Tocar el cielo

Asistí a uno de los últimos mítines de campaña de Podemos en Santa Cruz de Tenerife. En realidad quien se empeñó en asistir al mismo fue mi entrañable piedra renal. Otros pasean a sus perros por los parques y plazas, yo, en cambio, paseo a mi piedra, que es mucho más indomable y autónoma y canalla que cualquier chucho. Caía un sol de justicia implacable, un sol Victoria Rosell,  y mientras me despatarraba en un banco la piedra susurró:
–¿No lo escuchas? Son los del mitin. El mitin de Podemos. Vamos a acercarnos, están a dos pasos.
–De eso nada. Me he leído las tesis doctorales de Pablo Iglesias y de Iñigo Errejón y ví la entrevista que le hicieron a Jorge Verstrynge en La Tuerka. Ya tengo bastante.
La piedra sonrió y sufrí un retortijón, así que acepté sus órdenes. Allá abajo, en efecto, habían montado varios templetes blancos adornados con globitos morados. Se habían dispuesto apenas medio centenar de sillas, una inequívoca evidencia de escasa confianza en el poder de convocatoria del partido. Supuestamente, y para demostrar lo diferentes que eran de los demás, el mitin incluía como actividades complementarias talleres de juegos y chorradas varias a las que nadie prestaba atención. Cuando llegamos terminaba su intervención Juan Carlos Monedero. El genio del chaleco es, sobre el escenario, un cruce electrizante entre James Dean y Estrellita Castro. Como cualquier estrella del cabaret sabe que la condición previa para gustar al público es gustarse a sí mismo y Monedero se gusta con locura, y ni siquiera intenta disimularlo. Antes había consultado la wikipedia y confirmado con sus compañeros canarios que introducir palabros como guanches y caciques sería un éxito, y así lo hizo. Fue aplaudido, pero no precisamente hasta el frenesí. Tomó asiento y se pasó el resto del mitin intentando localizar cualquier cámara entre el público y sonriendo cuando la encontraba. La siguiente oradora, Mery Pitta, estuvo mejor.
–¡Esos políticos enriquecidos y corruptos, esos políticos vestidos de Armani, que nos han robado el trabajo, que nos han robado nuestras casas, que nos han robado el futuro de nuestros hijos, que nos han robado la sanidad y la educación públicas, que nos han robado la ilusión de vivir, que nos quieren robar todo, todo, todo, y a los que, compañeros y compañeras, tenemos que echar, tenemos que echarlos para siempre, tenemos que quemarlos en las hogueras de San Juan…!
La piedra estaba exultante y me preguntó mi opinión. Le dije que, modestamente, no conocía a ningún político canario que se vistiera en Armani y que el PP se me antojaba más ignífugo que lo que sospechaba la señora Pitta que, de todas maneras, se refería a cualquier partido que no fuera el suyo. Un día antes, en La Laguna, había contemplado un mitin del Partido Comunista del Pueblo Canario, con dos únicos militantes como oradores y público simultáneamente, y ambos empleaban la misma retórica, las mismas maldiciones, las mismas profecías, y en un momento concreto uno de los pibitos gritó:
–¡Y no hagan caso a los de Podemos, que repiten lo mismo que nosotros, pero no se lo creen!
Y tenía razón en su triste soledad marxistal-leninista despoblada de megáfonos y escaños y sonrisas.

Cerró el acto Alberto el Largo, que es de Ofra, como lo era Ángel Llanos. De vez en cuando Ofra castiga al resto de Santa Cruz – y a Canarias – con una saña incomprensible. Alberto el Largo sonrió y proclamó:
–¡Vamos a ganar! ¡Lo vemos, los sentimos, lo sabemos!
Setenta diputados y un millón de votos menos. Lo que se dice un pequeño margen de error. Y no obstante – hasta la piedra está de acuerdo – Alberto seguirá siendo un icono durante algún tiempo. Es lo más cerca que llegará a estar Podemos de tocar el cielo.

