La industria de la queja (literaria)

Leo la puntual y sintética crónica que escribe Carmelo Rivero en el debate sobre literatura canaria celebrado el pasado día 27 en el Círculo de Bellas Artes de Madrid, organizado por la Dirección General de Cooperación y Patrimonio Cultural del Gobierno autonómico, y la primera estupefacción, por supuesto, es encontrar que se elige el madrileño Círculo de Bellas Artes para desarrollar tal debate entre escritores, críticos y editores canarios únicamente. ¿Para qué hay que trasladarse a la capital del Reino para dialogar sobre literatura canaria entre canarios? ¿Es útil, es rentable, es más estimulante, es chic?  Después, por supuesto, viene todo lo demás: las inacabables y monótonas jeremiadas sobre los desconocidos que son los escritores canarios,  nuestra apesadumbrada condición de periferia de la periferia, la falta de crítica, el aislamiento, ay, que baje Valbuena Prat y lo vea, el aislamiento, el mar que nos envuelve y enloquece y cubre de sal nuestras voces arteramente silenciadas, cuánto dolor e indiferencia en un mundo sordo ante nuestras maravillas verbales de nuestra inconfundible imaginación.
Personalmente estoy más que harto de oír en Madrid, en Las Palmas o en Chiguergue este gimoteante malestream, esa denuncia polifónica de derrotas, miserias y mezquindades que sirven lo mismo para la queja de lo que ocurre que para la justificación de lo que no pasa. Cuando un discurso de oportunidad dura más de treinta años es que ya se ha convertido en una excusa oportunista. Todos y cada uno de los aspectos atendibles de esa letanía de pequeñas catástrofes está diagnosticada hasta el hartazgo: desde la ausencia de historia, arte y literatura canaria en nuestros planes de estudios (y eso después de un casi cuarto de siglo de gobiernos nacionalistas) hasta las dificultades de distribución de las pequeñas editoriales isleñas. Y prácticamente todas son subsanables, incluso la de la crítica higiénica y policía –como diría Clarín – que francamente se echa en falta: bastaría, para empezar, que la caterva de filólogos y teóricos que albergan las universidades canarias atendiese un poco más a la realidad circundante que a sus faenas burocráticas y luchas intestinas. Claro que la crítica – y me permitirán otra cita: José Martí – no es otra cosa que el ejercicio independiente e inteligente del criterio – cuando habitualmente el escritor jovencito, por no hablar del cíclope consagrado solo espera prosas turiferarias – y escuchando lo dicho por los escritores, profesores y editores en el Círculo de Bellas Artes de Madrid, el criterio se antoja más bien escaso. Yo opino lo contrario: la literatura canaria goza de buen estado de salud y en la última década varios autores, treintañeros y cuarentones, han empezado a publicar en editoriales nacionales destacadas y a resultar valorados críticamente. Es una pena que la industria del pasmo y de la queja, sin embargo, se muestre igualmente sana y pimpante.

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José Miguel Pérez y el hambre

José Miguel Pérez, vicepresidente y consejero de Educación del Gobierno de Canarias, debe estar muy satisfecho de sí mismo y cabe sospechar que se trata de una actitud de la que ha disfrutado durante toda su vida. Siempre que he escuchado al señor Pérez he percibido esa afabilidad superior y condescendiente, suavemente aplomada, de los que creen que sus razones y merecimientos se ajustan como un tanga al culo del Universo. Pérez afirmó anteayer que en Canarias nadie pasaba hambre y dejó más o menos claro que semejante prodigio evangélico era fruto de la presencia del PSC-PSOE en el Gobierno autónomo en los últimos cuatro años. Quizás si hubieran gobernado el PP, Izquierda Unida o los carlistas ya hubiéramos caído en el canibalismo.
La aseveración de José Miguel Pérez no es escandalosa porque sea totalmente inexacta, sino por su indignante frivolidad. Sacar en procesión de nuevo los datos resulta cansino; basta con señalar que en Canarias cerca de 50.000 familias viven entre la pobreza y la exclusión social y que varias organizaciones –entre ellas Cáritas – ha cifrado en más de 100.000 niños canarios los que reciben una ingesta insuficiente y mal equilibrada. Porque el pobre, además de comer poco, suele comer mal, y no por prejuicios alimentarios precisamente, sino porque no tiene un céntimo con el que pagar carne, frutas o lácteos. Probablemente la expresión del vicepresidente Pérez se ajustaría más a la verdad si hubiera dicho que en las islas nadie se muere de hambre, pero aun así las matizaciones, por un mínimo sentido de la decencia, resultarían obligatorias. No, ningún canario se muere de hambre, pero sí comienzan a ser médicamente evidentes los resultados de la malnutrición, sobre todo, entre niños y adolescentes: cefaleas, debilidad orgánica, crecimiento óptimo amenazado, mayor vulnerabilidad hacia infecciones y afecciones patológicas. Las consecuencias de todo orden de una malnutrición cronificada son realmente destructivos en el orden psicológico, familiar, convivencial, educativo. Presumir frente a esta situación de que la gente no cae fulminada por la inanición en las calles es bastante repugnante y apoltronarse en la medida de abrir los comedores escolares en verano (sin duda oportuna) pasa por olvidar la semiprivatización de estos servicios que el propio departamento que dirige José Miguel Pérez ha impulsado en los tres últimos años.
La candidata presidencial socialista, Patricia Hernández, se ha apresurado, por supuesto, a rechazar la satisfacción del secretario general del PSC-PSOE por las plácidas digestiones de todos los canarios. Claro que hacerlo así significa que Hernández está de acuerdo de que en el Archipiélago se pasa hambre después de cuatro años de estancia socialista en el Gobierno autonómico. Es el terrible dilema de Patricia Hernández: simular que los socialistas canarios no han participado ni son corresponsables, en la última legislatura, en los recortes presupuestarios y en la desertización de las políticas sociales del Ejecutivo presidido por Paulino Rivero.

