Larga, muy larga, fue la reunión de los secretarios generales de las organizaciones insulares del PSC-PSOE con la dirección federal el pasado viernes. Larga y accidentada. Mientras los secretarios generales escuchaban las perentorias reflexiones de Gaspar Zarrías (secretario de de Política Autonómica de la ejecutiva federal) y Pedro Hernando ( responsable de Política Municipal) el destino del centenario partido fundado por Pablo Iglesias se jugaba, se había jugado, a unos cientos de metros del restaurante que los convocó en una cena eterna, sin principio ni fin. A primera hora de la mañana, la reflexión silenciosa de algunos secretarios insulares había sido muy clara: “Estos pueden dejar de ser la dirección federal del PSOE en unos días, y si eso ocurre, ¿qué haremos sentados en Madrid?”. Antes del mediodía quedó clara la cosa. Una ojerosa Carme Chacón renunciaba a presentarse a las primarias. El golpe de mano organizado por varios dirigentes territoriales y encabezado por Patxi López, la amenaza de un congreso extraordinario que hubiera supuesto, en la práctica, la defenestración de Rodríguez Zapatero y su comité ejecutivo, aunque fuera al precio de unas elecciones generales anticipadas, había surtido su efecto. La amenaza del congreso extraordinario, arma de destrucción masiva de Alfredo Pérez Rucalcaba y sus secuaces, planteaba una disyuntiva brutal: o se retiraba Chacón o Rodríguez Zapatero era fulminado. Tenían mayoría de voluntades en el Comité Federal para ganar el pulso. Chacón se retiró. Los vacilantes ectoplasmas de Blanco Zarrías y Hernando volvieron a corporizarse como dirigentes. Lo mejor para el PSOE (en Canarias y en las Cortes) es pactar con CC. Oh, entendemos las dificultades. ¿Y la maravillosa oportunidad de deshacerse de los coalicioneros en cabildos y ayuntamientos? Encabezaríamos ocho ayuntamientos, ocho, incluido el de Santa Cruz. ¿Sabes que Cristina Tavío le ha ofrecido la Alcaldía de Santa Cruz a Julio Pérez? Y cogobernaríamos en cuatro ayuntamientos más. Y eso solo en Tenerife. Por supuesto, pero ¿quién está subiendo más en voto municipal en Tenerife o La Palma? ¿Nosotros o el PP? ¿Debemos fortalecer la base electoral del PP en los municipios de Canarias con esos pactos? Por supuesto que no hubo acuerdo. No era ni el momento ni el lugar, ni siquiera el objeto de la convocatoria. Lo que quería practicar Blanco era un poco de pedagogía política. Pedagogía política, hay que joderse. Vete e imparte la lección a tus alcaldes, a tus concejales, a tus agrupaciones locales. La decisión final será tomada el fin de semana y comunicada al comité ejecutivo que el PSC-PSOE celebrará el próximo lunes.
En todo caso, esa reunión entre dirigentes de la cúpula socialista y secretarios insulares, inédita en los anales de las relaciones entre la dirección federal y la organización socialista canaria, denotaba un hecho evidente, y es que José Miguel Pérez, secretario general de PSC, carece ahora mismo de cualquier autoridad más allá de Gran Canaria. Porque el mayor hundimiento del PSC-PSOE en el Archipiélago se produjo en Gran Canaria precisamente: de los 149.183 votos que se obtuvieron en 2007 al Parlamento (y siete diputados) se ha caído a 79.525 votos (y cuatro diputados) el pasado día 22. Más de 16 puntos porcentuales. En Tenerife, en cambio, aunque el desgaste electoral fue pronunciado, no llegó a la sima grancanaria: los 126.422 votos de 2007 se redujeron a 78.812, del 32,21% al 20,24%. Los socialistas tinerfeños debieron enfrentarse a una escisión importante, la protagonizada por SxT, que en los comicios a ayuntamientos y Cabildo Insular se aliaron con Izquierda Unida y Los Verdes. Y no contaban ni con el control ni los supuestos réditos del Cabildo y del ayuntamiento de la capital, como ocurría con los compañeros grancanarios. El desastre sin paliativos del PSC en Gran Canaria aguijonea aun más el hambre de autonomía de los socialistas tinerfeños. A sus ojos, un secretario general como José Miguel Pérez, derrotado fulminantemente en su propia circunscripción, nada tiene que decir sobre la política de alianzas en Tenerife.
Ocurrió así que, desde la misma noche electoral, recorrió el PSC de Tenerife una paradójica estampida de euforia. Hemos perdido, pero tenemos mucho que ganar. Aurelino Abreu, senador y presidente de la gestora del PSC de Tenerife, había avanzado ya su particular estratagema para desbancar a Ricardo Melchior y a CC del Cabildo Insular: si los nacionalistas no obtenían mayoría absoluta, convertiría a Antonio Alarcó en presidente, a cambio, como es obvio, de una amplia participación socialista en el gobierno insular. Alarcó nunca dijo que no, sino todo lo contrario. Los resultados electorales avalaban su enconado anhelo y sonreía y felicitaba a todo el mundo en la madrugada del domingo, sin excluir a Julio Pérez, quien inicialmente veía un pacto con el PP como la mejor opción de los socialistas chicharreros. Las alarmas de la dirección de CC comenzaron a activarse y en la mañana del lunes, muy a primera hora, se cruzaron llamadas telefónicas con Ferraz y alrededores. A partir de entonces los socialistas tinerfeños y palmeros (los más interesados en la expulsión de CC a los infiernos) se mostraron más cautos, pero no cambiaron sustancialmente de postura. Se sucedieron reuniones, conciábulos, ánimos y reproches, advertencias y chismes, llamadas telefónicas. En todo este activo y discreto guirigay ha jugado un papel especialmente relevante Francisco Hernández Spínola, curioso superviviente de secretarios generales (lo ha sido de Juan Carlos Alemán, de López Aguilar y ahora de José Miguel Pérez) y de sí mismo.
