El señor don Antonio Brufau, presidente de Repsol, me invitó a comer, con un grupo de una veintena de periodistas, en un hotel de Las Palmas, pero decidir no ir. Al caballero que gentilmente me trasmitió la invitación le pregunté:
–Vaya. ¿Y por qué me invitan ustedes?
–Bueno…Hemos invitado a directores de medios de comunicación y a algunos líderes de opinión…
–Puede que en las proximidades de Canarias exista petróleo, pero por mucho que perforen ustedes no encontrarán aquí líderes de opinión.
Después de una larga reflexión, quizás dos o tres minutos, encontré que no podía reunir fuerzas para aceptar la invitación. Encuentro agotador que el máximo responsable de una multinacional te explique que trabaja celosamente por tu bien y al mismo tiempo deglutir un plato de lentejas confitadas. El señor Brufeau se ha empeñado, por lo demás, en llover una y otra vez sobre mojado. Es como una borrasca patriarcal que nos visita a menudo para recordarnos que no moja, pero empapa. Me cuentan que repitió de nuevo lo de la creación de 5.000 puestos de trabajo, cuando solo en Argentina – con una docena de pozos en explotación y antes de su salida de YPF – contaba con tanto personal contratado. Al mismo tiempo el ministro de Industria y Energía, José Manuel Soria, cifraba en unos 400 millones de euros los beneficios fiscales anuales de Canarias en el caso de que las estimaciones iniciales de Repsol fueran confirmadas por los sondeos, pero Soria sabe perfectamente que la legislación tributaria española – tampoco la Ley de Hidrocarburos — no estipula el pago de canon o compensación alguna por la autorización de concesiones para la extracción de petróleo o gas natural. En puridad Repsol ni siquiera está legalmente obligada a vender para su refino el crudo que pueda encontrar a la Refinería de Petróleo de Santa Cruz de Tenerife de CEPSA. Cuenta con sus propias plantas de tratamiento. Considerando estas obviedades, el primer plato del menú de Repsol consiste en una sopa con algunos cientos de puestos de trabajo en la actividad portuaria del archipiélago a modo de discutibles tropezones, el segundo plato en unos ingresos fiscales para Canarias inexistentes con espuma de cinismo y virutas de pajaritos preñados y, por último, un postre de riesgos ecológicos y medioambientales bastante improbables, pero en absoluto imposibles, que está amablemente reservado en exclusiva a los comensales canarios. Por supuesto que decliné cortésmente la invitación para almorzar del señor Brufau y espero que la sociedad canaria siga dejando claro, en las instituciones y en la calle, que no está dispuesta a compartir su menú.