I+D+I

Cry macho

Ya hacía falta. Estos tres años y medio de legislatura hemos descubierto carencias que padecíamos sin siquiera sospecharlo. La principal, tal vez, la de un líder macho. Feminista, por supuesto, pero muy macho. Un líder capaz de decirnos que basta ya de lloriqueos pusilánimes y de berrinches quejumbrosos. Basta ya de interminables llantos y de pedigüeñismo existencial, mariquitas. Ángel Víctor Torres se ha cansado de ser simplemente el presidente del Gobierno de una comunidad de nenazas y es ahora nuestro sargento de hierro. Ya nos imagino en fila mientras nos escruta de arriba abajo: “Referosky, Zecillo, Estatutón, me muero de ganas de meterme en la cama con ustedes”. Y la promesa: queramos o no nos transformará en ciudadanos respetuosos con el autonomismo psocialista pero, sobre todo, con don Pedro Sánchez y su voluntad de descentralizar el bien y centrifugar el mal. Seremos marines socialdemócratas con la jerarquía bien clara en la cabeza, la aceptación estoica del destino en el corazón, la voluntad de servicio hirviendo en las gónadas.

Yo asumo, porque me lo ordena mi sargento, mi parte quejica. Pero no me quejo por lo de las agencias estatales que nunca vinieron. Yo sollozo por las toletadas de mi suboficial y su estado mayor. Gente que lleva tres años y medio, en efecto, calentado la flor de su secreto, con una perfecta indiferencia hacia la actividad económica y empresarial en las islas. Su obsesión – sin duda parcialmente justificable – se ha centrado en la redistribución a través del Estado de Bienestar y en las ayudas y recursos extraordinarios para combatir los efectos destructivos de la pandemia: un reguero irregular de millones en el tejido empresarial que ha beneficiado relativamente poco a las microempresas canarias, las más numerosas y golpeadas. Próximamente este círculo dadivoso se cerrará con la aprobación de la ley que regulará la renta básica canaria. El otro día, cuando se dejó la norma preparada para su aprobación definitiva por el pleno parlamentario, una diputada de Podemos, henchida de gozo proletario, proclamó que este éxito era apenas un primer paso. La buena señora ya estaba pensando en una renta universal. Porque muchísimos de los que gobiernan o sostienen a este gobierno son unos chalados que creen que basta con pegar una patada empática al suelo para que la propia tierra escupa el dinero necesario para cualquier cosa. Viven aquí, son elegidos aquí, cobran y discursean aquí, pero siguen ignorando que Canarias no es un país rico. Ignorantes e irresponsables, mi sargento. Y aunque le moleste: estos machangos, sus bravos machangos, dan ganas de llorar.

Este es asimismo un Gobierno que ha obliterado un rasgo sustancial de la identidad política socialdemócrata: la atención a la educación pública. Conviene no dejarse engañar con la hemorragia verbal dedicada a solemnizar los cientos de profesores contratados. No encuentro a nadie que sepa exactamente cuántos son. A usted mismo, mi sargento, le he escuchado que son 300, que son 350, que son más de 400. Parece que se mueven tanto que resulta difícil contarlos. Claro que para mejorar la educación pública no basta – ni de lejos – con contratar a más profesores. Existen laboratorios, aulas informáticas y canchas deportivas mal dotadas, existen currículos no adaptados, existen alumnos con necesidades especiales desatendidos crónicamente. Existen dos universidades a las que usted, sargento, sigue negando un contrato programa, sigue negando la pasta para que recuperen el músculo financiero perdido hace una década. Unos 57 millones de mierda que usted les niega a través de la cabo furriel que le lleva los asuntos educativos como una cantina, mi sargento. Fíjese: eso representa más del 50% de lo que usted dedica a I+D+i. La comunidad autónoma que dedica menos a investigación y desarrollo en términos absolutos y en relación con su población, sargento Torres. Yo no lloro por las agencias. Solo me pican los ojos (y los oídos) cuando lo escucho, señor, sí señor.  

