la voluntad de unida y colaboración no significa abandonar las responsabilidades como oposición. Campos y Marrero, que habían intentado actuar como mamporreros de la unidad de acción, la miraban con desconfianza. Discrepar con el Gobierno es casi un crimen de lesa palmeridad, un ataque al buen camino tras las fuerzas progresistas, un frenesí antidemocrático. La mejor colaboración a la que debe prestarse la oposición es no oponerse a nada: todo lo demás es sospechoso. Barreto no pareció demasiado impresionada. Pero ya se sabe que será (deberá ser) la recién nacida comisión parlamentaria parala reconstrucción de La Palma. Una claque del Ejecutivo en la que cualquier crítica será acallada como un intolerable electoralismo  

Antes de almorzar abandoné el Parlamento. Fuera se había despejado el cielo y un intenso azul se apoderaba de todos los horizontes. Me invité a un cortado a mí mismo y me expliqué lo muy jodido que estaba el oficio, exhausto reflejo de una democracia degradada, degradante, culiparlante. Reaccioné muy mal, la verdad. La próxima vez me mando un comunicado por wassapp.     

 

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Crónica parlamentaria. Rorró se ríe en el rincón gomero.

El principio del pleno se retrasó lo suyo –más de media hora –por el retraso de las conexiones aéreas entre Tenerife y varias islas. Porque los diputados son como las hadas, que llegan y se van volado, aunque el polvo de las alas se los pague usted. Como si temiera una revuelta Gustavo Matos había dejado su mochila ocre ocupando su butaca presidencial. Sus señorías, en pequeños grupos, masticaban su propio aburrimiento, con Vidina cada vez encoalicionada; Julio Pérez recordando tal vez la ominosa dictadura franquista con Manuel Marrero, que un par de horas más tarde había de advertir a los que querían una España “una, grande y libre” que no pasarán; los del PP siempre distantes entre sí, como una familia de erizos, y Juan Manuel García Ramos en su escaño, buscando en el móvil un verso de algún poeta neozelandés para asombrar al respetable. Por fin a las 11.03 sonaron los timbres convocando a los diputados y al par de minutos Matos, ya con la mochila en el suelo, declaró abierta la sesión plenaria.

En el banco azul se nota la ausencia del presidente Ángel Víctor Torres, que estaba en La Palma,  acompañado por Casimiro Curbelo como consejero supernumerario del Gobierno autonómico. Torres estaba de nuevo junto al volcán para vender que ya su Ejecutivo había soltado los 1.140 millones para pymes y autónomos y los tres millones y medio para agricultores, y es cierto, lo que no significa exactamente que ya esté disponible para la totalidad de los afectados, lo que no ocurrirá hasta dentro de diez o quince días.  Pero tenía prisa, mucha prisa para que no se le pueda reprochar que antes de fin de año sigue sin llegar un céntimo a La Palma. Torres se ha convertido en una pesadilla para sus subordinados, porque exige ininterrumpidamente que se agilicen los malditos expedientes y se pague ya. Con el presidente ausente varios corifeos pudieron descansar; Nira Fierro, por ejemplo, tuvo una mañana muy relajada.

