Mariano Rajoy

Hundimiento sin naufragio

Un buen resumen de la apología sofística a favor del PP en el caso Bárcenas – el que parece más objetivo y todo – es aquel que señala que se trata de un delincuente que está arrojando tinta de calamar y, ¿por qué hay que creer a un tipo entalegado por lo que el juez cree indicios fiables de evasión fiscal? Para los que sustentan este punto de vista, la documentación aportada por Bárcenas no demuestra absolutamente nada. Igual se la inventó hace tres días o tres meses. Tristemente este argumento es aun más débil de lo que parece. La porfiada actitud de los dirigentes del Partido Popular en este asunto durante el último medio año relativiza mucho – como mínimo – el argumento de un Bárcenas criminal y sansonístico que quiere hundirse arrastrando a todo el Gobierno consigo. Los dirigentes del PP han mentido sobre la relación contractual y económica de Bárcenas con su organización, se han negado a facilitar públicamente las cuentas del partido y las declaraciones de hacienda de sus equipos de dirección, han rechazado una auditoría externa, han reconocido a veces crasos sobresueldos y se han negado a cualquier investigación parlamentaria al efecto. Por último, el mayor mentís de esa imagen caricaturesca del extesorero – un vengativo defraudador al que le importa un pimiento dinamitar un Gobierno y cubrir de vileza a la cúpula del que fue su partido durante veinte y cinco años — está en el pútrido, indignante, acobardado, burlesco silencio de Mariano Rajoy, que no se ha atrevido ni a decir su nombre ni se ha sometido a las preguntas de los periodistas ni ha brindado una explicación que no sea un pequeño vómito pueril en las Cortes, eructado entre tartamudeos y jeitos.
El tesorero durante veinte años de un partido de decenas de miles de militantes afirma que organizó y gestionó, al alimón con su antecesor, un sistema de financiación basado en las mordidas, los chantajes, las comisiones y el reparto de los fondos entre cargos institucionales y orgánicos. La respuesta de Rajoy es, de nuevo, el silencio más insultante, la de sus ministros, echarse a correr cuando detectan a un periodista. Todo el partido calla, cuando son los militantes del PP – y sus muchos dirigentes ajenos a cualquier sospecha de inmundo saqueo– los primeros que deberían pedir explicaciones detalladas y la asunción de responsabilidades políticas. En Canarias el silencio es igualmente atronador – un síntoma más de una degradación política patológica – y nadie pregunta, siquiera por curiosidad mostrenca, por esa anotación en la contabilidad B del PP publicada ahora por El Mundo:  Deuda. Tenerife Telemarketing. Septiembre 2001. 4.600.00 pesetas. ¿Algo que decir, señor Soria? ¿Algo que aportar, señor Guigou?

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Campaña

El Gobierno central ha iniciado una campaña en toda regla para convencer a los millones de dsempleados, a los miles de empresarios arruinados, a los estudiantes universitarios expulsados de sus centros por no poder abonar las tasas, a los exbecarios, a los científicos y tecnólogos que han visto yugulados sus programas de investigación, a las mesnadas empobrecidas que se han quedado sin cobertura sanitaria pública y a los que han debido emigrar  (entre otros colectivos bienaventurados) que las cosas empiezan a marchar mejor. No se trata, al estilo canario, de que el presidente detecte en la lontananza una recuperación económica en toda regla, aunque obviamente incluye expresiones marianas, como ese impagable “este año es mejor que el anterior y peor que el próximo” de un supuesto pánfilo que en realidad es un mediocre falsario que supura cinismo. La campaña incluye a ministros, dirigentes, directores generales, medios de comunicación afines o resignados e incluso al Fondo de Reestructuración Ordenada Bancaria (FROB) que está dejándose sus buenos cuartos en anuncios en prensa para proclamar que ha terminado la sequía crediticia, exactamente como si el FROB concediera préstamos a particulares o empresas. Si uno se toma la suficiente distancia no observa una campaña política, sino un auténtico delirio, pero estremece la espina dorsal recordar que estos tipejos saben lo que hacen y lo que hacen lo hacen bien: mentir impúdica y vomitivamente a un país destrozado. Ya le mentira no es una excepción frecuente: cada palabra del relato gubernamental de la crisis chorrea mendacidad, cada metáfora es una patraña, cada argumento una legañosa engañifa. Ya no existe tensión alguna entre la mentira y la realidad que pretende soslayar, negar, refutar. Una realidad tan pavorosa no se puede ocultar. Por lo tanto hay que destruirla. Y muchos ciudadanos abdican de su condición porque necesitan un consuelo. Por cada ciudadano legítimamente indignado hay varios que agradecen el beleño sobre su cerebelo con una tímida, desconfiada sonrisa. En condiciones normales este presidente – este Gobierno – debería haber dimitido hace tiempo. No solo por incapaz y mentiroso, sino porque los dirigentes del partido que lo sustentan – así lo atestiguan varias investigaciones judiciales en curso – se han repartido sobresueldos y aguinaldos gestionando como un cortijo algo que no les pertenecía ni pertenece: el PP. Si a eso redujeron su partido, es obvio el respeto que le merecerá su propio país.