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Lejos de nosotros mismos

Desde que el pasado año el Gobierno español anunció su voluntad de “descentralizar” instituciones y entes públicos –un total de ocho entidades – todo se me antojó ligeramente caótico. Y en buena parte sigue siéndolo. Esta estrategia respondía, según el Ejecutivo, “a la convicción del gobierno de compartir Estado (sic) y acercar la administración a la ciudanía”. Francamente el funcionamiento operativo y la ubicación de las nuevas y viejas agencias debería tener como criterio central y prioritario maximizar su productividad, eficacia y eficiencia, pero el mantra de la descentralización – en un Estado por lo demás ya semifederalizado – todavía parece una golosina progresista irresistible. Como si instalar una agencia nacional en Soria, en Huelva o en Santa Cruz de Tenerife fuera un triunfo local para cualquiera de dichas ciudades y derramara sobre las mismas leche y miel. Pues no: una entidad nacional se ocupará, obviamente, de todo el territorio nacional y de los intereses de centros y proyectos de todo el país, sin favorecer –salvo por los empleos funcionariales — a la ciudad, la comarca o la provincia que acoja su sede física. Otra cuestión relevante es cómo este proceso de descentralización puede afectar al sistema de I+D+i español, que todavía no se ha recuperado después de las catástrofes presupuestarias de la crisis de 2008.

El Consejo de Ministros ha decidido finalmente que ni la AEE ni la Agencia Española de Supervisión de Inteligencia Artificial –ambas de nueva creación — tendrán su sede en Canarias. Algunos afirman – pobres loquinarios –que las hemos perdido, olvidando ese bello y triste soneto de Borges que proclama que solo se pierde lo que no se ha tenido nunca. La Agencia Espacial se instalará en Sevilla y la Agencia de Inteligencia Artificial en La Coruña. Podrían perfectamente haberse anclado en las islas, sobre todo la primera. Pero este debate, cargado de expectativas interesantes e intereses legítimos, está fundamentalmente errado. Por supuesto que Canarias disponía de elementos positivos en su oferta: el Centro Espacial de Maspalomas, el proyecto Stratoport for Haps en Fuerteventura, el Instituto de Astrofísica de Canarias o el admirable equipo de investigación que el doctor José Francisco López Feliciano dirige en la Universidad de Las Palmas de Gran Canaria. Pero es tan meritorio como insuficiente, sobre todo, cuando ni en las universidades isleñas ni el Gobierno autonómico han realizado un esfuerzo particularmente intenso ni inteligente para conseguir el objetivo. Y, con todo, eso no es lo más decisivo. Lo más decisivo es que los méritos antedichos no son producto de una política científica canaria más o menos sistemática, sino que se han producido a pesar de muestro acendrado miserabilismo científico, investigador y tecnológico.

Canarias es la comunidad autónoma que menos recursos públicos dedica a la investigación, el desarrollo y la innovación. Si España dedica en sus presupuestos un 65% de la media europea en I+D+i Canarias dedica menos de la mitad de la media española: fueron unos miserables 105 millones de euros en 2021. En 2019 se dedicaron 26 céntimos per cápita a la investigación y el desarrollo y en 2002 serán 32 céntimos per cápita. Ambas Universidades canarios – y obviamente sus respectivos centros de investigación – padecen una infradotación presupuestara inconcebible en cualquier país civilizado y que quiera homologarse con una universidad superior pública de calidad.  En esta situación, ¿cómo imaginar un tejido empresarial denso y creativo relacionado con la industria aeroespacial, la inteligencia artificial o la nanotecnología? ¿Una investigación básica y aplicada en expansión como centro de un sistema público/privado de I+D+i capaz de captar talento y diversificar nuestra actividad económica? ¿Sevilla? Sevilla está bien donde está. Los que estamos lejos somos nosotros. Lejos  de nosotros mismos.

