“El alcalde de La Laguna afirma que las ruinas de la Mesa Mota están a la espera del Estado”.
Por supuesto el subtexto de la frase del alcalde es yo no tengo nada que ver en eso. Para escapar opta por una prosa poética cargada de un sutil bucolismo. Ahí están las ruinas, como en cualquier fábula romántica, esperando sin esperanza a que el Estado, como el príncipe Feliz, las despierte depositando un casto ósculo sobre un pedrusco cubierto de musgo. Sinceramente es asombroso que el joven alcalde haya aprendido en tres años y medio a lidiar con abstracciones como el Estado. Un acelerón: de la bachata a Carl Schmitt. Incluso que maneje esa pequeña astucia de eludir hablar del Gobierno español aludiendo la estructura de la organización política del país. “Las ruinas de la Mesa Mota están a la espera de la monarquía parlamentaria”. No, no queda igual, desde luego. El PSOE gobierna en La Laguna, en el Cabildo de Tenerife, en Canarias y en España, pero si hay algún responsable de esas ruinas penosas, pibas y pibes, es el Estado, jodido y triste gandul. El municipio lagunero no ha mejorado sustancialmente, pero Luis Yeray Gutiérrez sí. Hace cuatro años, cuando oía hablar de Estado, siempre creía que se referían a una mujer embarazada.
“Es sorprendente que los médicos se pongan en huelga en campaña electoral”.
El sorprendido es el jefe del Ejecutivo canario, Ángel Víctor Torres, cuya capacidad de sublime estupefacción para lo que todo lo que ocurre fuera del Gobierno autonómico y del PSOE ha devenido prácticamente ilimitada. Al presidente Torres le sorprende que la oposición fiscalice al Gobierno, le sorprende que CC y el Partido Popular quieran ganar las elecciones, le sorprende que le pregunten dentro o fuera del Parlamento por los cuatro millones de euros que le levantaron delante de sus narices en plena crisis pandémica, le sorprende que La Palma no lo haya declarado todavía marquesote adoptivo, le sorprende el testarudo empeño de tomarse las kilométricas listas de espera para operaciones quirúrgicas y pruebas diagnósticas como señales de un empeoramiento espeluznante de la sanidad pública, le sorprende quizás la luz de la mañana y la oscuridad de la noche, el orden alfabético, la perfecta ingeniería de las hormigas, el sentido de la vida de los trilobites, el sonido agónico de un acordeón al atardecer en Famara. Ángel Víctor Torres es un hombre construido por sorpresas como a otros le construyen las experiencias vitales o la cerveza negra. ¿Alguna vez un presidente canario – o de cualquier lugar de la biosfera — debió soportar una huelga en campaña electoral? No. Uno como él no. Volveremos al ritornello. El presidente que tuvo que enfrentarse a la quiebra de Thomas Cook, a una pandemia ruinosa, a una erupción volcánica, a una guerra en Crimea o a Casimiro Curbelo también deberá exponer su alma y su cuerpo a una huelga de médicos que, lamentablemente, no controlan ni UGT ni Comisiones Obreras. Pero vencerá. El presidente Torres siempre gana. Incluso cuando pierde. Sobre todo cuando pierde. Es tan buena gente.
“Esta es una lista de lujo para Tenerife”.
Ana Oramas calificó así la lista de CC que ella encabeza por la circunscripción de Tenerife. Y sin ser Ángel Víctor Torres uno se queda asombrado. Porque lo que se presentan son individuos que en este caso suman un siglo en política, que aspiran no a decorar esquinas, sino a ser servidores públicos, por lo que serán muy bien remunerados. Se trata de elegir a ciudadanos competentes, honestos, trabajadores. No a un Ferrari. El orgullo debería ser Canarias y representar a su ciudadanía sintiéndose concernidos por un contrato llamado programa. Un orgullo que todos los candidatos del próximo mayo tendrían que ganarse a pulso. Políticamente la gente está harta de lujos.