Las primeras preguntas fueron para Román Rodríguez que, como siempre, estaba encantado. Si en un remoto futuro algún historiador despistado quiere conseguir una imagen de Rodríguez deberá leer un cuento maravilloso de Max Beerbohm titulado Enoch Soames; ahí aparece el diablo, un diablo mentiroso, jactancioso y sin escrúpulos, que muestra el mismo humor vitalista y el mismo código gestual polichinesco que Rodríguez. El vicepresidente y consejero de  Hacienda respondió a preguntas de García Ramos sobre la UE o a Nieves Lady sobre la planificación de la recuperación económica y social de La Palma; en ambos casos lo hizo con su facundia acostumbrada para no decir absolutamente nada. Cuando contestaba a la diputada palmera, por ejemplo, Rodríguez dijo que “había que repensar la economía de La Palma con criterios de  sostenibilidad”  lo que no pareció entusiasmar a su señoría. Más tarde, en otra comparecencia, el consejero de Obras Públicas, Sebastián Franquis, insistiría en que “todavía” se estaba en la fase de emergencias. Lo que no acaba de entender el Gobierno es que en una erupción volcánica de larga duración no puede aplicarse un cronograma lineal, es decir, la atención a las emergencias no puede ni debe posponer el diseño de una estrategia de análisis y recuperación económica.  El vicepresidente también fue interrogado por esos preocupantes informes previos sobre la reforma del sistema de financiación autonómica y del asombroso propósito que respiran: volver a anclar el REF en el sistema, lo que supondría para Canarias no solo vulnerar el Estatuto, sino perder cientos de millones de euros anualmente. Por supuesto todas las fuerzas políticas insistieron en que no tolerarían semejante agresión, menos el PSOE que, como suele ser habitual, piensa que todo es un malentendido entre caballeros (y damas) y no pasará nada grave. Curiosamente los más ardientes detractores estuvieron entre los diputados de Nueva Canaria. “Esta actitud previa del Ministerio de Hacienda nos tiene muy preocupados” dijo María Esther González, “y no vamos a tolerar ninguna rebaja de nuestros derechos”. Incluso Rodríguez musitó, fue un poco difícil escucharlo, que sumar de nuevo los recursos del REF a la cuota canaria en el sistema de financiación autonómico “sería jugarse el autogobierno”. Sería, en efecto, exactamente eso. Sería un mensaje explícito a la comunidad canaria: resígnense ustedes a una autonomía de segunda.

Rodríguez demostró, poco después, que en materia de grosería está bien servido, y que entiende que en la Cámara regional existen grupos parlamentarios de primera y de segunda. La diputada Socorro Beato (CC) había solicitado la comparecencia del vicepresidente para que explicara los avances (o empantanamientos) del proceso de transferencia de las nuevas competencias registradas en el Estatuto de Autonomía de 2018. Rodríguez se zafó de las explicaciones y se las endilgó a Julio Pérez, tal vez la criatura más omnívora del gabinete, porque siempre se come lo que le manden. De los tres ámbitos competenciales por cuya transferencia se ha interesado el Ejecutivo canario – ordenación de costas, tutela financiera y promoción y defensa de la competencia – no se han producido avances sustanciales en ninguno, lo que quedó perfectamente claro pese a los juegos malabares de Julio Pérez, que sembró varias genialidades tornasoladas siempre con una pizca de paciencia patriarcal: “vamos hacia un modelo de cogobernanza”, “obtener nuevas competencias no es más importante que ejercer correctamente las que ya tenemos”, “la verdad que no son tantas las nuevas competencias del Estatuto, no se crea”. Es como si le hubieran preguntado su opinión como caballero bien informado, no como si tuviera que responder a una demanda de información de la oposición. Beato fue dura y precisa con Rodríguez, leyó el articulado del Reglamento Orgánico del Gobierno, que atribuye al vicepresidente la coordinación en la gestión de las transferencias competenciales, y le acusó de escurrir el bulto, porque no tenía que ofrecer, después de dos años y medio, ningún avance a la Cámara. Para entonces ya había ocurrido lo más sorprendente: Román Rodríguez había abandonado el banco azul y se había largado a un escaño del grupo de la Agrupación Socialista Gomera, abriendo una animada tertulia con Jesús Ramos Chinea. Al ratito se acercó Luis Campos y subió el volumen de la conversación y se escucharon algunas risas. Mientras tanto Socorro Beato seguía preguntado, refiriéndose directamente a Rodríguez, y Julio Pérez seguía respondiendo.

Esta jocosa ordinariez del señor Rodríguez, montando numeritos en el salón de plenos con un comportamiento indigno que no tiene otro objetivo de burlarse de una diputada, sobrepasa ya cualquier límite, y debería tener una respuesta. No es ya una descortesía parlamentaria: es una palmaria grosería.  Imagínense ustedes que en medio de una comparecencia de un ministro que la sustituyera por medio de una artimaña, la vicepresidenta Nadia Calviño abandonase el banco azul y se marchara a contar chistes y hacer chirigotas a los escaños del PNV. Es exactamente lo que ocurrió ayer en la Cámara regional. Eso sí: quedó meridianamente claro que las transferencias a las que obliga el nuevo Estatuto de Autonomía están encalladas y que cuando ocurre eso al vicepresidente lo que se le ocurre es reírse del Parlamento. Como si fuera un merendero. El suyo.

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