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Perder para Rajoy

En la pantalla de televisión, a medianoche, cuando las carrozas se convierten en calabazas, la expresión de cesáreo cabreo de Pablo Iglesias, y en segundo término Iñigo Errejón frunciendo los morritos. El Líder no parecía irritado con los resultados, sino con la gente que no sabe votar.   Parafraseando a Bertold Brecht, Iglesias parecía a punto de exigir la disolución del pueblo para elegir a otro. Pero se contuvo. Muchos de sus correligionarios, simpatizantes y votantes no lo han hecho, por supuesto, y hasta han circulado bulos disparatados y anecdotarios grotescos sobre pucherazos electorales. Parecían todos lectores demasiados literales de Brecht. Se sentían decepcionados, malheridos, espantados, rotos por el pueblo frívolo y cobarde y necio.  En uno de los miles de tuits heroicos en la derrota un genio señalaba que le gustaría antes compartir una teoría sólida sobre el fraude electoral que admitir que la gente sea capaz de votar mayoritariamente al Partido Popular. Una tercera opción (intentar entender racionalmente lo que ha ocurrido) parece interesar mucho menos que las excomuniones ideológicas y los insultos a los que se atreven a votar a la derecha. Es lo normal cuando se ha sustituido el análisis político por una permanente apelación a lo emocional, por la legitimación de prácticas valorativas excluyentes, por el empeño en dicotomizar el espacio político entre malos y buenos, explotadores y explotados, jóvenes regeneradores y zombis fascistoides.
Soy incapaz de entender como ese amplio sector de la izquierda española – lo que un día fue IU, las mareas de varios colores y dolores, organizaciones independentistas, una parte no insignificante de exvotantes socialistas – pudo llegar a creer, quiere seguir creyendo, que la mayoría de la sociedad civil española va a compartir y metabolizar su lenguaje, sus símbolos y sus preferencias. Es algo absolutamente disparatado, irreal, una memez adolescente. En España hay millones de personas en el espacio entre el centro derecha y los predios conservadores ultras. No reconocen ese lenguaje, esos símbolos, esas preferencias. En el pasado un sector de ese centrismo urbano y mesocrático pudo creer  y apoyar una opción socialdemócrata moderada como la que representó el PSOE de Felipe González y Alfonso Guerra, que prescindieron astutamente de cualquiera adorno, afeite o coquetería identificable con la izquierda carpetovetónica. Hoy no, por supuesto. No se puede vencer a la derecha y a su inmejorable instalación en los poderes financieros, empresariales y comunicacionales del país con dos partidetes de centro izquierda, uno de los cuales se proclamaba anticapitalista hace apenas año y medio. El triunfo de un dirigente tan extraordinariamente mediocre como Mariano Rajoy deviene responsabilidad de un PSOE incapaz de reformarse desde los tiempos de Pérez Rubalcaba como secretario general y cuyos cuadros, culturas y equilibrios internos destrozó un señor llamado José Luis Rodríguez Zapatero, y de un grupo de profesores universitarios y profesionales del asesoramiento político que han demostrado tanto sentido táctico del oportunismo como escaso respeto por lo oportuno para la izquierda posible en España.
Que el PP gobierne otros cuatro años es una mala noticia, porque los equipos de Mariano Rajoy han demostrado su inepcia técnica, su brutal indiferencia por la cohesión social y territorial del país, su desprecio supino por un sistema democrático que han contribuido a degradar como ninguna fuerza política en los últimos treinta años,  su emporcamiento en una corrupción que formaba parte de sus mecanismos internos en varias comunidades autonómicas.  Pero cuando consigues 137 diputados no es que hayas ganado las elecciones. Es que otros las han perdido para tí.

