No, si me parecen muy bien los aplausos y jolgorios alrededor de la Cumbre del Consejo Europeo en Bruselas y ese consuelo hermeútico de imaginar a la señora Merkel con el brazo enyesado y su teutónica voluntad por fin rota, llora, llora como un hombre lo que no supiste defender como una mujer. Muy lejos de mí negar, en mi condición de plumilla de provincia ultraperiférica, que la Unión Europea ha dado un gran paso esta semana. Lo que ocurre es que, me parece a mí, todavía no le hemos cogido el tranquillo a los ritmos y ritos comunitarios. Y lo que han expresado las autoridades comunitarias es que están dispuestas a estudiar la inyección directa del capital desde los mecanismos de rescate al sistema bancario español directamente. Como advirtieran demasiada jarana y felicidad, ayer gruñeron un poco, a ver si nos esterábamos. Van Rompuy ha recordado a España que nada es gratis, el director del Banco Central Europeo, Mario Draghi, ha apuntado que tendrán que examinarse meticulosamente los préstamos a los bancos españoles y establecer mecanismos de garantía sobre los mismos y así una letanía de advertencias y reservas singularmente tupida. La reforma financiera y fiscal de la UE apenas ha empezado a andar y necesita tiempo, una eternidad colmatada de informes, pactos y trámites burocráticos, y tiempo es, precisamente, lo que no le sobra a la crisis europea de la deuda pública y privada. A España no le quedan ni diez minutos.
La inyección directa de capital en bancos y cajas españolas –como en el resto de Europa – no podrá ser efectiva, según el Consejo, hasta que no se cree un supervisor bancario único, cuya puesta en marcha no se producirá hasta el primer trimestre de 2013. Mientras tanto el Estado español podrá pedir prestado, pero será el avalista de los créditos, que computarán, con sus respectivos intereses, en su deuda pública. El Consejo ha dejado muy claro, asimismo, que el rescate bancario está ligado férreamente al compromiso de cumplir con los ajustes fiscales por parte española. El Gobierno de Rajoy ya consiguió un año más para limitarse a un 3% del déficit fiscal y este año el objetivo es el 5,4%: algo que los principales analistas consideran, a finales de este mes de junio, absolutamente inalcanzable, si el Ejecutivo no despliega de inmediato un conjunto de medidas presupuestarias salvajes, sin excluir un nuevo recorte de entre 4.000 y 8.000 millones de euros.
De manera que el rescate al sistema bancario español no está resuelto política ni técnicamente, y los nuevos planteamientos al respeto no aliviarán, sino que estimularán aún más la toma de medidas draconianas que fortalecerán la recesión económica y empeorarán las condiciones empresariales y socioeconómicas del país. Dicho sea para que le sigan llamando a uno, por supuesto, un cenizo irreparable.