Un youtuber es un menda que transforma algo no necesariamente desagradable (cantar, soltar chistes, anunciar su prodigiosa capacidad inventiva, descubrir las claves de una inminente invasión alienígena, comer, llorar, mostrar los sobacos peludos, aconsejar sobre los mejores locales para tomar cachopo o ligar con un gay de buen gusto, emborracharse, improvisar una interminable autobiografía, insultar a famosos, famosotes y anónimos, montar breves comedietas, interactuar con videojuegos) en gilipolleces que graba con una cámara y luego cuelga en youtube. El 95% de los youtuber presentan síntomas inequívocos de oligofrenia, sin descartar brotes psicóticos: son ese tipo de gente que no quisieras tropezarte ni en un ascensor. Hace pocos años estos artistas del desvivir terminaba por salir adelante o se aposentaba en las escaleras de una iglesia o en una parada de metro para el resto de sus vidas o, más provechosamente todavía, se ahorcaban. Hoy, por desgracia, pueden cultivar con deleite un narcisismo embrutecedor y miserable. ¿Y el otro 5%? Ah, esos son los que dan asco.
Don Wismichu, que ha provocado las iras de los virtuosos padres que asistieron con sus hijos al espectáculo que ofreció el youtuber en el teatro Guimerá, es uno de esos pibes que ha aprendido a vivir de chistes y gansadas gracias a su canal. No es más aburrido ni más divertido que ElRubius, AuronPlay o Lulogio. Jóvenes (y no tan jóvenes) que han trasformado la falta de talento en una forma de talento, la cutrez formal en un estilo narrativo, la vulgaridad en una virtud para compartir lo que llaman sus contenidos. Pero cualquier espectador sabe perfectamente lo que se va a encontrar en sus respectivos canales de youtube. Cualquier espectador, igualmente, debe saber algo del espectáculo al que acude, y si lo hace con sus hijos, todavía más. Los padres que se han escandalizado por el espectáculo de Wismichu en el Guimerá parecen más bien niños. Niños que crecieron hasta alcanzar la capacidad biológica de reproducirse, pero que mentalmente siguen actuando como menores de edad y reclaman a terceros la protección que ellos están en el deber de brindar a sus hijos. Cuando un niño grandullón adquiere la responsabilidad de educar y tutelar a otro pequeñito suelen aparecen molestos problemas. Y después de esa imbecilidad pueril (acusar al ayuntamiento, a los programadores o al youtuber por ofrecer un espectáculo que ha entrado a contemplar con su propio pie) está esa asombrosa incapacidad para entender las gamberradas de un jovencito en un escenario, que nada tienen que ver con una apología de la pederastia ni ningún disparate por el estilo.
Wismichu puede no hacerte puñetera gracia. A mí no me hace ninguna. Pero esos padres resultan infinitamente más preocupantes: se meten en un teatro sin saber de lo que va la obra, arrastran a los niños por sus atrabilarias indignaciones, no comprenden un guión de una obviedad elemental. Con semejantes tutores a esos niños puede ocurrirles cualquier cosa terrible. Convertirse en youtubers, sin ir más lejos.
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