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Barra libre en El Aconcagua

La grima que producen algunos candidatos es superior a la que producen otros, por supuesto. Quizás tengo que hacérmelo mirar, porque se me antoja que son los dos candidatos presidenciales nacionalistas (Fernando Clavijo y Román Rodríguez), a los que quizás sumaría Ramón Trujillo, los que emiten menor número de memeces y muestran cierta resistencia al aullido buhonero y a invocar la lluvia de café en el campo.  A medida que se acercan los comicios las pujas aberrantes y fantasiosas de unos y otros alcanzan mayores niveles de delirio, como aquel montañero que cerca de la cima del Aconcagua creyó que podría volar, soltó el piolet y terminó empurrado en un glaciar poco acogedor. La crisis económica – y la todavía germinal crisis del sistema de partidos – no les ha enseñado nada: en lugar de optar por tratar a la ciudadanía como adultos justificadamente insatisfechos, se empeñan en la infantilización de las propuestas, en la multiplicación de los panes y los peces para pasado mañana a primera hora, en la barra libre para cubrir cualquier expectativa.
María Australia Navarro promete bajar los impuestos y simultáneamente mejorar la sanidad pública sin tomarse un respiro para explicar cómo hacerlo, es más, cómo no lo ha hecho el Gobierno de Mariano Rajoy en los últimos tres años y medio, en los que ha conseguido precisamente lo contrario: un incremento tributario notorio a las clases medias y a las pymes y un colapso de la sanidad pública. Lo más reciente en este bestiario chiripitiflaútico de ofertas electorales, sin embargo, se pudo escuchar en boca de Patricia Hernández, que ha dicho que los salarios en Canarias son muy bajos, y que no basta con equipararlos a la media española, sino que deben alcanzar la robustez de Suecia o Noruega. Ya se sabe que a Hernández la economía le importa un pimiento y pretende triturarla en sonrisas de dientes incontables. Su lema es que ningún dato, ninguna estructura, ninguna realidad le pude chafar un titular patéticamente triunfalista, una profecía que cumplirá ahí donde coinciden los desigmios de la Historia y Tweeter. Los salarios noruegos no se imponen por decreto, ni siquiera en Noruega. Si en las islas los salarios son menores es porque nuestros empleos son un asco y se crean en actividades que generan escasísimo o nulo valor añadido; porque nuestras empresas son pequeñas y escasamente profesionalizadas; porque nuestra productividad jamás ha sido relevante y cae en picado desde hace casi una década, porque el mercado laboral está pésimamente regulado, porque nuestro sistema educativo es muy deficiente y nuestra inversión en I+D+I es grotescamente insignificante. Los salarios, en Canarias, no son el maligno fruto  empresarios inescrupulosos – que abundan — sino de las condiciones económicas y sociolaborales de un modelo de desarrollo basado en la burbuja inmobiliaria y el turismo de masas. Transformar esta realidad lleva más tiempo, incluso, que convertirse en la candidata del PSC-PSOE a la Presidencia del Gobierno de Canarias.

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Una hoja de parra

En una nueva demostración de inteligencia táctica, el secretario general de Podemos, Pablo Iglesias, presentó ayer una suerte de “programa marco” para las elecciones autonómicas del próximo día 24. Puede que alguien se despiste, pero los dirigentes nacionales de los grandes partidos no se presentan tres semanas antes de las elecciones frente a las cámaras de televisión para ofrecer un programa generalista para gobernar en las distintas comunidades autonómicas. Si Podemos lo hace así es para establecer unos límites programáticos a sus organizaciones subestatales, dotar de coherencia las ofertas y, sobre todo, suplir las carencias propositivas –bastante escandalosas – evidenciadas en numerosos territorios como, por ejemplo, Canarias.
Lo más predecible, precisamente, es que en los lugares de menor madurez organizativa y política los candidatos de Podemos se aferren al programa marco de Iglesias y su dirección — que supone, por cierto, otra vuelta de tuerca moderantista — como a un salvavidas conceptual. Con toda seguridad lo hará Noemí Santana, la candidata de Podemos para la Presidencia del Gobierno de Canarias, a la que, hasta el momento, solo se le han escuchado salmodiar apotegmas pancarteros y eslóganes muy sentidos. ¿Quién está redactando y con qué metodología el programa autonómico de Podemos en Canarias? Vaya usted a saber.

