Beppo Grillo

Choque de trenes

En la Unión Europea de la crisis de la deuda pública y la cronificada anemia económica existe un conflicto en ciernes entre democracia representativa, estrategias estatales e intereses económicos del capital financiero globalizado. Las elecciones italianas del pasado domingo lo han expuesto claramente. Para horror de bolsas, mercados y gobiernos las urnas arrojaron una situación de inestabilidad política insalvable. Para empeorar las cosas el sistema electoral italiano parece diseñado por un mandril empapado en pacharán, y en parte lo es, pues las últimas reformas al mismo fueron introducidas por Silvio Berlusconi. Precisamente bajo el pretexto de corregir las débiles, insuficientes y a menudo caóticas mayorías parlamentarias que arrojaban tradicionalmente las urnas Berlusconi y los suyos –que eran legión – añadieron un nuevo parche y se estableció que el partido o coalición ganadora obtiene inmediatamente un bonus de 50 diputados. El pasado domingo el partido más votado fue el Movimiento Cinco Estrellas de Beppe Grillo, con el 25,5% de los sufragios, seguido por el Partido Democrático liderado por Pierluigi Bersani, ex ministro de Industria y Comercio con Romano Prodi. Sin embargo, al presentarse coaligado con tres pequeñas organizaciones, Bersani se alzó finalmente con el primer puesto, consiguió el bonus y obtuvo la mayoría absoluta en la Cámara de Diputados. El problema es que derrapó en el Senado, y desde el Senado se puede bloquear, retrasar y torpedear casi infinitamente al Gobierno y a los proyectos legislativos procedentes de la Cámara. Asombrosamente, Berlusconi superó el 20% de los votos, y menos asombrosamente, Mario Monti, primer ministro en funciones, arañó apenas un 10% al frente de una coalición de centro derecha.

Italia es ese espejo incómodo donde la contradicción entre la democracia representativa nacional y los intereses financieros transnacionales se refleja con cierta obscenidad. La caída de Berlusconi no obedeció a un proceso político interno, a la dinámica de mayorías y minorías: repentinamente los italianos asistieron, atónitos, al nombramiento como primer ministro de un senador vitalicio, excomisario de la UE y exasesor de Goldman Sachs, que fue presentado como un desinteresado, sapiencial y neutral técnico, cuyo concurso era imprescindible para corregir la deriva económica del país y cumplir las estrictas exigencias de la Unión Europea, pero al que nadie – nadie – había votado. Los dos grandes partidos parlamentarios – el Polo de la Libertad de Berlusconi y el Partido Democrático – apoyaron sin apenas rechistar sus medidas. Que este fulminante proceso se haya producido en el corazón de Europa y haya sido –por así decirlo – homologado sin mayores aspavientos no es, sinceramente, una prueba de madurez política e institucional, sino un síntoma de la subordinación de los sistemas políticos parlamentarios a un poder cuya raíz no es democrática y cuyos intereses no son, precisamente, los intereses generales. No se ha refundado el capitalismo, esa fugaz ocurrencia de Sarkosy de poner el cascabel a un tigre. Es el poder del capital financiero está reformando (deconstruyendo) los sistemas democráticos.

Los dos argumentos con los que se pretendido diluir esta incómoda realidad son harto cuestionables. El primero es muy sencillo: había que alegrarse de la aniquilación política de un inmundo delincuente como Silvio Berlusconi. Pero, tal y como demuestran las últimas elecciones, el canalla de Berlusconi sigue ahí, políticamente vivo, y no se ha avanzado un centímetro en cercenar su fabuloso poder económico y empresarial o en acercarlo al banquillo de los acusados. El segundo es más sofisticado y apunta a la transferencia de poder político de los estados a la Unión Europea y a la imperiosa necesidad de cumplir, en beneficio de todos los agentes, las decisiones económicas y fiscales de la UE. Pero una cosa es la transferencia de poder y competencias de los estados a la Comisión y otra distinta suplantar la voluntad política expresada en las urnas y tutelar, si no maquinar sigilosamente , cambios de gobiernos y programas en plena legislatura, como ha ocurrido en Italia.

Los resultados electorales del pasado fin de semana no dejan de ser una respuesta de los italianos al experimento Monti (desde un punto de vista político) y al austericidio como eje de la política comunitaria  (desde un punto de vista económico). Lo han rechazado clamorosamente votando a Grillo y a Berlusconi. Nuevo ejercicio de licuefacción del sentido: los italianos han votado a dos payasos. No, no es exacto. No es necesario reseñar lo que es el berlusconismo. Como figura política Beppo Grillo puede ser un botarate,  pero no es un criminal. Su programa, ciertamente, se asemeja mucho a una carta a los Reyes Magos: su relativo desinterés por lo económico resulta asombroso y sus propuetas carecen de articulación interna, de coherencia argumental, de rigor expositivo y análisis realista sobre una coyuntura de endemoniada complejidad. Más que un programa político recuerda a los cahiers de doléances  que se presentaron en los Estados Generales previos a la Revolución Francesa. A buen seguro muchos de sus electores habrán optado por el Movimiento Cinco Estrellas no como alternativa de gobierno, sino como oportunidad para la protesta desde un escepticismo absoluto sobre las posibilidades de regeneración del sistema político italiano. Una protesta desengañada, carnavalesca y hasta nihilista.

Italia – junto a Grecia – es un grave y preocupante aviso de un choque de trenes entre legitimidades e intereses que ya no parece capaz de conciliar e integrar el modelo de democracias parlamentarias europeas.  Todas las encuestas advierten que, en caso de convocatoria electoral,  en España se desataría una situación de ingobernalidad. Un gran jurista italiano, Luigi Ferrajoli, explicó ya en los años setenta que el moderno sistema de democracia representativa, de carácter oligopolista, consensual e integrador se presenta y publicita como síntesis política de toda la sociedad.  Ese modelo de democracia consensual es el que está colapsando. Cuando ya no existe la posibilidad de consensos, el equilibrio de intereses se reduce a un mal chiste, la alternancia política se desdibuja y solo es posible una única estrategia político-económica que empeora la vida cotidiana de la inmensa mayoría de los ciudadanos sin un horizonte verosímil de recuperación, ¿hasta qué punto se puede seguir hablando de un sistema democrático, de legitimidad política, de la autonomía de pueblos y ciudadanos?

 

Publicado el por Alfonso González Jerez en Me pagan por esto ¿Qué opinas?