Las manifestaciones del pasado 1 de mayo fueron un tanto decepcionantes. No porque acudiera poca gente, sino porque no asistió demasiada. Las direcciones de los sindicatos mayoritarios no se sintieron frustradas, pero tampoco satisfechas. Esta dorada mediocridad ha puesto el freno a la preconvocatoria de una nueva huelga general para antes del verano. ¿Este es todo el fervor contestatario que despierta un paro de más de cinco millones de personas, el hundimiento del consumo y la obvia voluntad gubernamental de desmantelar el Estado de Bienestar en España? En Francia, y en plena campaña electoral para la Presidencia de la República – muy posiblemente gane monsiur Holland; otra cosa es el signo de la mayoría parlamentaria que arrojen los comicios legislativos de julio – las manifestaciones del 1 de mayo fueron más multitudinarias.
Ocurre que la capacidad de movilización de los grandes sindicatos es cada vez más modesta y limitada. Justa o injustamente (mejor: justa e injustamente a la vez) las principales organizaciones sindicales, la identidad, estrategia y retórica de las mismas, están fuertemente devaluadas ante la mayoría de los ciudadanos. Para la mayoría de los españoles, en efecto, sindicatos como la Unión General de Trabajadores y Comisiones Obreras se integran, como un subsistema, en el intrincado y sospechoso aparato del Estado, y han ejercido como colaboradores necesarios del status quo en este país durante los últimos treinta años y como burocracias impotentes desde el derrumbe económico de 2008. La gran mayoría de los contribuyentes (y de los parados) ven tan grotesco que Cándido Méndez y Fernández Toxo, con el cogote protegido por bufandas rojas, levanten el puño como que un subsecretario de Estado berree fervorosamente La Internacional. A los parados (y a los contribuyentes) que además no compartan las interpretaciones, la retórica y el código gestual de las izquierdas tradicionales el espectáculo ya les resulta fabulosamente ajeno.
La contrapartida de semifracasado o semiexitoso 1 de mayo se podrá disfrutar en Madrid en la celebración del 15-M. Porque el malestar ciudadano encontrará su expresión en la calle y en las plazas pero no estará guiado, estimulado ni mucho menos tutelado por las centrales sindicales, por no mencionar a los partidos políticos. No es demasiado inteligente esperar tiempos de revolución, pero sí días de revueltas. Y en el fragor de las revueltas UGT y Comisiones Obreras, como el PSOE o Izquierda Unida, son considerados, simplemente, agentes de un establishment detestable y mangoneador. La revuelta no es un instrumento de cambio, desde luego, sino la expresión exasperada de un rechazo. Tal y como diferenciaba Octavio Paz, la revolución quiere sustituir un sistema por otro; la revuelta, derrocar a un tirano: “Las revueltas son hijas del tiempo cíclico: son levantamientos populares contra un sistema reputado injusto y que se proponen restaurar el tiempo original, el momento inaugural del pacto entre los iguales”. Esos son los días, colmados de incertidumbre, que nos esperan.