 

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Entrevista a don José María Aznar

El ex-presidente don José María Aznar nos recibe en su gimnasio privado, en su domicilio madrileño, precisamente en el momento de terminar las 5.000 flexiones diarioas con las que esculpe el paquete de músculos abdominales que es la envidia de sus compañeros de News Corporation y, simultánea y paradójicamente, de la izquierda española. Al menos esa es la convicción íntima del presidente de honor del PP.

–No lo toleran. No soportan que un líder de la derecha española tenga unos abdominales de acero. Yo modernicé a la derecha en España. Antes estábamos contra el aborto, rechazábamos la separación de la Iglesia y el Estado y cargábamos con barrigas grasientas. Ahora, en cambio, no tenemos barriga.
–Su entrevista en Antena 3 ha supuesto un pequeño terremoto político en el seno del PP…
–Perdone usted, pero no puedo estar de acuerdo…
— ¿No?
— No. ¿Cómo que pequeño? Pretendí simplemente, frente a un grupo de periodistas prestigiosos y plurales, exponer mis ideas sobre la actual situación política y económica de mi patria…
–Es que, precisamente, algunas de sus afirmaciones no son muy comprensibles…
–No se preocupe. Le entiendo. La izquierda suele verse incapacitada para la comprensión por la carga ideológica que le caracteriza…
–¿Y la derecha?
–La derecha ve las cosas tal como son. Esto es una pesa. Yo soy un personaje histórico. Usted no tiene puñetera idea de nada.
–Es que, si usted me permite, resulta curiosos sus reproches implícitos a Mariano Rajoy, porque…
–Si son implícitos es porque me ata la responsabilidad institucional de mi condición de expresidente. Una lástima que no puede hablar de esa nenaza como se merece.
–Pero, disculpe, fue usted quien lo designó como su sucesor al frente del PP y, por tanto, como candidato presidencial. Por tanto tiene usted una responsabilidad directa en…
— Yo no reniego jamás de mis responsabilidades, téngalo por seguro. Jamás. Ni con mi partido, ni con mi país, ni con mi conciencia, ni con la conciencia de mis abdominales. Se empeña en hablar usted de Rajoy. Hablemos. Yo no quería designar a Rajoy. Lo hice porque no tuve otro remedio.
— Caramba. ¿Y por qué no tuvo otro remedio?
— Porque mi hijo mayor no había terminado sus estudios. Llega a tener su licenciatura en Derecho y sus oposiciones hechas y estaríamos hablando ahora mismo de otra España.
— Estooo…Pero podía haber designado a Rato…
— Sabía más de economía que yo y ligaba mucho…
— O a Acebes…
— Si a mí me llaman soso no se imagina usted cómo es Acebes. Le pones un yogur delante y se caduca instantáneamente.
— O a Mayor Oreja…
— No está mal, pero a veces me parecía demasiado de derechas…No, lo menos malo era Mariano. ¿Usted ha visto Yo Claudio? A mi fue una serie que me impactó mucho. Mariano era perfecto en ese papel. Pero se ha olvidado de todo. Se ha olvidado a dónde va, pero sobre todo de dónde viene…
— Después está su crítica a la situación económica…
— La culpa es de Rodríguez Zapatero…
— ¿Pero usted ve grandes diferencias entre la estrategia de su política económica y la de los gobiernos de Rodríguez Zapatero?
— Esa pregunta es torticera. Esa pregunta es un poco ETA.
–Hombre, que no…
–¿Le recuerdo lo que era España en 1996? Un país desvastado, arruinado, pisoteado, ninguneado, quebrado, a punto de disolverse por los nacionalismos insolidarios…
–Pues usted pactó con el PNV y con Coalición Canaria en su primera legislatura…
–¿Y eso qué tiene que ver? El objetivo era conseguir mayoría absoluta en la segunda ocasión y lo conseguimos. Y bajando los impuestos…
–Rodríguez Zapatero también los bajó.
–Razón de más para votar al PP. Quédate con el original y no apuestes por la copia.
— Ha dicho usted que el PSOE está a punto de desaparecer…
— Así es. Se está convirtiendo en un montón de pequeños partidos nacionalistas, lo cual es un problema muy grave…
— ¿Por el riesgo para la cohesión política del país?
— Y porque sin socialistas a ver a quién le echamos la culpa. Yo tuve a Felipe González. Mariano a Rodríguez Zapatero. Pero, ¿y mañana? ¿Quién será el responsable de la quiebra y la ruina de España mañana? ¿Es consciente usted de la dimensión de los problemas a los que debemos de enfrentarnos? Hace faltan nuevos objetivos, un nuevo proyecto, un horizonte histórico…
— Ya. ¿Y por qué cree usted que, ante los errores e inercias de Rajoy, su partido, el PP, no dice nada? ¿Por qué tiene que decirlo usted?
–El PP es un partido muy disciplinado y a veces se interpreta la disciplina con la aquiescencia…
— Lo disciplinó usted. Lo estructuró usted. ¿No cree que pagarles sobresueldos a dirigentes orgánicos del partido es un método para fortalecer precisamente esa gallarda disciplina de la que habla?
— Definitivamente es usted un filoetarra, pero le responderé: no. Es natural que la izquierda se escandalice por esas cosas. No las comprende. Sigue instalada en un modelo de partido del siglo XIX. El centralismo democrático, la militancia y todo eso. Huele a viejo. A naftalina. A impotencia y, si me lo permite, a resentimiento, a un profundo resentimiento. Ahora tendrá que disculparme. Tengo que dar una conferencia sobre El futuro de la democracia y la gestión  de Miguel Blesa: interacción y propuestas.
— Suena bien.
— No puede usted entrar. Son 200 euros, IVA aparte.

