Imagino que si fuera un columnista hecho y deshecho escribiría sobre el escándalo del senador y presidente del Cabildo de La Gomera, Casimiro Curbelo en Madrid, y hablaría y no pararía en treinta líneas de mariscadas, saunas, hostias filiales, borracheras al amanecer, el olor a pis de gato y leche agria de la celda policial. Ocurre, sin embargo, que soy una antigualla, y a medida que pasa el tiempo, obviamente, más lamentablemente anacrónico me vuelvo. La inmediatez de las noticias es uno de los mantras sagrados del novísimo periodismo digital. Ocurre algo y se supone que en cinco minutos se le debe y se le puede contar al cliente, es decir, al ciudadano que consume la información. Esta oscura y atontolinada convicción, esta majadera promesa de instantaneidad cuasidivina, contradice las normas básicas del periodismo, que debe encargarse de corroborar las cosas que supuestamente han pasado. Ya, es un engorro, una pesadez, un trámite enojoso y prosaico, pero deben contrastarse las informaciones para que sean dignas de ese estatus epistemológico. Estas reglas profesionales están desapareciendo, quizás para siempre jamás. Queremos que nos lo cuenten enseguida, ya, ahora mismo, y por supuesto, para ejercer al instante la indignación colectiva, clamar en los foros, improvisar chistes, vomitar desprecios, odios, aburrimientos, babas efervescentes. ¿Que no ha sido así? ¿Qué no ha sido exactamente así? No nos estropee la fiesta. La guachafita indignada. El asco coral. El tiro al blanco sin cuidar de munición. La universalización del denuesto. Venga. Que no decaiga. Queremos más mierda. Si no está contrastada, mejor, y si non e vero, e ben trovato: huele más y mejor.
Desde hace varios años algunos críticos (Jason Lanier es el más debelador) han advertido sobre una suerte de facistidización embrutecedora que acecha en la red y en la cultura simbólica que está imponiendo. Para Lanier las nuevas tecnologías de la información no están creado una inteligencia colectiva y su fantasía de participación en los espacios públicos solo esconde el secuestro de la voluntad individual, fragmentando y degradando la información e imponiendo, en realidad, un pensamiento único basado en la gandulería intelectual, el hedonismo de la queja, la espectacularización del mundo social y un narcisismo gallináceo. En esta hipótesis, cuando la mayoría esté embarcada en la red, ya no habrá información, sino una gigantesca maquinaria que repartirá chismes licuefactos, aullidos lastimados, hinchadas irreductibles. Miro los miles de libros que me rodean. Está anocheciendo.
Respuesta a Pues no