Durante años (o legislaturas) cumplí un ritual en las noches electorales entre profesional y novelero: recorrer las sedes de los principales partidos políticos. Me gustaba escrutar las caras, escuchar los gritos, ver crecer los sofocos, pretextos y argumentarios a la luz de la luna. Recuerdo que lo hice por última vez en 2007 y terminé en el horrible sótano donde estaba instalado el local de campaña de CC. Cuando llegué los resultados todavía eran provisionales, pero inequívocos. Coalición, con Paulino Rivero al frente, había perdido las elecciones autonómicas, mientras el PSC-PSOE se encaramaba en 26 diputados. El pacto entre los coalicioneros y el PP, antes de medianoche, ya se calentaba como un plato precongelado y biodegradable. Entonces salió Paulino Rivero a recibir los aplausos de su hinchada y mientras atronaban las palmas y el futuro presidente esbozaba una sonrisa cambada pude escuchar a mi lado la voz de alguien muy próximo al Ungido: “Esta noche se abre una etapa como la de Jordi Pujol en Cataluña”. Presté atención, pero no mucha. Alguien más me dijo que la afirmación encerraba la profecía de un nacionalismo que por fin se atrevería a decir su nombre. Pero no tardé – pocos tardaron, aunque unos más que otros – en adivinar el significado de una frase tan lapidaria. No se refería a la ideología, ni a la política, ni a la doctrina del paulismo emergente, sino a su vocación de eternidad. Una voluntad de época en virtud de la cual en los guachinches del próximo siglo se enseñará a los visitantes sillas o porrones estilo Paulino I.
Durante veintitrés años gobernó Jordi Pujol en Cataluña y desde el primer momento se esmeró en criar delfines que otros se encargaban de arponear en su nombre. Paulino Rivero, más desconfiado o cazurro todavía, no ha alimentado toninas y ni siquiera tolera pejeverdes a su alrededor. Aspira – sin decir aún una palabra – a otra candidatura presidencial y a otros cuatro años en el poder que no tienen que ser los últimos. Es asombroso que le responda a Fernando Clavijo que quizás no tenga mayoría en el consejo político nacional de CC, pero que sí dispondrá de una minoría de bloqueo y la pondrá en marcha a su placer, y más asombroso todavía, que está amenaza se filtre a los periódicos desde la misma Presidencia del Gobierno. Y es un síntoma, desde luego. Un síntoma de analfabetismo democrático y de un porfiado y ensoberbecido desprecio por la opinión mayoritaria de los representantes de su propia fuerza política. A pesar de que las únicas elecciones que ha ganado en su vida se hayan celebrado en El Sauzal este presidente ha terminado por creer que la sociedad civil, las instituciones públicas, el partido e incluso su Gobierno son adjetivos circunstanciales, y solo su prodigioso talento político es lo sustantivo en un país que ha retrocedido en todos los marcadores económicos, sociales y asistenciales durante los últimos siete años. Rivero está dispuesto, si le acompañan las fuerzas y los fámulos, a hacer saltar CC por los aires en caso de no ser el candidato presidencial de su partido. Es la última razón que faltaba, precisamente, para que el partido lo haga saltar a él lo más lejos posible a partir del próximo mes de mayo.
(Me he permitido usar una viñeta del gran Padylla, uno de los mejores psiquiatras en el estudio del paulismo como trastorno de la personalidad. Gracias, joven maestro)