“Todas las religiones son cruzadas contra el humor” (Cioran)
No voy a escribir un artículo sobre los humoristas de Charlie Hebdo asesinados en París por dos miserables fanáticos. Espero que la policía los atrape, que sean juzgados con las debidas garantías procesales y que no vean jamás la luz del sol mientras son alimentados el resto de sus vidas exclusivamente con productos porcinos. Oh, ya he cometido una incorrección. Quería escribir precisamente de eso. De las estúpidas miasmas que han circulado por las redes sociales con el sano propósito de advertirnos que las cosas no son tan sencillas, que la religión poco o nada tiene que ver con esta masacre, que mucho cuidado con la islamofobia, que ya se ve a lo que conduce la infinita arrogancia eurocéntrica y criptocolonialista, por no recordar los que saben de buena tinta que todo este horror está diseñado por la CIA, el Pentágono, el gobierno israelita y el Fondo Monetario Internacional.
Mucho cuidado, sí, con la religión. Esta obsesión izquierdosa por borrar la religión como factor nuclear del yihadismo sería hilarante si no estuviera nutrida por una idiotez inacabable, siempre autosatisfecha e incapaz de entender que entre los combatientes islamistas no son motivaciones políticas las que utilizan las convicciones religiosas como excusa, sino aproximadamente lo contrario. O por decirlo con mayor precisión: para los yihadistas no existe diferencia alguna entre opción política e identidad religiosa. La afiliación religiosa agota su identidad política. Es una incompresión radical y patética aquella que no entiende, que se niega resueltamente a entender, que alguien mate por razones religiosas, porque crea con una atroz fuerza interior que su dios exige un tributo de sangre y recompensará su voluntad de exterminio del infiel. La falta de costumbre, imagino, por parte de europeos para los que la religión supone, mayoritariamente, un vago recuerdo infantil. La religión –según los esquemas interpretativos asumidos por ese progresismo batueco y altisonante que niega así la tradición intelectual de la que se supone forma parte – debe ser siempre un epifenómeno. Una excrecencia superestructural. Pues no lo es. La religión, para los fanáticos religiosos, lo es todo; es, precisamente, una forma de totalitarismo, una ideocracia cerrada e incuestionable. Política, moral e intelectualmente el Corán es tan despreciable como las Escrituras cristianas. La única diferencia relevante es que en los últimos 300 años hemos conseguidos domesticar civilmente (más o menos) a las iglesias cristianas. No ha ocurrido así con el Islam, que no necesita a moderados sino, en todo caso, a reformistas que consigan secularizarlo. No aparecen por ningún lado. En cambio lo que se ha fortalecido en las últimas décadas es un movimiento político de vocación universal que basa en supersticiones y prejuicios de cabreros medievales su anhelado modelo de organización y control social y que, divididos entre facciones y ejércitos en disputa, se extiende pujantemente en el norte de África. Y llegan a París y asesinan una docena de escritores y viñetistas. Despierten de una puñetera vez.
Frente a la violencia ideológica en las sociedades democráticas – o que aspiren a no dejar de serlo – no puede concebirse mayor error que concederles la razón a medias a los violentos, los asesinos y extorsionadores. No es otra cosa practicar desde la comodidad del ordenador o la tablet la victimización de los verdugos, elevados desde su condición de repugnantes criminales a la digna categoría de signos políticos que apuntan a otras responsabilidades ajenas a su vesania, al fin de cuentas, pura subjetividad fanática. Que apuntan a Europa. Que apuntan, en definitiva, a los propios masacrados. Esta sórdida inmoralidad se enmascara bajo ese ejercicio de masoquismo eucarístico que repite incesantemente que todo ocurre por nuestra culpa, por nuestra grandísima culpa, por nuestra eurocéntrica y colonialística culpa. Una forma particularmente oligofrénica y ruin de regir un problema áspero, complejo y trufado de amenazas y peligros, y en el que no se juega únicamente el destino de las frágiles democracias europeas, sino también el de muchos millones de musulmanes brutalmente sojuzgados por tiranos, militares y clericanallas que aplastan cotidianamente sus libertades. Incluida, por cierto, su libertad religiosa.