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Un vaina

Reconozco que pese a conocer ya la naturaleza mefítica de las redes sociales y mi propia y avanzada edad, que me lleva a una progresiva resignación afásica, no puedo resistirme a veces cuando un soplagaitas se dedica ferozmente a insultarme o a insultar a otros. No, no me refiero a los simpáticos trolls, a los que hay que tratar con la resignación con la que el coronel Aureliano Buendía soportaba los golondrinos, sino a individuos que firman con su nombre y apellidos y acumulan fotos y machanguitos y, sobre todo, calumnias, mezquindades, atropellos y agresiones. Uno de estos sujetos, que fue elegido hace ahora un año como consejero del Cabildo, se ha dedicado básicamente a basurear en twitter y sobre todo en facebook – es lentito con el cerebro y con los dedos — día a día, nocha a noche,  durante estos doce meses.
En las últimas elecciones autonómicas y locales, y a través del éxito de partidos emergentes como Podemos y Ciudadanos, se incorporaron a la política institucional muchas decenas de ciudadanos que carecían de experiencia previa en el ámbito público. Salvo excepciones no creo que sea sustancialmente peores o mejores políticos – les haya tocado gobernar o no – que los del resto de las siglas, pero muchos de ellos han advertido que la distancia entre sus suposiciones – más o menos teñidas de fervor  ideológico – y la realidad eran considerables. Han aprendido, se han estudiado los papeles y no son pocos los que han empezado a comprender la diferencia entre el eslogan y la gestión, entre las heroicidades electorales y las heladas entrañas de un presupuesto financiero. Otros, como el individuo al que me refiero y al que no daré el gusto de citar, se han mostrado incapaces de cualquier transformación y siguen haciendo el imbécil de manera incansable y con el firme propósito de no aprender absolutamente nada. Este vaina comenzó sus pasos como consejero gloriosamente al descubrir, el día de la constitución del Cabildo tinerfeño, que CC, PSOE y PP  habían abierto una cafetería en el primer piso para regalarse diabólicamente con opíparos desayunos. Cuando se le advirtió que tal cafetería funciona hace más de treinta años como una concesión administrativa y que en ella beben café y toman bocatas políticos, funcionarios y visitantes, por supuesto, no se corrigió. El necio jamás se corrige. Está demasiado ocupado vomitando sus pringosas necedades sobre quien le da la gana. Por ejemplo, uno puede estar en contra legítimamente de la venta de los casinos que son propiedad del Cabildo Insular y exponer sus razones. Otro puede estar en contra de que las administraciones públicas deban gestionar casinos y exponer las suyas. Lo que resulta intolerable es que un cargo público actué como un hooligan encochinado  y se dedique a vilipendiar y zaherir en las redes sociales a organizaciones y personas que no compartan su punto de vista y/o el de su partido. Y es particularmente grotesco que persista en esta práctica un individuo cuya contribución profesional previa a la sociedad isleña sea perfectamente desconocida por inexistente. Lo que antes se llamaba un caballero sin oficio ni beneficio.
Y no se engañen: no se admite el diálogo. El debatees signo de debilidad y, por lo mismo, está prohibido, aunque eso no impide que se reclamente permanentemente a todo tolerancia hacia su  sulfurada mentecatez. Para gente como este vaina el que discrepa es, sencillamente, un malnacido, un corrupto, un canalla que no merece más que desprecio y una nueva tanda de insultos. Gente como esta ni enriquece la vida política de una institución ni contribuye con sus babosos denuestos a una democracia más activa y saneada, ni colaborará para una mejor gestión pública porque custodian con cariño su enciclopédica ignorancia. Creen que ser de izquierda es la única forma de ser decente; creen que ser de izquierdas es no saber dar una a derechas.

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La amenaza de la patria

Créanme, pibes y pibas del reciente milenio: la patria es una amenaza, la patria es un peligro, la patria es una ofensa a la razón y una máscara dignificadora de lo más injustificable y atrabilario. Hoy (ayer para ustedes) se celebra el día de una de las patrias, una chiquitita, la que más a mano nos queda, y acabo de escuchar a una cuadrilla vestida de magos dándole al timple y cantando una seguidilla y berreando, de vez en cuando, el nombre de Canarias, y a primera hora leí a un erudito profesor en un periódico lo que significa Canarias y las redes sociales se han llenado de fotos de los esplendores y bellezas de Canarias, y aprovechando esta postiza efemérides, debo advertírselo e insistir, pibes y pibas, aunque lo haga hoy martes para no ser tildado de aguafiestas: tengan cuidado con la patria, con su supuesta patria, con cualquier patria, porque se las cuelan con el primer biberón — pena que no sea siempre espesado con gofio — y actúa como una vacuna insuperable y sutil contra cualquier anhelo crítico, contra cualquier criterio individual, contra cualquier sana y estimulante extrañeza, contra cualquier lucidez desesperada, que es la única lucidez que de verdad vale la pena.
No es cierto que todos seamos nacionalistas como todos tenemos nalgas. Pero lo que sí es verdad es que todos los partidos políticos son desaforadamente patriotas. Los de Partido Popular venden nacionalismo español, el PSOE nacionalismo progresista, Podemos y sus recientes comparsas el patriotismo de izquierdas de un pueblo revolucionario en construcción y referéndum para todos, Ciudadanos un nacionalismo constitucionalista, pero menos, y no hablemos de los propiamente nacionalistas y regionalistas. Quizás todas las patrias no sean estrictamente intercambiables, pero todos los sentimientos patrióticos, terruñeros, telúricos hasta lo insonsable, lo son plenamente. La indescriptible emoción de haber nacido en un lugar y no en otro, el vicio de ser un resultado y jamás un proyecto, los cuatro chismes de gestas históricas que convierten el Universo en un telón de fondo para nuestra inopia, la mentira de una raza noble y primigenia, la mitologización de un paisaje que se lo come ontológicamente todo sin dejar un mínimo distanciamiento para la reflexión ni para la experiencia. El amor a una tierra es aun más idiotizador que el amor a un ser humano. Nosotros, los isleños, vivimos incrustados en un paisaje como un cólico en un riñón. “Haber amado un horizonte es insularidad, / ciega la visión, limita la experiencia. / El espíritu es voluntarioso,/pero la mente en sucia./ La carne se consume a sí misma bajo sábanas espolvoreadas de migas,/ ampliando el Weltanschauung con revistas”.  Derek Walcott, otro isleño,  sabe de lo que habla. Lo importante, pibas y pibes, es detectar el mentiroso perfume de la patria cuando les intenten vender no una papeleta, no unas siglas, no una ideología, sino lo más obsceno de todo: un sentimiento. Las patrias te prostituyen sentimentalmente. Quieran a la patria con distancia, con desconfianza, con un pizco de ironía y la cabeza bien despierta; quiérela como se merece, como una hermosa y a veces interesante farsante que nunca es quien dice ser. Y cuando alguien te lo reproche, no muevas un músculo y cita a Santayana: “Me parece una terrible indignidad tener un alma controlada por la geografía”. Si pueden decirla en inglés, mucho mejor, por supuesto.

