Fagundo

Medallas

Al parecer un pibe de Abades, Pedro Rodríguez Ledesma, al que todo el mundo llama confianzudamente Pedrito, juega muy bien al fútbol, hasta el punto de haber sido fichado por el FC Barcelona y ser integrante de la selección española, ganadora del último Campeonato Mundial. Desde el pesado verano, cuando culminó este portentoso acontecimiento histórico-deportivo, Rodríguez Ledesma ha recibido varios reconocimientos y agasajos en Tenerife, el penúltimo, la entrega de la Medalla de Oro de Canarias de manos del presidente Paulino Rivero. La ingente cantidad de melaza tóxica con la que se ha cubierto al futbolista descompondría el estómago más resistente. Nuestro Pedrito — aquí hay que poner una sonrisa entre estreñida y amorosa – no es solo un talentoso jugador de fútbol, sino un espejo moral en el que toda la juventud isleña debería saber mirarse. Nuestro Pedrito no es únicamente un deportista profesional que consiguió su privilegiada posición con astucia, sacrificio y tenacidad, sino una síntesis del retrato del perfecto canario según el chusco y acomplejado imaginario de los políticos y los medios de comunicación: humilde, sencillo, cordial. Cuando habla en público – no es lo suyo – repite la misma frase, sustentada en torturadas muletillas, cinco o seis veces, pero sus severas limitaciones expresivas se aceptan como una nueva evidencia de su cordialidad, su sencillez y su humildad profundamente canaria.
Me felicito por los triunfos profesionales de Pedro Rodríguez Ledesma. Magnífica carrera la suya y magnífico que se haya convertido en millonario jugando al fútbol. Pero es simplemente un joven deportista de apenas 23 años de edad. Ya se sabe que forma parte de la más elemental tecnología publicitaria del poder premiar, galardonar y exaltar a figuras populares en cualquier ámbito, pero sobre todo, de las industrias del espectáculo y los deportes. El poder (político, empresarial, mediático) se premia de esta manera a sí mismo y obtiene unos réditos publicitarios inmediatos. Con todo sería deseable que las Medallas de Oro de Canarias no se hojalatearan distinguiendo, para ocupar titulares y fotos fugaces, a veinteañeros como Rodríguez Ledesma o Goya Toledo.
El pasado junio murió la poeta tinerfeña Ana María Fagundo. Durante treinta años dictó clases en la Universidad de California y así, a orillas del Pacífico, se escucharon versos de Tomás Morales y Alonso Quesada. Dejó una poesía hermosamente insustituible y una elegancia espiritual intachable. Ni Premio Canarias ni Medalla de Oro. Desde su vuelta a España vivía ocho meses al año en una casita de El Sauzal.
La poeta Ana María Fagundo

Publicado el por Alfonso González Jerez en General 2 comentarios