Casimiro Curbelo

El cabo de la vela

No es que al PSC-PSOE le crezcan los enanos. Lo que ocurre es que el PSC es, desde hace tiempo, un triste y mortecino circo con las gradas semivacías donde los enanos se estiran, los acróbatas sufren esclerosis múltiple, los domadores devoran a los leones y los payasos ni siquiera hacen gracia mientras cuentan chistes optimistas frente al espejo de alguna Dirección General. Anteayer era la definitiva excomunión de los socialistas palmeros y hace unas horas la mayoría de la ejecutiva del PSOE de La Gomera ha presentado su dimisión, forzando así la de Casimiro Curbelo como secretario general de la organización insular.
Aunque se trata de crisis distintas y que se desenvuelven en sus propias y mezquinas dinámicas, los episodios de La Palma y La Gomera tienen una raíz común: la fosilización de las estructuras del partido, la oligarquización feroz de su dirección, la obsolescencia operativa de un modelo de acción política finiquitado e incapaz de renovarse para atraer a la sociedad civil y. en particular, a los más afectados por la crisis económica, el desempleo y el empobrecimiento. El PSC agoniza atravesando un proceso acelerado de desidentificación política, ideológica y programática y hasta ahora solo su participación en el Gobierno autonómico ha conseguido opacar una realidad dramática. La llegada al liderazgo del PSC-PSOE de un grisáceo profesor universitario que apenas ha servido de ocioso mascarón de proa de los viejos y nuevos barones y aparatistas de toda la vida ha contribuido a agravar aun más la situación. Una oligarquía arriscada, cínica y camastrona que en los últimos tres años ha estado dispuesta a pagar el precio de usufructuar despachos y moquetas. El precio a abonar, sencillamente, ha sido el propio PSC-PSOE.

Casimiro Curbelo lleva desde 1983 como secretario general del PSOE de La Gomera. Treinta años nada menos. Ha construido un modelo de clientelismo socialdemócrata, un caciquismo bienhechor ungido por las urnas cuyas sombras y pestilencias no hicieron pestañear a Jerónimo Saavedra, ni a Juan Carlos Alemán, ni a Juan Fernando López Aguilar ni a José Miguel Pérez. Arrasaba en las urnas y sus interminables éxitos purificaban cualquier carroña. Esta rebelión edípica – urdida principalmente por los alcaldes gomeros entre los que simulaba ser un primus inter pares, como simulaba Augusto gobernar con el Senado– ocurriría tarde o temprano. Ha llegado tarde; justo a tiempo, sin embargo, para desnudar la atroz crisis de un partido que se consume como el pábilo de una vela en una habitación a oscuras.

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El sepulturero de la rosa

Las opiniones de Casimiro Curbelo sobre la democracia directa o el sector del ocio nocturno en las grandes capitales europeas son probablemente prescindibles; en cambio, su análisis sobre la situación del PSC-PSOE no suelen carecer de interés, y no solo del suyo. Curbelo ha bruñido una conclusión a partir de lo ocurrido en la organización socialista en los últimos años, una conclusión de un realismo obsceno: “El PSC está consiguiendo no poder gobernar en el futuro”. No se me ocurre mejor resumen aunque habría que contextualizarlo: conservar la cuota de poder en el actual Gobierno autonómico está llevando a los socialistas ha dinamitar su propio partido. Apenas unas horas después de que la dirección federal ordenara la suspensión de toda actividad orgánica (sobre la inorgánica, todavía no se ha pronunciado, lo que excluye a Manuel Marcos) del PSOE de La Palma, un juzgado encuentra que la expulsión de Anselmo Pestana y sus compañeros en el Cabildo no se ajusta a la legalidad ni a las propia normativa interna del PSC, por lo que considera que deben considerarse militantes socialistas de plena derecho, individualmente y como grupo en la corporación insular.
Disolver de facto el PSOE palmero resulta una medida suicida para la organización en toda Canarias a año y medio de las elecciones autonómicas y locales. En el peor de los casos Pestana y los demás estigmatizados están dispuestos a montar un nuevo partido y competir electoralmente. La situación en La Palma se suma a los ruinosos desgarros en Tenerife: entre el otoño de 2010 y la primavera de 2011 el PSC perdió casi un tercio de sus militantes tras el portazo definitivo de Santiago Pérez y a continuación han saltado varios pactos municipales – el de mayor relevancia política ha sido el de Tacoronte – con la apertura de más expedientes de expulsión como único modus operandi de la cada vez más encastillada dirección regional. No es cierto que esta espada flamígera demuestre la fortaleza y brío de la autoridad del secretario general, José Miguel Pérez, el vicepresidente del Gobierno autonómico más silencioso de los últimos treinta años. Más bien lo contrario: es un síntoma de la debilidad extrema de su liderazgo, de su patológica incapacidad para el diálogo y el consenso, de su renuncia pancista a encabezar e impulsar la imprescindible reforma de una organización moribunda, inane y oligarquizada hasta los huesos. Pérez es el sepulturero del PSC-PSOE. Pero solo de ocho a cinco. A las seis ya está en la cama, en camisón y con el orinal al lado, leyendo a Gibbon.

