He esperado algunos días después del escándalo del concejal de Seguridad y Vino con Vino del ayuntamiento de La Laguna, Alejandro Marrero, para esperar las reacciones. En particular, por supuesto, las del inestable protagonista, y del alcalde-presidente de la corporación, Luis Yeray Gutiérrez. Mejor no lo hubiera hecho. El concejal, después de dimitir, se ha encerrado en su casa. O en La Rioja. O en Escocia. Lo del alcalde ha sido casi peor. Luis Yeray Gutiérrez ha tenido el espectacular cuajo de asegurar que la heroica confesión de Marrero, reconociendo que conducía un coche oficial que estampó contra una pared, prueba que las cosas en La Laguna “no se hacen como antes”. Para apreciar la altura intelectual y moral de esa salida, tal vez sea necesario recordar que Gutiérrez se refiere más o menos veladamente a Blanca Pérez, concejal de CC en 2014, que fue multada entonces y se le retiró el carnet por conducir con copas por una avenida del municipio. Claro que la señora Pérez conducía su propio vehículo, no un coche oficial, y no lo reventó contra un muro, y no lo abandonó con el motor en marcha y se marchó haciendo eses por el arcén de la autopista. Es vergonzoso que el alcalde sea capaz de soltar que este incidente reprobable y grotesco demuestre mejora alguna. La única mejora argumentalmente aceptable es que ningún cargo público tuviera este comportamiento indecoroso. Ni usar personalmente vehículos públicos, ni conducirlos en condiciones inaceptables, ni tener instalado en su interior un asiento para niños pequeños ni utilizarlos fuera del municipio salvo de manera motivada y con autorización expresa de Alcaldía ni causarle daño patrimonial a la corporación.
Pero, sobre todo, basta de niñerías. Después de este estropicio vergonzoso lo que cabe son disculpas, disculpas abiertas y explícitas, no un mandatario que pretende, incluso, imprimirle dignidad a la dimisión obligada de uno de sus concejales por reventar un vehículo del parque móvil municipal. ¿Lo va a pagar él? Que alguien decrete el fin de este recreo interminable, que alguien aclare que chupetear piruletas no es lo mismo que sacar adelante proyectos y expedientes. Pórtense como personas adultas, dejen de abochornar con sus pueriles mentecateces a los vecinos y vecinas de La Laguna. Si no parece demasiado inmodesto, dejen de abochornarme a mí. Son tres años y medio de una nada cosida y recosida con pequeños y no tan pequeños escandaletes. Un mandato ejemplar. Lo de los trajes, porque hay que comprarle trajes al pibe. Lo de los guardaespaldas porque el pibe debe estar tranquilo mientras lagunea sin problemas. Lo de las obras ilegales en la nueva casa del alcalde cuya sanción se paraliza por el concejal de Urbanismo, al que el PSOE convirtió en senador y que, por supuesto, no se ha ocupado del urbanismo lagunero: empezó prometiendo un nuevo Plan General de Ordenación y terminó arrebujado entre sus bufandas y denuestos. Los insultos homofóbicos a un exconcejal por un alto cargo municipal, que al final solo era, como siempre, una malvada conspiración de la oposición: decir que guardaba en su pendrive imágenes de enormes penes constituía una forme lírica de trasmitirle sus respetos. Lo de estar bailando con la Negra Tomasa mientras se activa el protocolo contra incendios. Los almuerzos con los coleguitas socialistas – Podemos que se mande un bocadillo de recortes en la avenida Trinidad -. El caso Laycas, que motivó la dimisión de Andrés Raya, concejal de Obras e Infraestructuras. Las decenas de miles de euros anuales aprobados para la estrategia y gestión de las redes sociales del alcalde. Y ahora una semana entera del Luis Yeray Gutiérrez y dos adláteres en Cuba, una semana, sin agenda conocida, sin compromisos concretos, sin una gota de información de sus atardeceres en el trópico. Solo cuando terminen estas vacaciones escolares de cuatro años – unas vacaciones excepcionalmente bien pagadas – será posible reconstruir un proyecto para el desarrollo político, social y cultural de La Laguna.