Una de las novelas contemporáneas más curiosas que puede leerse se titula Red Plenty (Prosperidad roja) y está firmada por un escritor casi inencontrable, Francis Spufford. Hasta cierto punto cabe clarificarla como una novela histórica, pues narra, con profusión de debates especializados y detalles técnicos, el esfuerzo intenso, generoso, confiado y entusiasta, aunque al cabo destrozado por la realidad, por convertir la sociedad soviética en una sociedad próspera con acceso a bienes de consumo. Esta odisea – poco examinada historiográficamente – se desarrolló en despachos y laboratorios entre finales de los años cincuenta y principios de los sesenta. El PIB de la Unión Sovietica crecía entonces entre un 8% y un 12% anual. A costa de un precio terrorífico (hambre, miseria, destrucción física del campesinado, trabajo esclavo en campos de concentración, condiciones laborales oprobiosas para la supuestamente gobernante clase obrera) el inmenso país había construido las bases de una poderosa – aunque en muchos aspectos ineficiente – industria pesada. Kruschev y su tropa reformista creían llegado el momento de desplegar la capacidad de la economía soviética para satisfacer a una población que padecía un nivel de vida lamentable. Había que producir neveras, cocinas, duchas, coches, ventiladores, ropa decente. Había que conseguir desterrar cualquier racionamiento. Había que lograr que comprar carne, leche, huevos o pan no supusiera pasarse horas en las colas de los economatos, a veces para volver con las manos frías y vacías.
Perdieron la partida. Las razones son muchas: las indescriptibles dificultades para sistematizar información económica o diseñar sistemas logísticos eficaces, la creciente preponderancia del gasto militar y civil que suponía el mantenimiento del Imperio, la imposibilidad técnica de encontrar un dispositivo de asignación de recursos tan eficiente como el mercado. Cayó Kruschev y sus sucesores abandonaron cualquier veleidad reformista, resignándose a conservar el sistema político, sus estructuras de poder y sus propios traseros. Ya en los años setenta comenzaron a endeudarse con organismos internacionales y con los bancos del infierno capitalista hasta que todo se fue al traste.
La actual crisis económica estructural no parece conocer estos esfuerzos melancólicos. La salud de las cuentas públicas está por encima de la salud de los ciudadanos. Esos cuyos salarios han perdido poder adquisitivo durante los últimos veinte años y que se mantuvieron en la clase media gracias al crédito financiero. El Gobierno de Mariano Rajoy prepara un nuevo reajuste presupuestario que ahondará en la recesión, desmantelará el sistema productivo del país y condenará cualquier garantía de cohesión social. No son reformas: es un atraco al presente y, sobre todo, al futuro de la viabilidad de un proyecto social democrático. Ni properidad roja, ni azul, ni gris marengo.