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Consecuencias

La dimisión de Casimiro Curbelo como senador les sabe a poco a algunos conspicuos dirigentes del PSOE, como Elena Valenciano, cuyo poder e influencia se han engrandecido desde que Alfredo Pérez Rubalcaba la designó directora de la más o menos inminente campaña electoral. Para Valenciano el señor Curbelo no debería continuar un día más en las filas del PSOE. La dirección regional de los socialistas canarios había llegado, hace cuarenta y ocho horas, a un acuerdo con Curbelo: renuncia a tu acta en la Cámara Alta y nosotros tranquilizaremos a Valenciano y a otros prebostes del comité ejecutivo federal: a José Blanco, por ejemplo, le parece bastante con eso. El vicesecretario general, sin embargo, no se ha movido un ápice ni ha descolgado un teléfono, y no lo ha hecho, es obvio, porque entiende que el crepitante tormento de Curbelo forma parte, precisamente, de la precampaña electoral, y eso es predio de la compañera Valenciano. Casimiro Curbelo, en esta encantadora lógica, sería la contrafigura de Francisco Camps: observa, oh pueblo, como nuestros impresentables dimiten, y no como otros; repara, oh indignada muchedumbre, como le zurramos la badana a los peores de nuestra misma sangre. José Miguel Pérez se ha puesto nervioso, si es que esté hombre tiene mayor densidad nerviosa que una coliflor, y ha ahondado en naderías, que es su especialidad retórica, mientras insiste en llamadas telefónicas perfectamente inútiles. Nadie sale a defender a Casimiro Curbelo. Nadie imparte una orden para detener el incendio.
Hace veinte años las elecciones las ganaba en La Gomera el socialismo. Pero desde hace mucho tiempo las gana el curbelismo, como demuestra que la pérdida de concejales y diputados no influye en absoluto ni en las sucesivas mayorías absolutas en el Cabildo ni un escaño ampliamente renovado en el Senado. El curbelismo: la arquitectura de un sistema de clientelismo político impresionantemente ramificado y de una eficacia estremecedora cuyo astuto e incansable artífice dedica quince horas diarias a supervisar, engrasar, perfeccionar. Un keynesianismo precolombino. Casimiro Curbelo no se dejará arrasar: ni admite dejar el poder, después de ganar las elecciones hace apenas dos meses, ni puede consentir que su defenestración le impida seguir desactivando graves denuncias contra su gestión que dormitan en los juzgados. El PSOE puede encontrarse, en pocos meses, desarticulado en La Gomera y con Curbelo, cual guirre fénix, al frente de su propio partido.

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Derrotado

1. ¿Puede ser uno un buen político y frecuentar los locales de alterne? ¿Y si no los frecuentas habitualmente? ¿Y si, digamos, lo has hecho cuatro, cinco, diez veces en tu vida? ¿Un político es deshonesto porque tenga o haya tenido tratos con prostitutas? ¿Y los políticos reiteradamente infieles a sus esposas? ¿Los que les ponen pisos a las queridas, por ejemplo? ¿Son menos o más repugnantes? Creo que son preguntas que deberían responder ciudadanas como la exconsejera socialista del Cabildo de Tenerife que ha expresado su dolor por el silencio de sus compañeras ante el escándalo protagonizado por Casimiro Curbelo. No son preguntas irrelevantes, a mi juicio. Afectan directamente al concepto de moral pública, así como a los principios de privacidad de los ciudadanos, incluidos los políticos electos, en una democracia representativa. ¿Hasta qué punto es lícito aplicar un código moral a los políticos en asuntos ajenos a sus responsabilidades gestoras, y en especial, en lo que respecta a sus comportamientos sexuales? ¿Y qué código? ¿El tuyo, el mío, una media ponderada de valores a partir de una amplia encuesta del CIS?
2. Los diputados y senadores solo pueden ser detenidos en caso de flagrante delito, y Casimiro Curbelo y su hijo cometieron el delito de agredir a la policía, por lo que…Un momento, solo un momento, por favor. Una pregunta central. ¿Por qué fue detenido Casimiro Curbelo? ¿Por haberse tomado copas en un prostíbulo donde su hijo protagonizó una bronca? No, no fue detenido ni por estar borracho, ni por armar una bronca que el prostíbulo no denunció. Fue detenido por insultar a los policías e intervenir físicamente en el momento en el que el hijo – no él – empujó con el puño, más que pegar empujó, a uno de los guardias. Y según el propio atestado policial, fue entonces cuando se enfureció y recordó a gritos su condición senatorial y berreó denuestos e insultos. Es muy verosímil que la policía tomase sus palabras como las estupideces fantasiosas de un borracho. Y fue entonces cuando lo entalegaron. Cinco o seis horas. Insultar a un policía no es un delito penal, sino una falta. Los protocolos policiales establecen, en estos casos, que se debe proceder a identificar al sujeto y posteriormente denunciarle por una falta de injurias contra la autoridad, y solo en el caso de que se niegue, se le podrá trasladar (es una retención, no una detención) a la comisaría más cercana, para efectuar ahí la identificación. A Curbelo lo enclaustraron en un calabozo hasta avanzada la mañana.
3. ¿Estaba Curbelo obligado a dimitir? Probablemente. Rompió la omertá consigo mismo. Se encontró consigo mismo con testigos delante. Lo que no han podido los juzgados dormidos ni la mierda clientelar lo ha logrado hacer él solito: sólo él se pudo derrotar.

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