El bipartidismo se hunde por la izquierda

Sí, se ha acabado con el bipartidismo. Sobre todo para la izquierda. Para la derecha el declive del bipartidismo – que siempre fue imperfecto–  ha sido bastante más soportable que para la izquierda, que es por donde se hunde el sistema de dos grandes partidos copando el 80% de los votos. Por supuesto, no era turnismo canovista, como insisten en repetir Iglesias y sus feligreses. El sistema político-electoral de la Restauración no era democrático. El turnismo, en definitiva, consistía en un apaño, en una ficción, en un teatrillo  –como lo llamó Galdós – en el que el sufragio universal masculino no se aprueba hasta 1890 y es comprado y vendido como una sortija, un porrón o una huerta.  Pero a los coletistas les da igual. Sus metáforas y símiles no tienen que competir con la realidad. Con los resultados electorales del pasado domingo – si alguien me los puede argumentar como un éxito de las izquierdas se lo agradecería mucho —  lo más probable es que se disuelvan las Cámaras el próximo febrero  o que gobierne el Partido Popular en minoría.
Pedro Sánchez debe estar sufriendo unas presiones indescriptibles –dentro y fuera del país — para que deje gobernar al PP o cometa el suicidio de una gran coalición entre conservadores y socialdemócratas. Pero lo realmente determinante, en una posible alternativa de izquierdas, es la posición de Podemos, e Iglesias ha dejado muy claro, desde la misma noche electoral, por donde pasa su estrategia. Para el secretario general de Podemos el PSOE tiene que comprometerse inmediatamente en la convocatoria de un referéndum en Cataluña y en un proceso de reformas constitucionales. Y si complicado es lo primero lo segundo resulta imposible. Según el título X de la Constitución los proyectos de reforma deben ser aprobados por una mayoría de tres quintos del Congreso de los Diputados y del Senado. Para debatir y aprobar una nueva constitución es imprescindible una mayoría de dos tercios en ambas cámaras. El PP dispone de más de un tercio de los diputados y de mayoría absoluta en el Senado. Sin los conservadores liderados (todavía) por Rajoy es imposible iniciar siquiera una reforma constitucional, no se diga abrir un proceso constituyente. No parecen muy dispuestos a hacerlo. Sobre todo si son desplazados del poder.
Se me antoja realmente improbable que el doctor Pablo Iglesias, profesor de Ciencias Políticas en la Universidad Complutense, ignore tan obvias circunstancias. Pero seguirá insistiendo al respecto, ya lo verán. Iglesias y los suyos podrían exigir derogaciones legislativas, establecimiento de programas de inversión, modificaciones presupuestarias. Pero no. Pedirán, precisamente, lo imposible, para obstaculizar cualquier pacto de izquierdas, y acusar de inmediato al PSOE de no querer un pacto de izquierdas. Si los socialistas apoyan activa o pasivamente a Rajoy, estupendo; si se va de nuevo elecciones, aun mejor, porque los dirigentes de Podemos están convencidos de que los socialistas se hundirán todavía más y el coletismo se convertirá por fin en la primera fuerza de la izquierda española.

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El horrendo orgullo chicharrero

