Los nacionalismos alternativos. Gran invento. Casi tan grande como esa anhelada unificación de todas las organizaciones dizque nacionalistas en un gran frente político-electoral. Es curioso que el universo nacionalista y nacionalistoide comparta con la izquierda extrainstitucional esa fantasía de la unidad salvífica y definitiva. Las fuerzas integrantes de Coalición Canaria en 1995 – las mismas que ahora y siempre bailan las danzas y contradanzas de acuerdos y zancadillas electorales – fueron incapaces de obtener la mayoría absoluta en las elecciones de ese año. No digamos ya en los siguientes. Es una mera y cansina superstición insistir en que la unidad nacionalista conseguiría una automática hegemonía electoral en las urnas. El desgaste de la marca nacionalista (es decir, de Coalición Canaria), imparable en todos los comicios europeos, generales y autonómicos desde el año 2000, no tiene nada que ver con las deserciones partidistas que han jalonado el proyecto coalicionero desde finales de los años noventa, sino con la larga permanencia en el poder autonómico y, más estructuralmente, con una ciudadanía que en su mayoría no se identifica ideológicamente con el nacionalismo, y que en parte, incluso, entiende (y tolera) por nacionalismo el regionalismo alcanforado de centro derecha que representan desde siempre ATI, API y la Agrupación Herreña de Independientes y que Asamblea Majorera ha terminado por asumir cómodamente.
Todo esto no significa que el mayor error cometido jamás, en términos de estrategia político-electoral, por los dirigentes coalicioneros, fue la inaudita, estúpida decisión de optar por José Carlos Mauricio y sus cuates desplazando a Román Rodríguez. Porque el poder municipal de CC en Gran Canaria no estaba con Mauricio, al que solo rodeaban los oficiantes de la secta poco evangélica del mauricismo, sino con Román Rodríguez. Si el Consejo Político Nacional de CC hubiera respetado su propio acuerdo, en virtud del cual Rodríguez sería el vicepresidente y consejero de Economía y Hacienda en un Gobierno presidido por Adán Martín, Coalición no se hubiera fracturado. Quizás el líder de Nueva Canarias sería ahora mismo jefe del Ejecutivo. Conviene recordarlo por parte de CC, pero también por parte de Rodríguez, que no abandonó la federación nacionalista por insalvables divergencias programáticas o ideológicas, sino porque quedó fuera de juego, asido milagrosamente a un escaño en el Congreso de los Diputados que le debió, en primer lugar, a Paulino Rivero.
Román Rodríguez, como otros dirigentes del nacionalismo alternativo, ha criticado duramente a Coalición Canaria por querer atornillarse en el poder a cualquier precio. Pero Nueva Canarias, bajo su inspiración, está a punto de cerrar un acuerdo electoral con el Partido de Independientes de Lanzarote. Qué cosas. Rodríguez se mostraba en 1999 sumamente orgulloso de que Coalición no fuera a las elecciones con el PIL y ponía en el antiguo pupilo de Dimas Martín, Juan Carlos Becerra, no solo todas sus complacencias, sino una sentida amistad. Becerra – no sé si vale la pena recordarlo ya – fue elegido en las listas del PIL en las elecciones de 1995 y se pasó sin problemas éticos o estéticos, sin simular siquiera un transfuguismo de manual, al grupo parlamentario de Coalición Canaria, y desde ahí creó otro partidete, el Partido Nacionalista de Lanzarote, con el que zancandilea desde entonces en tierras conejeras. El malvado y pútrido PIL de entonces hase transformado en una fuerza nacionalista límpida y respetable (los juzgados en Lanzarote tienen menor valor moral que en Tenerife) y todo porque ya no lo dirige (eso dicen) Dimas Martín, sino un señor que se llama Fabián Martín, y que casualmente es su hijo.
Una vez casi consumada la operación – Rodríguez asistió al último congreso del PIL y aplaudió mostrando toda su dentadura – el arcangélico alcalde de Agüimes, Antonio Morales, se ha negado a encabezar la lista al Parlamento, susurrando que en política “no todo vale”. Morales, un magnífico alcalde, es un espécimen político muy curioso, porque si en política “no todo vale” lo primero que debería hacer es desvincularse de una organización para la que, según se deduce inmediatamente de sus palabras, vale todo. Rodríguez hará doblete al Cabildo de Gran Canaria y a la Cámara regional, en la que tiene una entrada muy difícil: la suma de los votos de Nueva Canarias y el PIL en las elecciones de 2007 no hubiera bastado para alcanzar superar el tope regional, situado ahora mismo en unos 54.000 votos. Es una pena que Domingo González Arroyo no haya abdicado en ninguno de sus hijos la presidencia de su todavía flamante chiringuito, el Partido Progresista de Fuerteventura, porque Rodríguez podría intentar algo, antes o después de que Morales, ese santo varón, se presignase horrorizadamente. Con quien ya no podrá contar Nueva Canarias es con el CCN.
La mayoría de los dirigentes coalicioneros detestan al CCN y lo consideran una fuerza meramente oportunista, pero marcharán juntos a las elecciones, después de garantizar al presidente de los centristas, Ignacio González, el quinto puesto en la lista al Parlamento por Tenerife. Un precio realmente caro, pero que están dispuestos a pagar para evitar el desembarco del dichoso nacionalismo alternativo en la calle Teobaldo Power. Ignacio González está encantado: considera que lo ninguneron en Coalición Canaria, donde efectivamente producía una desconfianza cerval, y ha gastado muchos recursos (y tal vez no solo económicos) en conseguir entrar en varios ayuntamientos tinerfeños. Ignora que siempre será un outsider en Coalición, un invitado con derecho a cocina, pero nada más. CC y el Centro Canario de Nacho, con el puñadito de votos que aun pueda arrancar el destartalado PNC, intentarán resistir a la marea del PP, que amenaza elevarse a tsunami devastador, y mantener los siete diputados por la circunscripción tinerfeña.
Por supuesto, todo este escenario no dibuja ningún proceso de unificación nacionalista ni de convergencia en un nacionalismo alternativo. Sería más exacto definirlo, como siempre, como un sálvese quien pueda.
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