Por el momento la señora Santana ha insistido perentoriamente en dos ocurrencias. La primera, eliminar gasto público, que para la candidata de Podemos es una labor muy sencilla: basta con deshacerse de políticos, de cargos públicos, de asesores, de ruin, superflua y chupóptera casta. Este tierno infantilismo olvida convenientemente que más del 70% de los 6.195 millones de euros del presupuesto general de la Comunidad autonómica se destina a abonar los sueldos, materiales y tecnología de las consejerías de Educación y Sanidad. La otra obsesión tartamuda de Santana consiste en una renta básica para las 50.000 familias canarias que se encuentran bajo el umbral de la pobreza. Si fijamos 600 euros mensuales para cada unidad familiar el coste de esta medida se dispara a unos 360 millones de euros al año. Admitiendo un desempleo ligeramente decreciente en la próxima legislatura podrían aventurarse unos 1.100 millones de euros para los próximos cuatro años; aproximadamente, un 2,1% del PIB del Archipiélago en 2014. Obviamente Noemí Santana no especifica ni de broma de dónde sacará esta pasta para una renta básica que además promete comenzar a aplicar en sus primeros cien días de mandato. La comunidad autonómica tiene una deuda de más de 7.900 millones de euros y ahora mismo representa el 14,5 de su PIB anual. Globalmente es de las más bajas del Estado, pero si se mide la deuda per cápita, mientras a cada isleño le correspondían 638 euros en 2004, ahora te tocan nada menos que 2.839. Santana y sus compañeros no encontrarán estas cifras en el documento presentado ayer por Pablo Iglesias y que pretende cubrir su desnudez vocinglera. Pero seguro que no les intranquilizará.

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Puro cuento

Durante los últimos ocho años (y muy en particular durante esta legislatura que agoniza) la política de comunicación del Gobierno de Canarias ha sido, en realidad, la política de comunicación de la Presidencia del Gobierno de Canarias. Como demuestran hasta el bostezo hemerotecas y videotecas el objetivo básico de la misma fue una vibrante e inacabable exaltación de la figura del presidente del Gobierno, omnisciente y omnipresente, quien igual improvisaba un análisis de la crisis financiera estadounidense que explicaba la importancia de creer en un Ser Superior creador del cielo y de la tierra. Paulino Rivero estaba presente en todas las reuniones de las RUP, en todas las romerías, en congregaciones de cristianos evangélicos, en congresos de ornitólogos y asambleas de homeópatas, en los partidos del CD Tenerife y la UD Las Palmas, en torneos de bolas y petancas, discurseando cantinflescamente y sin desmayo, repartiendo premios y medallas, ordeñando vacas, cargando espuertas de uvas, arando campos, besando niños y corriendo atléticamente por todos los andurriales archipielágicos. El núcleo inicial del imaginario aliñado en las retortas de Presidencia del Gobierno era un líder cercano, sencillo, inmediato, incansable, un self made man cuyos modestísimos orígenes sociales demostraban sus virtudes de esfuerzo, disciplina, pundonor y afán de superación, volcados ahora generosamente en el bienestar de Canarias. Pero en los últimos cuatro años eso no bastaba. La crisis económica y social se endurecía y cientos de miles de isleños la sufrían en sus carnes y los servicios sociales y asistenciales crujían al borde del colapso. El responsable, por supuesto, era Madrid, es decir, el PP, y Rivero se convirtió así en un progresista que intentaba heroicamente salvar el Estado de Bienestar en un Gobierno con los compañeros del PSOE. El relato se renovó porque, además, tenía una afilada utilidad contra los que discutían a Rivero en CC una nueva candidatura presidencial: eran los representantes de la derecha insularista contra un progresista que defendía una Canarias desde un nacionalismo de izquierdas, equilibrado,  integrador,
Paulino Rivero jamás ha sido un político progresista. Pactó con el PSOE en 2011 – como lo hubiera hecho cualquier dirigente coalicionero — porque era la única fórmula para conservar la Presidencia del Gobierno, de la misma manera que en 2007 pacto con el PP, pese a la abultada mayoría que obtuvieron entonces los socialistas encabezados por Juan Fernando López Aguilar, cuyo éxito no reconoció públicamente jamás. Durante quince años, como secretario general de ATI, su labor consistió en desplazar al PSOE en las alcaldías tinerfeñas y no lo hizo nada mal. Se ha negado a apoyar al candidato presidencial de CC en campaña electoral y ahora solo espera un fracaso de su partido para tener un pretexto e incorporarse a otro, por ejemplo, a Nueva Canarias. Por eso ese cuidadoso relato político – siempre en clave personal, nunca en relación realista y contrastable con su gestión – no es un relato. Es un cuento. Es puro cuento.

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