El suspiro de alivio en las huestes de Coalición Canaria cuando en la noche del pasado domingo constataron que habían salvado el escaño en el Congreso de los Diputados estuvo más que justificado. Los coalicioneros –especialmente en Tenerife – echaron los restos y, en contra de lo ocurrido en diciembre, la organización se movilizó. Pero les convendría no eternizar el resuello de satisfacción. Sí, fue meritorio conservar el acta, y Ana Oramas se exprimió a sí misma como una mandarina a media mañana, mientras por primera vez en muchísimos años se podían escuchar y leer invocaciones para que no se votase a Coalición Canaria (no para que se votara a Podemos, sino para que no se votara a CC) con una suave fragancia fascistoide. Y aun así, globalmente, se perdieron sufragios respecto a los anteriores comicios, y la gran mayoría de los votantes fueron ciudadanos de más de 50 años de zonas suburbiales y rurales. Así no se ganan elecciones, ni se consiguen amplias mayorías, ni se puede vertebrar políticamente la sociedad isleña. Si CC – y en particular sus dirigentes y cargos públicos – no son capaces de emprender un verdadero proceso de cambio interno, reformas normativas y democratización de sus estructuras y procesos de participación el futuro es bastante lóbrego para el exitoso experimento que se puso en marcha en un cada vez más lejano 1993. Para los coalicioneros es una prioridad cargada de emergencias legitimarse políticamente como una fuerza política dotada de democracia interna y de una estrategia de desarrollo para el país, una fuerza política urbana y moderna, capaz de acoplarse a las demandas específicas de las grandes ciudades y de interesar electoralmente a las clases medias urbanas, a jóvenes y mujeres, a profesionales y emprendedores.
Pero, sorprendentemente, pasan las semanas y los meses y nadie sabe aun cuándo se celebrará finalmente el Congreso Nacional de CC ni se percibe el atisbo más modesto de debate precongresual. No se oye una sílaba respecto a propuestas, iniciativas, diagnósticos ni absolutamente nada. De hecho, la actual comisión ejecutiva nacional de CC está amortizada desde hace un año y si se reúne desde el verano pasado debe ser en las bodas, bautizos o comuniones de sus integrantes y familiares. El secretario general del partido sigue siendo José Miguel Barragán, y debe ser el único secretario general del Hemisferio Occidental que al mismo tiempo es viceconsejero – un cargo de segundo nivel– del Gobierno autonómico. Resulta todo muy loco y ligeramente esperpéntico, como ha sido siempre el jardín del Bien y del Mal coalicionero donde la serpiente ha llegado a ser, en alguna ocasión, el director del zoológico. Pero ya no queda prácticamente tiempo. O se renuevan ideas y relatos y se democratiza ese complejo puzzle de siete piezas, acabando con liderazgos vetustos y con la cultura de la cooptación y la subordinación de la sufrida militancia o CC pasará a vivir, encastillada en una perplejidad numantina, una corta y veloz agonía.