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La firma de Rivero

Paulino Rivero no ha firmado ese manifiesto contra la ley del Suelo –que aun no es siquiera un proyecto legislativo – porque esté contra el texto que ha presentado el Gobierno; tampoco porque esté a favor. Lo ha firmado por joder. José Miguel Barragán, otrora el más fiel chambelán del Paulinato, y que a veces no se lee los papeles hasta el final, en esta ocasión se ha esforzado, y así ha podido señalar que en el tercer párrafo el manifiesto pone a parir al Gobierno autonómico anterior, que al parecer presidió el tal Paulino Rivero, al igual que el anterior del anterior. Como si eso le importara un higo pico al expresidente, quien, por otra parte, rara vez llegaba tampoco al tercer párrafo de cualquier cosa.
Alguien debería preguntarle al señor Rivero si sigue afiliado a Coalición Canaria o no. Evaporada cualquier esperanza de presidir el CD Tenerife, Rivero no ha podido acogerse a ningún retiro político, que es lo que suele ocurrir cuando el dirigente no combate por una candidatura desde un compañerismo competitivo, sino desde la animadversión más despiadada, sañuda e indiferente a los daños colaterales. Así que Rivero, un sujeto hiperactivo y patológicamente adicto al trabajo y al ordeno y mando, se ha quedado triste, solitario  y final, un maestro jubilado cuya pensión, no obstante, es la correspondiente a un funcionario de nivel 30, según estipula la ley en razón de los cargos públicos que ha desempeñado.  Los jubilados se dedican básicamente a mirar obras en la calle y a firmar manifiestos o cartas al director. Obras de construcción hay pocas. Muchos periódicos han suprimido la sección de cartas al director. Clavijo y los suyos deberían entender que a Rivero no le quedan muchas más actividades de asueto que proclamar con su firma que su partido está a punto de destrozar lo que queda de Canarias.
Porque se trata de eso, al fin y al cabo. Los impulsores del manifiesto tampoco le hacen ascos a la rúbrica de Paulino Rivero, su archienemigo hasta hace menos de un año, porque alimenta la pequeña leyenda: “”Hasta Paulino está contra la ley del Suelo…Imaginen cómo debe ser eso…El infierno en la tierra”.  Durante dos o tres días antiguos paniaguados recordarán con trémula nostalgia que Rivero era ecologista, pacifista, progresista, altermundista, discípulo de Noam Chomsky… Mientras el presidente del Gobierno visita organizaciones empresariales, sindicatos y colegios profesionales para exponer el núcleo normativo de la futura ley y el texto ha entrado en información pública ya se ha puesto a circular que se trata de una iniciativa legislativa desarrollada a espaldas de todo el mundo. No, una firmita de Paulino Rivero no viene mal. Lo que fascina un poco, sinceramente, es esa voluntad de fulminante venganza y la angosta y modesta vía a la que debe resignarse para plasmarla. No hay nada más aterrador (y despreciable) que esa gente que no has aniquilado aunque te haya intentado aniquilar. No aprenden de la prudencia o la generosidad del otro, sino que la convierten en combustible  para su desprecio.

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