 

 

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Ocultar (siempre) la verdad

En uno de los momentos culminantes (ejem) de su discurso en el Congreso de los Diputados del pasado martes, el presidente del Gobierno, Mariano Rajoy, afirmó que ya nadie le preguntaba en ningún sitio si España iba a solicitar el rescate de la Unión Europea. Al presidente, en ese estilo inigualable de contertulio de casino batuecasiano, se le antojaba un síntoma de que las cosas marchaban mejor. En realidad, la respuesta a esta observación de Rajoy era muy sencilla: “Nadie te lo pregunta porque el rescate ya lo pediste, atontao”.  En efecto, un rescate como el de Grecia ha resultado siempre impensable, dado el tamaño de la economía española, y se optó, parece mentira que haya que recordarlo apenas unos meses más tarde, por solicitar un crédito financiero extraordinario – un rescate limitado al supuesto saneamiento de la banca española – que podría elevarse hasta casi 100.000 millones de euros y que estaba sometido, a través de un minucioso memorandum, a unas condiciones técnicamente ventajosas pero políticamente determinantes. Desde ese preciso momento se cerró el círculo y toda la estrategia de la política económica y fiscal española se desarrolla, de facto, en coordinación con las instituciones comunitarias, y ya está. Es un dineral, por supuesto, que hay que devolver, y que devolveremos todos vía impuestos y a través de un poquito más de desgradación y colapso de los sistemas de protección social y asistencial.
Rajoy se mostró también muy orgulloso del llamado saneamiento de las cuentas públicas, es decir, de la evolución del déficit presupuestario, en el que, en realidad, basa casi todos sus esfuerzos en materia económico-fiscal. Es extraño. Según la Intervención General de la Administración del Estado (IGAE), en el año 2012 las administraciones públicas gastaron casi medio billón  de euros, un 47,60% del PIB. Y eso supone, tanto en términos absolutos como en porcentaje del Producto Interior Bruto, un récord de gasto público desde que existen estadísticas oficiales fiables. En cambio, en números redondos, solo ingresaron 382.000 millones de euros. Pese a los patéticos cacareos del señor Rajoy y su equipo, el déficit alcanzó casi el 7%, y eso que no se contabilizó el crédito extraordinario, lo que no significa que no se tenga que pagar, aunque nadie parece reparar en que los afortunados que tengan trabajo currarán, en parte, para apuntalar la devolución de un crédito utilizado para mantener a antiguas cajas de ahorro en un estupendo estado de zombificación: despidiendo a empleados y si conceder un maldito crédito a familias y pequeñas empresas. La cuestión es por qué no se reduce el déficit y las administraciones públicas siguen gastando que es un primor. Con todo atrevimiento, no creo que sea tan difícil entenderlo. Los que, a partir de esta bviedad, chillan furibundamente exigiendo más y más recortes “reales” –algunos amigos liberales quisieran recortar hasta las gónadas a toda la clase política sin excepción–  en mi opinión, no entienden gran cosa.