Al parecer el alcalde de Santa Cruz de Tenerife se encuentra particularmente interesado en que los habitantes de la capital se sientan orgullosos de su condición de chicharreros. Si habrá cosas de las que preocuparse, pero se conoce que un alcalde, como una divinidad  menor y tutelar, debe estar en todo. Precisamente mi mala educación santacrucera, en cambio, me conduce al temor. Al temor de sumar a la diversión obligatoria de febrero y al pasmo bucólico de los bailes de mago de mayo el orgullo terruñero durante todo el año. No, hombre, no. Uno no debe estar orgulloso de hacer nacido en un sitio concreto en lugar de en otro. Es un accidente, digámoslo así, escasamente meritorio. Tampoco avecindarse en una ciudad por cualquier motivo puede ser raíz de un orgullo floreciente.  Si cabe un orgullo, un orgullo silencioso, sólido y civilizado, un orgullo alejado de cualquier imbecilidad de campanario y que no entienda la crítica como una agresión criminal, es el que deriva de lo que hacemos o dejamos de hacer cada día. Del patrimonio acumulado de nuestros gestos y comportamientos individuales y colectivos. Las ciudades se construyen y destruyen cotidianamente entre todos. Esta ciudad de cadáveres bronceados, tachonada de cruces de martirio e ignorante de sí misma hasta la ataraxia de los gorrinos en San Martñín, ha sido urbanísticamente maltratada con un entusiasmo digno de mejor causa. Pero los que se mean en los portales, ponen comida a las ratas, escupen chicles en el suelo, chillan a los transeúntes, destrozan esculturas o grafitean paredes también le dan de patadas. También contribuyen a hacerla dulcemente inhabitable.
¿Y estos nuevos artífices de la identidad santacrucera? Qué espanto. La memoria que sirve de sustrato a la hipotética identidad urbana sería el sabroso perfume de las tiendas de perros calientes, la barra de un cine ya desmontada, dejar manco al inglés ese de la peluca, loco, un baile de salsa donde nadie bailaba salsa y que entró en un libro de record o eso dicen. En síntesis, la memoria de un chachón de barriada al borde de la oligofrenia y el medio siglo. Me parece que no, que nadie va a comprar eso. Sin memoria (y aquí se ha odiado y perseguido, incluso, a la memoria) no hay identidad y sin identidad (siempre ambigüa y nunca canónica) no puede existir el orgullo irónico, flexible y responsable que necesita esa ciudad moderna que improbablemente deberíamos ser. Yo confío siempre, finalmente, en lo que descubren y expresan los poetas, como Bruno Mesa: “La historia y la desidia se han puesto de acuerdo en esta esquina:/ somos como los sicilianos de Tomasi di Lampedusa,/que no pueden cambiar porque se creen dioses./ No es necesario contar los exilios o conjeturar una huida:/ el desmoronamiento es mudo como la gangrena”.

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El infierno es el otro

(Un despacho en el ayuntamiento de La Laguna amueblado y decorado con sencillez casi espartana. Una mesa de madera en el centro. Una botella de agua en medio de la mesa. Sillas a cada lado. Una luz tenue ilumina la habitación y crece lentamente en intensidad cuando entra en escena Javier Abreu. Se sienta en la silla del lado derecho).
Javier Abreu: Vaya, todavía no ha llegado el tipo este. ¿Me dejará colgado? No, no se atreverá. Soy el secretario general del PSC-PSOE de La Laguna. Recuérdalo. Oh, ahí viene el pringao. Preparado, Javi. Es tuyo.
(Javier Abreu se levanta, cruza el escenario y se sienta en la silla situada en el lado opuesto. Sonríe encantadoramente con un ojo en el vacío que tiene enfrente y el otro mirando a El Bailadero).
Javier Abreu: Buenos días. Estoy convencido que podemos solucionar este conflicto a satisfacción de ambos. En realidad no creo que existan verdaderas diferencias y si usted…
(Abreu pega un brinco y cruza de nuevo el escenario hacia la otra silla. Toma asiento y gruñe).
JA: Yo no he firmado ningún pacto contigo. Yo no tengo contraído ningún compromiso contigo. La única vez en la que estuvimos de acuerdo fue hace 28 años, cuando juramos que no trabajaríamos en la vida. Nada más.
(Javier Abreu cruza más raudamente aun el escenario hasta el otro extremo)
JA: ¿Y no nos ha ido mal, no? ¿Has trabajado alguna vez por culpa mía? Pero tienes que reconocer que tú y yo estamos en un pacto. Si tú no habías suscrito un pacto, ¿cómo eras concejal de Aguas y como sigues siendo teniente de alcalde? ¿Te lo sacaste en una rifa?
(Javier Abreu cruza de nuevo el escenario con grandes zancadas. Se sienta y mira con odio a la nada de enfrente).
JA: Subimos tres puntos porcentuales respecto a 2011. Sacamos un concejal más. Ahora mismo, en La Laguna, encuentras socialistas hasta en Casa Peter, y todos comen perros calientes. Si me conformo con ser teniente de alcalde es por simple modestia. Sabes perfectamente que podría ser alcalde mañana. Si no lo hago es para no darle la razón a Santiago Pérez y para no romper el pacto en Canarias y Patri, a la que quiero mucho aunque vista como una maniquí de Las Tres Muñecas, se ahorre el ortodoncista y, sobre todo, para que Pedro Sánchez gobierne en España.
(Con las manos en la cabeza Javier Abreu se levanta y regresa a la otra silla a pequeños saltitos).
JA: Tengo que decirte algo doloroso: a Pedro Sánchez le importas un bledo, la mitad de tus concejales no te harán caso y ni siquiera yo estoy de acuerdo contigo. Te has quedado atrás, Javi. No eres Francis Underwood,  ni siquiera eres Olivia Pope. Y por si no lo sabes Las Tres Muñecas ya han cerrado.
JA: No.
JA: Sí.
JA: Te digo que no.
JA: ¿Qué fue lo último que compraste ahí?
JA: La Secretaría General del PSOE de La Laguna. Juan Carlos Alemán me llevó de la mano.
JA: Hay que reconocer que es lo único que te ha quedado bien.
JA: No te creas. No sabes cómo me tira en los sobacos a veces…

