En un artículo el espléndido escritor senegalés Boubakar Boris Diop señala, con una ironía bastante irritada, que la imagen neocolonial de África continúa repitiendo estereotipos imbéciles que no solo representan una grotesca falsedad, sino también una forma de opresión simbólica. “No sé cómo explicar”, viene a decir, “que la mayoría de los africanos no tratan con elefantes, ni persiguen ni son perseguidos por rinocerontes, ni agitan sus lanzas vibrantes en las verdes praderas”. Por el momento la reivindicación de Boubakar es inútil. Ya lo han visto ustedes en los videoclips del reciente Mundial de Fútbol de Sudáfrica: un niño negro juega al fútbol con un elefante. Es sorprendente que no hayan colado a Tarzán como árbitro, waka-waka, un Tarzán liado con Shakira para aumentar las audiencias. El imaginario neocolonial sobre África parte de una lectura occidental que solo se codifica a través de metáforas apocalípticas (violencia étnica, genocidios, hambre, militarismo ensangrentado, pútrida miseria) y que en la compasión, en la solidaridad emocional, no encuentra un estímulo de compresión, sino la manera más eficaz de impedir la misma. En el fondo, como sentencia Boaventura de Sousa Santos, Europa solo registra en África las realidades que confirman sus nostalgias – intactas en su cinismo o impregnadas de mala conciencia — del colonialismo.
África es una realidad densa, extensa y compleja. Si alguien comenzara a hablar de la economía, la sociología o la literatura europea como un todo fácilmente sintetizable cualquiera se lo tomaría como una zafia imbecilidad o como una broma intolerable. En cambio se habla de África – cientos de millones de kilómetros cuadrados, miles de años de historia, un océano de lenguas y grupos étnicos, niveles de desarrollo disímiles y hasta contrapuestos, una nebulosa inabarcable de símbolos y mitos, leyendas y creencias religiosas, narradores, poetas y autores teatrales – con un desparpajo que rezuma una ignorancia satisfecha de sí misma. ¿Qué cabría pensar de alguien que, preguntado por literatura europea, citase al gallego Manuel Rivas y al albanés Ismael Kadaré como si fueran vecinos idiomáticos, literarios o espirituales? Pues similar operación se realiza constantemente al hablar y valorar a escritores africanos. Esta liliputización semántica de la cultura africana es otra forma de lacerante malentendido, un síntoma de gandulería intelectual y, muy a menudo, un estilo condescendiente de arrogancia supuestamente empática. Como si África pudiera mostrarse (y entenderse) en la palma de una mano.
Desde hace unos meses ha conseguido una amplia popularidad en el canal youtube una conferencia dictada en Estados Unidos por la joven escritora nigeriana Chimamanda Ngozi Adichie y titulada Los peligros de una sola historia. Se trata, desde luego, de una conferencia memorable, porque prescindiendo de cualquier jerga científica o académica, la escritora conseguía denunciar eficazmente las ignorancias mutuas que destruyen cualquier posibilidad de intercomunicación cultural, convierten en invisibles a pueblos y culturas y pueden llevar a un escritor (a un escritor africano) a carnavalizar su propia identidad. Hace pocas semanas ha llegado a las librerías el último libro de Chimamanda Adichie publicado en español, Algo alrededor de tu cuello, traducido por Aurora Echeverría y editado por Mondadori. Una delicia para los que no conocen aun a la escritora nigeriana, pero una ligera decepción para aquellos que habían leído sus dos primeras novelas: La flor púrpura (Grijalbo) y Medio sol amarillo (Mondadori). Dos novelas que la consagraron casi instantáneamente, sin haber cumplido todavía los treinta años, y que recibieron todas las bendiciones de uno de los grandes escritores nigerianos y africanos, el venerable y lúcido Chinua Achebe.
Algo alrededor de tu cuello es una colección de relatos que, en buena parte, proyectan la nueva actitud de muchos escritores africanos – escriban en lenguas europeas, como lo hace Chimamanda Adichie con el inglés, o en lenguas autóctonas, como lo hace ahora el mencionado Boubakar — frente a sus realidades políticas, sociales y culturales. Son escritores que reconocen, porque las han vivido y denunciado, las catástrofes africanas, pero que no se resignan a gimotear sobre las ruinas, las angustias y las desgracias cotidianas. Los asuntos de los cuentos de Chimamanda Adichie son comunes a la generación anterior – las fricciones entre la modernidad y la tradición, los sueños anhelantes de la emigración, el impacto en los individuos de los cambios sociales, el papel de fortaleza y debilidad de las mujeres – pero la perspectiva es diferente. La diferencia consiste en descubrir, precisamente, lo que de común tienen las desventuras de sus criaturas de ficción con cualquiera, sin perder de vista jamás sus orígenes. No son tan distintos los días y las noches de un inmigrantes nigeriano en Nueva York que las de un inmigrante turco en Berlín. No se trata, por tanto, de convertir la infelicidad, los conflictos identitarios o las violencias de la Historia en literatura programática, sino en explorar esas situaciones a través de una literatura abierta al mundo y que no se concentra instrumentalmente en la denuncia, sino en la capacidad expresiva de la escritora. Ciertamente los relatos de Algo alrededor de tu cuello no tienen la potencia narrativa de las novelas de Chimamanda Adichie y desprende un ligero aroma a copos de avena de taller literario de Yale. Pero muestran inmejorablemente el creciente universo ficcional de una de las escritoras anglófonas más inteligentes y talentosas de la actualidad.
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