Fabián Martín se desocupó ayer durante unas horas de su oficina de farmacia – la más moderna de Lanzarote gracias a la generosidad fundacional de su señor padre — a fin de asistir a la enésima reunión con delegados de Nueva Canarias para cerrar el pacto electoral entre el PIL y NC o, para ser más precisos, entre el PIL y Román Rodríguez. Y de nuevo la cosa no prosperó. Y no únicamente por las diferencias nominales entre las partes (los Martín quieren que en los carteles, bajo el atractivo rostro del boticario, figuren las siglas PIL-NC, mientras Rodríguez y sus cuates insisten en que debe ser NC-PIL) sino porque Antonio Morales, alcalde de Agüimes y candidato de Nueva Canarias al Cabildo de Gran Canaria, se sigue oponiendo activamente a un acuerdo con los más vomitivo y despreciable de la política conejera, los restos del dimismo, artefacto que convirtió la corrupción política más que en un estilo de gobierno, en un orden cosmológico, gracias al cual, incluso ya enchironado, Dimas Martín siguió repartiendo instrucciones, mamandurrias, licencias y contratos desde la cárcel de Tahíche.
Román Rodríguez – que engalla la voz de un nacionalismo progresista en los plenos parlamentarios – ya firmó un acuerdo preelectoral con el PIL en el año 2011, gracias al cual el señor Fabián Martín obtuvo su acta de diputado. En los últimos cuatro años el expresidente del Gobierno ha desarrollado una desopilante política de fichajes en Lanzarote, toda vez que la potencia política de su antiguo amigo, Juan Carlos Becerra, ha quedado liquidada. Nueva Canarias ha acogido así a antiguos pilistas, a sacrificadas insignificancias del CCN, a capitanes de yate como Pedro Armas y hasta a episódicos exalcaldes del PP. Cualquier hipotético escrúpulo ha quedado supeditado al crecimiento artificioso de una Nueva Canarias ansiosa en comportarse como una alcantarilla con una capacidad de absorción ilimitada. Quizás todo fuera una mamarrachesca escenografía para simular una implantación territorial que naturalizara la renovación de un acuerdo con el PIL, es decir, con Dimas y Fabián Martín, porque a Rodríguez lo que le interesa es, única y exclusivamente, sumar un diputado para garantizarse de una vez la constitución de un grupo parlamentario propio, exactamente igual que ocurre con la circunscripción tinerfeña. Lo que ocurra o deje de ocurrir en la política lanzaroteña se la trae al pairo a Román Rodríguez. Lanzarote – es lo que le cuenta a Antonio Morales –queda muy lejos del Cabildo de Gran Canaria y más lejos aun de la chicharrera calle Teobaldo Power. Y por eso es posible clamar por una regeneración política y una transformación progresista de Canarias desde el escaño y a la vez colaborar con la supervivencia del partido que ha sido la más destructiva maquinaria de corrupción del Archipiélago.