(Fundido. En negro)

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Una jornada festiva

Sí que parecía una fiesta. Un botellón sonriente y abstemio en la que no se esperaba un mensaje y una propuesta, sino una encarnación mesiánica, una comunión de los santos, como en los mítines profecía y sepia del pasado. Entre la pibada – mayoritaria – podrías descubrir grupitos de cuarentones y cincuentones sonrientes. Es un apoyo importante de Podemos, el de estos puretas que deambulaban cerca de la Universidad de La Laguna metiendo la tripa ideológica cuando se acerca el futuro,  exactamente igual que meten las mantecas abdominales en la playa cuando se acerca una piba. Son los cuarentones y cincuentones que en su día  (y muchos días) votaron al PSOE, pero el  PSOE les decepcionó. Y no están dispuestos a decepcionarse, porque quieren votar de nuevo con la ilusión recental de 1982.  En realidad eso es más o menos todo. Maduritos que no quieren admitir que les espera una decepción tras otra, a los que les horripila lo que han debido aprender de la política y de la vida, y que no están dispuestos a llevarse desilusiones. Un hombre que huye de las desilusiones a los cincuenta años es un zoquete, y muchos miles de zoquetes ventrudos que leyeron las novelas y ensayos recomendados  por El País durante treinta años, que en su mayoría han vivido cómodamente la crisis como profesores agregados de Enseñanzas Medias, o técnicos en ayuntamientos yconsejerías o subjefes de servicios hospitalarios votarán a Podemos en las próximas navidades.
Todo era tan inocente como las ganas de ser inocente. Y luego estaba el indiscutible talento logístico y escenográfico de la tropa de Podemos, comandados por Iñigo Errejón, que con cuatro duros saben rellenar un mitin de algunas sensaciones congruentes, qué magnífica la elección del tema principal de la banda sonora de Los cazafantasmas. Y llegó el momento eucarístico con la entrada de Iglesias, Errejón y los candidatos canarios al Congreso de los Diputados y al Senado, y los aplausos enfervorizados, y los miramiramira, y los gritos que exclaman que se podrá y vaya sí se podrá, y como soy ya un cincuentón pero no temo desilusionarme recordé esto mismo, exactamente igual de florido, entusiástico y humildemente flamante hace treinta años, sí. Pero nada dura lo suficiente. Después de los aplausos tuve que escuchar de una jueza que perseguir la corrupción se paga caro y que ya no vivimos en una democracia. La señora magistrada parecería en perfecto estado de salud, la que corresponde a una inamovible funcionaria pública que percibe más de 3.000 euros mensuales, y que muy probablemente llegará a ser diputada sin haber militado en el partido por el que se presenta ni cinco minutos, y gracias a esta inexistente democracia. El pibe que se presenta por la provincia tinerfeña cree, según se desprende de sus propias palabras, que nunca jamás un ciudadano con un título de FP ha llegado a diputado. Nadie le ha dicho, por poner un solo ejemplo, que un electricista, llamado José Luis Corcuera, fue diputado y hasta ministro. Después habló de su abuela, de lo pobre que era, de lo mucho que trabajaba, no como las abuelas de la mayoría de ustedes, lectores, que eran jodidas archiduquesas. Ser medio pobre y muy ignorante es un gran mérito, no lo dudo, y así lo entendió el público, es decir, el pueblo, que nunca se engaña, poniéndose morado a aplausos.

