Al presidente (saliente) del CD Tenerife le han entregado la Medalla de Oro de Tenerife –una distinción que otorga el Cabildo Insular – con motivo del interminable centenario del club. En los alrededores del presidente de la corporación, Pedro Martín se llama, han puntualizado mucho que la áurea distinción es para el equipo, “para la entidad”, y no para Miguel Concepción. Como si la entidad fuera otra cosa que Concepción. Sin duda por mi poco conocimiento de esta materia, en los últimos meses yo estaba convencido que quien cumplía un siglo era el señor Concepción – las dietas, los masajes, los logopedas y los trajes a medida hacen milagros – y que el CD Tenerife le rendía un sentido y merecido homenaje. Eso explicaría muchas cosas de los formatos, espacios y estilismos elegidos para la brillante efeméride.
Si la Medalla de Oro es para el club, sinceramente, me sabe a poco. Con todo lo que debemos a esa gente y, sobre todo, con todo lo que esa gente nos debe. Para empezar, en vez de una medalla, qué menos que once, ampliable a los reservas, al cuerpo técnico, al médico y a todo el Consejo de Administración. Y para continuar reconocer igualmente la aportación del club a todos los aspectos sociales y culturales de Tenerife y de Canarias entera. El Premio Canarias de Comunicación, por ejemplo. Es difícil calcular cuantas vocaciones periodísticas ha despertado la siempre renovada pasión blanquiazul. Pibes y pibas incapaces de darte la hora de forma inteligible y que vocalizan con la facilidad de una vaca lechera se han convertido en figuras del periodismo deportivo superando todas esas taras y dificultades, y a veces, incluso, sin haberlas superado. ¿Y la acción exterior? ¿Cuánta gente residenciada en Logroño, verbigracia, se ha enterado gracias a nuestro glorioso club que existía una isla llamada Tenerife? Ante de eso miles y miles de logroñeses vivían sumergidos en una absoluta ignorancia. Es algo que ha ocurrido no solo en España, sino en todo el mundo. En la mayoría de los lugares donde ha jugado el CD Tenerife en los últimos quince o veinte años los espectadores no han podido evitar quedarse atónitos por las inercias, torpezas, indiferencias, espasmos y despistes de los jugadores de varias promociones tinerfeñistas y corren a informarse sobre su origen. ¿En qué isla se juega el peor fútbol profesional y existe una vocación tan arraigada por el fracaso íntimo y coral, por el patriotismo de la nulidad?
Es un poco ridículo querer separar al CD Tenerife y a Miguel Concepción a estas alturas. Este Club Deportivo Tenerife es el que ha hecho y le han dejado hacer a Concepción, su padrino y su albacea. Es su obra, su logro, su presente cansino y oscuro y su inmediato y dubitativo futuro, su metáfora, su principio y su fin, su legitimidad como triunfador y su imaginaria obra de caridad. Un larguísimo reinado, ordinario y pachorrudo, al que apenas ha arañado la crítica. Hasta con Javier Pérez –que no era un sujeto que tolerase la disidencia precisamente – existía menos miedo, menos dependencia lacayuna, menos extenuación moral. El mismo Pedro Martín, como era de rigor, piropeó a Concepción, que dentro de algunas semanas sabrá si el Tribunal Supremo confirma la sentencia de la Audiencia Provincial que le imponía 23 meses de prisión y la devolución de casi cuatro millones de euros “por un delito continuado de estafa”. Y ahí estaba el empresario recibiendo la ovación cerrada del presidente del Cabildo, Pedro Martín lo llaman, de los vicepresidentes de la cosa y de todos los presentes. Pero la Medalla de Oro era para la entidad. Solamente para la entidad, que quede claro. A ver si luego nos confundimos.