Hernández Spínola ha jugado a dos bandas. Por un lado, ha sido uno de los negociadores del PSC frente a CC para constituir un pacto de gobierno; por otro, no ha dejado de comprender, comprender muy intensamente, a sus compañeros tinerfeños proclives a un pacto con el PP, y hasta la noche del pasado jueves, en una de tantas reuniones extenuantes, afirmó que era abiertamente partidario del acuerdo con los conservadores en todos los ámbitos. Los peor pensados señalan que Hernández Spínola prefiere cerrar un pacto con el PP porque lo convertiría, casi inmediatamente, en vicepresidente del Gobierno, con José Miguel Pérez como presidente del Parlamento o, incluso, como mero presidente del grupo parlamentario socialista. Y una vez en esa posición, ¿por qué no soñar en la secretaria general del PSC el año que viene? Los menos malévolos, en cambio, remarcan que Hernández Spínola procura mantener todas las opciones abiertas al servicio de lo que mejor convenga al PSC-PSOE, pero éstos últimos están en minoría. Todos esperan de la dirección federal un pronunciamiento muy similar a este: a) El mejor pacto en el Gobierno autonómico es con Coalición Canaria; b) Es necesario pactar igualmente en los Cabildos de Tenerife y La Palma y en Santa Cruz de Tenerife y Santa Cruz de La Palma para no estimular un acercamiento entre coalicioneros y conservadores; c) En el resto de las corporaciones, libertad ilimitada. No es del todo previsible lo que ocurrirá a partir de entonces. Entre otras razones, porque el PSC está bastante insatisfechos con las propuestas de Coalición: los nacionalistas, excepto en el Ejecutivo regional y en el ayuntamiento de Santa Cruz, no ceden las suficientes áreas de poder para calmar el apetito socialista. En realidad, y como principio, CC se ha comprometido a cogobiernos encabezados, en cada corporación, por la lista más votada. Y al PSC le arde particularmente la espina del Cabildo de Gran Canaria: la inactividad de CC a la hora de articular una mayoría capaz de asestarle a Bravo de Laguna una moción de censura para ser sustituido por un tripartido integrado por el PSOE, Nueva Canarias y CC. La actividad servil de Ignacio González, líder del CCN, para brindar a Bravo su consejero para cerrar una mayoría absoluta a irritado profundamente a la dirección de CC y a los socialistas grancanarios.
La crítica encrucijada del socialismo canario deja patente, con singular intensidad, su muy limitada identidad como proyecto político autónomo. El PSC pinta muy poco en el concierto del socialismo español. Solo hay que constatar cuántos militantes socialistas canarios ocupan secretarías de Estado, subsecretarias o direcciones generales. De la misma manera en que Juan Fernando López Aguilar fue un candidato presidencial impuesto desde Ferraz, para disgusto del propio interesado y asombro de la vieja guardia del socialismo isleño, la estrategia de los pactos y acuerdos políticos de 2011 se decide bajo la verticalista autoridad de la dirección federal. ¿Sería concebible que Zarrías y Hernando convocaran a una cena en Madrid a los secretarios generales del socialismo andaluz? ¿Lo toleraría José Antonio Griñán? El PSC-PSOE paga ahora amargamente un conjunto de errores, inercias, negligencias y autismos políticos y electorales que se remontan, realmente, a los tiempos en los que Jerónimo Saavedra (el mismo Saavedra que ahora, impúdicamente, se ha lanzado sobre la Autoridad Portuaria de Las Palmas para no verse sin sueldo y coche oficial) decidió no ejercer más como secretario general, salvo a efectos estrictamente personales, y dedicarse a sus ministerios en los últimos gobiernos de Felipe González.
Si finalmente José Manuel Soria cierra un pacto con el PSOE transformará su éxito electoral en un triunfo político cargado de inteligencia, astucia y sangre fría. Porque no solo logrará la Presidencia del Gobierno de Canarias, sino que someterá a sus dos adversarios políticos a un cúmulo de desgastes y tensiones difícilmente soportables sin graves consecuencias a corto y medio plazo. Su estrategia política en los últimos siete meses (la salida del Gobierno autonómico, su elección como candidatos de Bravo de Laguna y Juan José Cardona, su oferta a los socialistas) se ha revelado tan eficaz que, incluso si solo consigue en parte sus objetivos, es decir, si logra mayorías entre el PSOE y el PP en cabildos y ayuntamientos importantes, habrá conseguido mayores réditos políticos y propagandísticos que los cosechados por el PSC-PSOE con los 26 diputados alcanzados en 2007. Tanto los coalicioneros como los socialistas se empecinan en obviar esta evidencia. Ya decían algunos teólogos, hace varios siglos, que lo que más le conviene a Belcebú es que nadie crea que existe.