Hace poco más de un año, a finales de junio de 2012, José Miguel Pérez fue reelegido secretario general del PSC-PSOE con un exigüo 53,9% de votos favorables. Llevaba por entonces casi dos años en el cargo, después de que, en un congreso extraordinario, obligado por la dimisión de Juan Fernando López Aguilar, disputara la Secretaría General, sin demasiado lucimiento, con el dirigente palmero Manuel Marcos Pérez. Ganó entonces con el 54,28%. Resulta muy llamativo que un secretario general que, hace un año y pico, podría ofrecer a sus compañeros el éxito de entrar por primera vez en el Gobierno autónomo desde 1993 – con él mismo como vicepresidente y consejero de Educación – obtenga todavía menos apoyos que antes. Pero eso forma parte de la paradoja, no de una explicación de la misma. Pérez es un secretario general demediado porque parte de su partido no quería entrar en el Gobierno con CC pero, sobre todo, porque se ha negado, simplemente, a actuar como secretario general, a impulsar cambios programáticos y organizativos, a dinamizar un partido que en ciertas islas y municipios apenas merece ya ese nombre, a superar heridas internas, a mantener una actitud dialogante y a construir o renovar consensos. José Miguel Pérez se ha presentado dos veces a la secretaria general del PSC-PSOE como quien se presenta a unas oposiciones: una vez superadas, entiende el asunto por concluido. Representa la mayor cuota de irresponsabilidad política que jamás haya anidado en la cúpula dirigente del socialismo canario.
Es la suya la peor actitud en el peor momento político del PSC-PSOE. La circunstancia de encontrarse en el Ejecutivo regional, con medio centenar de dirigentes y cuadros aposentados en sus respectivas áreas gubernamentales, no debería ser motivo de distracción, aunque el vicepresidente Pérez se empeña en presentarlo así. El PSC-PSOE ha encogido tanto, ha retrocedido de tal forma en el espacio político, social y electoral de Canarias, que la continuidad en el Gobierno de Paulino Rivero parece la última trinchera. Por eso mismo es muy improbable que el pacto entre CC y los socialistas se fracture en la Comunidad autonómica, ocurra lo que ocurra en el Cabildo de La Palma, por ejemplo. Los socialistas no tienen donde ir. Serían tan inconvincentes en la oposición como lo son en el Gobierno. Y su situación político-electoral no ha dejado de empeorar, porque los buenos resultados autonómicos de 2007 se han revelado como lo que fueron: un espejismo muy probablemente irrepetible y con una escasísima, si no nula relación con la fortaleza interna y la proyección social del partido. En los comicios de 2007 el PSC obtuvo 322.833 votos, el 34,51%; solo cuatro años después, en 2011, cayó hasta los 190.310 votos, perdiendo casi catorce puntos porcentuales. Lo que demuestra la evolución de sus resultados tanto en las autonómicas como, sobre todo, en las locales, es una ininterrumpida pérdida de apoyos, con la excepción de la sorpresa de la candidatura de Jerónimo Saavedra en Las Palmas de Gran Canaria en 2007. En las autonómicas de 2011 el PSC apenas consiguió el 21% de los votos emitidos en Las Palmas y el 20,24% de los emitidos en Santa Cruz de Tenerife, con caídas aun mayores en los otros dos grandes municipios isleños, La Laguna y Telde. Con un apoyo tan limitado – y que puede bajar aun más – en los municipios más poblados de Canarias es disparatado siquiera imaginar una recuperación del voto socialista. Como fuerza política el PSC ha desaparecido prácticamente en Las Palmas y en Telde mientras que en Santa Cruz y La Laguna se ha diluido en sendos pactos con Coalición Canaria. La actividad política y ciudadana del partido en los cuatro municipios es poco más o menos insignificante y las feroces divisiones internas han dejado exhaustas a las respectivas agrupaciones locales.
Tradicionalmente la fortaleza político-electoral del PSC-PSOE a respondido a dos variables. La primera su antaño sólida implantación municipal; de ese pasado, que se utilizó para proclamar en los años ochenta que el PSC era el único partido capaz de vertebrar Canarias, cual solo quedan restos en Tenerife y La Gomera. Y la segunda, como ocurría en otras comunidades autonómicas, en la capacidad de arrastre de los resultados de las elecciones generales. Si el PSOE iba bien en España, no podía ir mal en Canarias. Pues bien, este segundo motor está seriamente averiado en la actualidad. Y no se puede hablar en puridad de un accidente coyuntural. El PSOE se ha despeñado en una situación crítica. Como señalan Andrés Ortega y Ángel Pascual Ramsay (autores del libro ¿Qué nos ha pasado?, Galaxia Gutenberg, 2012), “bajo el descenso en el apoyo socioelectoral al PSOE hay procesos sociales y políticos que van más allá del descontento con los últimos gobiernos de Rodríguez Zapatero”. Basta, de nuevo, con acudir a los datos. Desde mediados de los noventa el PSOE ha perdido sustancialmente apoyos en las grandes ciudades, en las clases medias y medias bajas y en los jóvenes de menos de 25 años. Antes de la crisis económica estallara con todo su terrible esplendor el mismo Rodríguez Zapatero fue incapaz de alcanzar la mayoría absoluta y debió buena parte de su éxito gracias a un comportamiento excepcional de los votantes catalanes. En definitiva, y en los últimos quince años, el PSOE ha registrado un proceso de centrifugación de su base electoral que amenaza muy seriamente con evaporar su condición de alternativa política “insoslayable”. El PSOE puede perder su capacidad para impulsar mayorías parlamentarias de centro-izquierda. Sus errores en el diagnóstico de la recesión económica, su respuesta neoliberal a la misma en su último año y medio de gobierno y la consiguiente desidentificación ideológica, los casos de corrupción, el anquilosamiento del discurso socialdemócrata aquí y en toda Europa, las resistencias suicidas a la renovación del partido desde el rubalcanismo contribuyen a un descrédito extraordinariamente difícil de superar.
Todo esto parece dejar impávido a José Miguel Pérez y a la vieja oligarquía que sigue controlando el PSC-PSOE con el único objetivo de su autorreproducción ilimitada. El secretario general ha servido como un rostro relativamente nuevo para que los juliocruces pudieran seguir manejando el negocio, y el negocio consiste en mantenerse en la poltrona ad aeternum negociando listas y apaños con los aparatos insulares de la organización. Pérez no se ha encaramado en la Secretaria General y en el Gobierno autonómico por ambición política. La ambición política le llevaría a detectar que su partido muestra todos los síntomas de un rigor mortis espeluznante y a actuar en consecuencia, y no a emplear su liderazgo protésico como almohada. No, es mucho peor. Porque José Miguel Pérez no está ahí por ambición, sino por vanidad.