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Un regalo caro y superfluo

Si el penúltimo acto electoral de Mariano Rajoy consistirá en visitar a María Teresa Campos (por cuyo programa ya han pasado, por supuesto, Pedro Sánchez y Pablo Iglesias: el Coletas hasta le cantó algo a la guitarra) uno se pregunta por qué no puede ahora mismo, en sus mítines por toda la España una, grande y libre, sacarse de la barba promesas electorales. Promesas electorales que no forman parte del programa electoral del Partido Popular, pero que Rajoy se ha reservado (así lo dicen, como formidable pachorra, sus adláteres en campaña) para estos días de fiesta de la democracia. Aquí dos, dos que se las quitan de las manos: ni los que quieran prolongar su vida laboral después de los 65 años pagarán el IRPF ni lo harán durante un año los que consigan felizmente un puesto de trabajo. Un guiño amoroso al sector electoral que sabe fiel (los ancianos de clases medias y media bajas) y un saludo al que se le resiste (los jóvenes y en particular los titulados universitarios). Las promesas verbales que se perpetran en los mítines y no figuran en los programas, los deliciosos caramelos que se esparcen cabalgando sobre un mitin a teta brisa, tienen además una ventaja: no es necesario adjuntarles un cuadro económico para precisar los costes de la medida. Los costes: algo relativamente sencillo de calcular. Pero el truco consiste, por supuesto, en obviar tan enojoso asunto. Rajoy lo propone y si el presidente lo propone es que nos lo podemos permitir. Claro que el presidente acaba de meter la mano de nuevo en el Fondo de Reserva de la Seguridad Social. Lo lleva haciendo periódicamente desde que comenzó su mandato. Ha sustraído un total de 37.701 millones desde finales de 2012 para abonar las pagas extraordinarias de los jubilados. A este ritmo el fondo se agotará a mediados de 2018.
Sin duda es una ocurrencia genial dejar exentos del IRPF a los que consigan empleo. Lo malo que ocurre con las rebajas tributarias que promete (de nuevo) el PP es que son incompatibles con el mantenimiento del modesto pero no barato Estado de Bienestar español. Como recuerda Ignacio Conde Ruiz existen países con bajos impuestos y reducido Estado de Bienestar y países con alta tributación y Estados de Bienestar amplios. Pero las dos cosas simultáneamente no. La creatividad contable de los escribas de Cristóbal Montoro estableció para los presupuestos generales del Estado de 2015 una subida del 8% en los ingresos por cotizaciones a la Seguridad Social y hasta octubre solo se había incrementado un 0,5%.  Unos 10.000 millones de euros previstos y que no han aparecido por ningún lado. Lo más gracioso, sin embargo, es que más de un 85% de los contratos firmados en los últimos seis meses en España no obligan a los nuevos empleados a presentar la declaración de la renta. Son contratos temporales (por meses, semanas, días) que a menudo no cubren el salario mínimo interprofesional. Rajoy promete regalar algo que muchos cientos de miles de españoles ya tienen: la pobreza suficiente para no abonar el IRPF.

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