No sé qué esperaban los analistas políticos de la entronización de Alberto Núñez Feijóo en el empíreo del Partido Popular. Los analistas siempre pretenden que les resuelvan la vida y el señor Núñez Feijóo no se las va a resolver, ni a los analistas ni a nosotros. Lo que representa básicamente son las virtudes del continuismo, la grisura, la contención y una despiadada paciencia. Hay algo anacrónico en esta exaltación. Como si debiera haber ocurrido hace tres años y lo de Pablo Casado – básicamente un personaje hamletiano que confiaba en la juventud como si fuera un valor político – hubiera supuesto un confuso paréntesis, tan anodino como incómodo y a veces patético. Lo que propone Núñez Feijóo es volver a lo seguro. Está muy bien, pero es que ese lugar ya no existe. Lo seguro, para el PSOE, era rechazar gobernar con comunistas y afines, pero es que ya no era capaz de movilizar electoralmente a una mayoría lo suficientemente amplia, y Pedro Sánchez dio un pasito hacia el abismo, y después otro, y después una zancada. Ese es ahora el lugar al que pueden aspirar socialdemócratas y conservadores: un poste donde colgarse con la máxima lentitud posible al borde del abismo.
Nada de combate cultural ni otras volvoretas de la xente da cidade. De Mariano Rajoy existe constancia documental de que leía el Marca, Núñez Feijóo, ni eso siquiera. Lo del combate cultural se le antoja, a buen seguro, un exceso. Seguro que piensa que ha sacado tres mayorías absolutas en Galicia sin necesidad de referirse a la colonización del espacio público por ideologías de izquierda o al rearme ideológico imprescindible de la derecha española. Lo que hace Vox, precisamente, es una burda versión de esa batalla cultural que, más planificada e ilustradamente, proponía e intentó poner en marcha Cayetana Álvarez de Toledo, fugaz portavoz en el Congreso de los Diputados. Aunque parezca delirante, el nuevo patrón del PP cree que bastará de nuevo ese crédito que se han inventados ellos mismos sobre su portentosamente eficaz capacidad de gestión para ganar las próximas elecciones. Al PP le ocurre lo mismo (pero peor) que a muchas derechas europeas: se ha descapitalizado ideológicamente y no ofrece ningún proyecto de país, ninguna reforma convincente del pacto social, ninguna reformulación de la democracia representativa, ninguna apología de valores concretos para una convivencia compleja y plural como la que caracteriza a las sociedades contemporáneas.
Idolatría constitucionalista y piel de gallina es lo que ofreció en su discurso el señor Núñez Feijóo. “Somos el partido más constitucionalista”, proclamó el flamante presidente, sin enseñar, sin embargo, el constitucionalistódromo que le permitía pronunciar semejante afirmación. Y su definición dermatológica del patriotismo, que no es otra cosa que los pelos que se te ponen de punta al escuchar el himno nacional. Imagino que si eres lampiño estás destinado a ser un facineroso, simpatizante de ETA o separatista catalán. Como se trata de aguantar – aguantar hasta que el PSOE pierda más diputados que el PP, esperar que Santiago Abascal sea descubierto en la bañera con un libro de Michel Foucault y Vox se desmorone – Núñez Feijóo tampoco ha arriesgado nada. Incluso como secretaria general ha designado a Cuca Gamarra, la sucesora en la portavocía en la Cámara Baja de Álvarez de Toledo, compañera que gozaba de toda la confianza de Pablo Casado, y casadista entusiasta, en efecto, hasta que su líder se tambaleó ligeramente, momento que eligió para dejarle tirado como un chicle en la acera. Ha puesto a gallegos y andaluces como círculo de poder y mostrado a Díaz Ayuso que, de momento, nada más que presidenta de la Comunidad de Madrid. Es la penúltima reencarnación del PP y han decidido regresar con una estrategia, un discurso y un relato para una España que ya no existe.