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Hawking en el páramo

Cualquier cosa que no sea felicitar a los responsables del Festival  Starmus –empezando por su fundador y director, el astrofísico Garik Isralian — por conseguir en su segunda edición la presencia activa de Stephen Hawking se me antoja una mezquindad. El doctor Hawking es un físico teórico excepcional y su popularidad lo ha convertido en un reclamo icónico mundial. Cuando has aparecido en Los Simpson – y en varios capítulos — ya puedes considerar que has entrado en la eternidad. Pero si además ha salido en Futurama y en The Big Bang Theory formas parte indisoluble de la cultura popular del siglo XXI. Sin embargo, esa regocijante realidad debe servir de advertencia. Como fetiche mediático la rentabilidad del señor Hawking es considerable, pero no excepcional. Hawking – como solía hacer ese Dios que no existe y nunca ha existido – está en todas partes desde hace mucho tiempo.
Otra cosa bien distinta es la cantidad de carrete fotográfico que los responsables políticos han quemado fotografiándose con Hawking hasta la naúsea. No me parece exagerado sospechar que si hubieran podido sentarse en la silla del científico lo hubieran hecho. “Échate a un lado y hazme sitio, Jauquin, que te voy a llevar a ver lo bonita que son Las Cañadas”. Incluso me extraña que no lo hayan llevado a comer costillas con piñas a Casa de El Nervioso o que no le hayan preguntado por la actuación de Los Bombones en los últimos carnavales. Los rostros excitados por la satisfacción se condicen mal con el miserable estado de la investigación científica y tecnológica de Canarias, que como comunidad autonómica está a la cola del Estado español en inversión en I-D. Los recortes presupuestarios han significado la desaparición de casi 750 puestos de trabajo para científicos y tecnólogos solo entre 2008 y 2012. Desde 2009 Canarias ha disminuido más de un 50% las partidas dedicadas a proyectos y programas de investigación y desarrollo, por lo que presenta tasas negativas de crecimiento, solo por detrás de La Rioja. En el año 2012 destinamos apenas un 0,51% del PIB regional a I+D y en 2013 superamos la catástrofe descendiendo hasta el 0,48%. Las universidades se han visto obligadas a reducir en más de un 60% sus fondos para investigación en los últimos tres años y tanto en ITER como el Instituto de Astrofísica de Canarias han visto esquilmadas  (y progresivamente envejecidas) sus plantillas. Por decirlo brevemente: después de unos años de frágil esperanza en articular un sistema integral de  investigación científica y tecnológica en las islas la crisis económica y las podas presupuestarias han acabado con cualquier resquicio de racionalidad inversora.  Este país se aleja a toda velocidad de una economía basada en el conocimiento y la innovación. única vía pragmática para un crecimiento inteligente, sostenible e integrador. Lo pagaremos amargamente a medio plazo.   Y la sombra momentánea del admirable doctor Hawking no conseguirá aliviar la grave responsabilidad en este desastre de la élite política canaria.   Rodeado de sonrisas mostrencas y de fotógrafos incansables, Hawking ha visitado en las últimas semanas un lugar sometido a una desertización científica fulminante donde siempre se confunde con entusiasmo la anécdota y la categoría.

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CSIC

Este país ya es un carrusel de naufragios. Ahí tiene usted al oficial de cubierta, que no distribuye a la gente en los botes salvavidas, sino que les entrega la boleta del naufragio correspondiente. Muchos ciudadanos son afortunados y participan, a la vez, en cuatro o cinco naufragios intachables: se quedan desempleados, no pueden pagar la universidad a sus hijos y el semicolapso de los servicios sanitarios –apenas una imagen amable de lo que se avecina – contribuye a que la grave enfermedad de su esposa se transforme en una amenaza brutal contra su vida. Tratándose de España – no se diga de Canarias – deambulando entre la proa y la popa, con los ojos estupefactos y la boca abierta, a la investigación científica y tecnológica no se la invita a un naufragio: se le empuja directamente por la tabla de los piratas para que se hunda en lo más profundo. La crítica situación financiera del Centro Superior de Investigaciones Científicas demuestra, por enésima vez, que la investigación científica es tratada en este país como un lujo prescindible.
En el año 2008 – y pese a los tímidos esfuerzos inversores del Estado en años anteriores – España gastaba en I+D+I aproximadamente el 60% de la media europea; Canarias, como comunidad autonómica, menos que la mitad que el Estado español en relación con su PIB. Pese a eso, y gracias a programas científicos europeos y a la inversión de grandes empresas extranjeras, algunos centros de investigación españoles habían prosperado notablemente. Tampoco conviene engañarse: precisamente ese año, y teniendo en cuenta la evolución de la inversión en ciencia desde la década de los ochenta, un estudio de  Víctor Pérez Díaz y Juan Carlos Rodríguez      apuntaba que España no alcanzaría al Reino Unido hasta 2035 y a Francia hasta 2050. En todo caso se trata de un pasado tan próximo como irrecuperable: el CSIC ha visto en los últimos tres años perder 500 millones de euros de la financiación pública. Ahora amenaza cierre: necesita imperiosamente 100 millones de euros para mantener sus centros abiertos, y el Gobierno de Mariano Rajoy solo se ha comprometido entregarle 75 a lo largo del año. Es una auténtica chifladura — un suicidio demencial — jugar así con el desarrollo científico y tecnológico de un país, con la capacidad de innovación y transformación que garantiza, precisamente, su competitividad internacional, su diversificación y solidez económicas, su bienestar y cohesión social. Les da exactamente igual. España ha sido el único país relevante de la UE que ha recortado estúpidamente fondos de inversión en I+D+I en los últimos tres años. En eso si innovan sus élites políticas y empresariales. Que inventen ellos. Un siglo más tarde. Aunque la prosa de Montoro, Soria y Wert es peor que la de Unamuno.

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