De todas las mentiras y zafiedades que han tomado carta de naturaleza en estos lóbregos años la más artera es la que señala que los draconianos recortes presupuestarios en materia educativa, sanitaria y asistencial son accidentes coyunturales, aunque dolorosos. Según esta piadosa o impía falsedad, la siniestra poda de la inversión pública – que afecta desde las infraestructuras hasta los servicios sociales – es una obligatoria dieta presupuestaria que, una vez aminoradas las deudas y cubiertas las obligaciones fiscales, será superada, dulcificada o flexibilizada cuando estemos de vuelta a la prosperidad. De eso nada. La empresa de demoliciones abierta por la crisis financiera no tiene retorno y se encamina hacia la desarticulación del Estado de Bienestar, sustituido por la mínima expresión de caridad más o menos institucionalizada. Un economista muy ocurrente ha abocetado el futuro con la tinta simpática del neoliberalismo: “Viviremos más o menos igual, pero pagándolo”.
¿Y los que no puedan pagarlo? ¿Qué educación, qué sanidad, qué servicios sociales pueden pagar un parado, un pensionista, un semimileurista?
Lo que más asusta, lo que más me asusta, es la regresión ética y política que denotan los discursos triunfantes en el futuro postsocialdemócrata de los Estados que asumirán como propia la filosofía – y los mecanismos – de las corporaciones financieras. Tanto tienes tanto vales. Lo público es la esfera de la corrupción, la gandulería y la miseria física y espiritual. El porvenir es de los innovadores, de los emprendedores ambiciosos, de los que quieren cambiar el mundo, entendiendo que cambiar el mundo es lograr que compren tus productos (los mejores) y no los de la competencia (los prescindibles). Ser bueno es ser rico. Ser pobre es ser un desgraciado que se lo ha buscado. Si pretendes demostrar tu capacidad métete en un garaje e inventa Appel o a meno inicia una franquicia internacional de guachinches desdeLa Corujera. Lacanonización universal de Steve Jobs no es ajena a un sistema de valores emergente, que cuenta con un músculo intelectual y publicitario muy notable, para el que la solidaridad entre clases, territorios y generaciones solo merecen un escupitajo hilarante. El Estado español, pese a colocar deuda por valor de 140.000 millones de euros en lo que llevamos de año, todavía no ha cubierto los vencimientos de 2011. Los bancos van a exigir decenas de miles de millones en recapitalizaciones. Comunidades autonómicas y ayuntamientos están arruinados. Hay bastante material explosivo como para detonar los servicios públicos y hacerlos añicos y proclamar después que se ha hecho lo que se debía hacer.