Muchos simpatizantes de Podemos se escandalizan por las críticas que empiezan a arreciar sobre el proyecto político –todavía germinal – que consiguió cinco diputados en las elecciones europeas; arremetidas que se centran, básicamente, en estimular el descrédito de Pablo Iglesias. Sinceramente no sé que se esperaban y dudo mucho que al núcleo fundacional de Podemos le haya sorprendido. Más allá de los deleites conspiranoicos, cuando uno se lanza al espacio público para exponer ideas y programas se expone a la crítica, a la descalificación y hasta al matonismo. Lo dicho hasta ahora sobre Iglesias palidece frente a lo que en su día les tocó aguantar a Julio Anguita o a Felipe González, por mencionar a dos enemigos íntimos. El profesor Iglesias – al que cada vez con más frecuencia le segundan o sustituyen Juan Carlos Monedero o Iñigo Errejón, para eludir su sobreexposición mediática – sigue consumiendo muchas horas en televisión. Su cuota de pantalla no guarda ninguna relación directa con su relevancia político-electoral. Por mucho que les pasme a sus más recalcitrantes seguidores, Pablo Iglesias y compañía no ocupan diariamente espacio televisivo por el interés que concita sus análisis o sus propuestas entre las productoras, sino porque generan audiencia. El share es la única ideología que les alegra el corazón, es decir, la cartera. En términos estrictamente publicitarios Pablo Iglesias es la Belén Esteban de La Sexta. Un poco de bronca, de ataques despepitados, de infundios y de críticas no les viene mal del todo al equipo directivo (con perdón) de Podemos para mantenerse en las pantallas.
Se equivocan estúpidamente los que lanzan libelos sobre Iglesias, como la información pretendidamente escandalosa con la que El Mundo abrió ayer su portada. Así no se le restará un solo voto. Los que coinciden más ajustadamente con los pujos ideológicos de Iglesias le aplaudirán con las orejas; los que no, la mayoría de sus votantes, les trae sin cuidado porque el anhelo de cambio y esperanza alimenta una disonancia cognitiva amplia y generosa. Los libelistas, lanzados a una contrapropaganda pueril, siguen creyendo que Iglesias es un pelafustán populista y no un individuo inteligente y culto, bregado en cientos de asambleas y singularmente ducho en técnicas de propaganda política. Basta con que diga irónicamente: “Sí, yo, como antes el 15-M, y antes Rodríguez Zapatero, yo soy ETA” para transformar el estoque en cenizas. Quedan, por supuesto, sus simpatías pringosas – y para nada irrelevantes – con la izquierda abertzale, la más oligofrénica, cerril y doctrinaria de toda España. Pero el propio simplismo escandaloso del titular le excusa y libra de cualquier explicación. Una batalla más ganada y hasta la próxima. Tertulia o muerte: venceremos.
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