A mi juicio hay una evidencia elemental que casi nadie quiere admitir en los dos grandes partidos españoles: recortar a ese ritmo implica, inevitablemente, la destrucción del llamado Estado de Bienestar. Sin mayores novelerías. Es una mentira miserable y ruin negar sistemáticamente lo contrario; afirmar que se trata de “hacerlo mejor con menos recursos” o apelar a sandeces como “la excelencia en la gestión”. Sin duda la excelencia en la gestión, la maximización de los recursos, la racionalización del gasto, son objetivos loables por sí mismos, pero no suficientes para bajar del 3% del déficit público en tres o cuatro años (recortar, en resumen, más del doble de lo que se ha hecho hasta ahora). Y lo son, especialmente, si los poderes públicos se niegan en redondo a emprender auténticas reformas estructurales, desde la desaparición de las diputaciones provinciales hasta acabar con monopolios y cotos cerrados empresariales. En este último año y medio, el Gobierno del PP ha metido un machete implacable en la inversión pública, en la sanidad y en la educación, en I+D+I y en dependencia, pero en el gasto en otras partidas, muy poquito. Lo hace, obviamente, porque allí están las mayores partidas de gasto, junto a tres epígrafes que, con toda seguridad, se verán afectados antes de fin de año: pensiones, prestaciones por desempleo y servicio de la deuda. Recortar aun más supondrá, necesariamente, seguir adelgazando en los mismos capítulos, con lo que el núcleo mismo del Estado de Bienestar será sometido a una voladura controlada, pero rápida. La dirección política apunta a una creciente deslegitimación del sistema político y desafección al proyecto europeo.
En una economía sumergida en la depresión – en una recesión que se prolongará durante años y con un horizonte de recuperación del PIb muy débil hasta la tercera década del siglo – expoliar fiscalmente a ciudadanos y empresas no suele ser un buen negocio. En realidad es contraproducente. Y eso es, exactamente, lo que está haciendo el Gobierno. Por supuesto, prescindiendo de cualquier reforma fiscal que no castigue a familias y pymes y sin emprender una lucha eficaz contra el fraude de sectores profesionales privilegiados y grandes empresas. Las previsiones de ingresos se derrumban y el Estado debe acudir al rescate de comunidades autonómicas en bancarrota o con gravísimos problemas de liquidez mientras se sigue endeudando para mantener su funcionamiento. Ahora se hace con la lúgubre tranquilidad de una prima de riesgo más baja, cuyo decrecimiento, por cierto, muy poco o nada tiene que ver con la política económica y tributaria que se ejecuta en España, sino con un reordenamiento del mercado internacional de la deuda pública bajo el impulso del programa de expansión monetaria lanzado por el Gobierno japonés.
La puñetera realidad es que nos encontramos en un callejón sin salida. La crisis económica propia –asociada a la burbuja inmobiliaria y a una enloquecida efervescencia del crédito —  la depresión económica europea, los errores de diseño de las instituciones y mecanismos comunitarios, y la formidable fuerza de los intereses de un capitalismo globalizado frente a la debilidad de las instancias políticas nos han abocado a una situación que exige acabar con los progresos sociales y asistenciales del último medio siglo, resignarse a una democracia homeopática, pauperizar las clases medias y soportar un nuevo lumpenproletariado en condiciones de exclusión social permanente. O eso es lo que pretenden gobiernos como los del señor Rajoy, la señora Merkel o el señor Passos Coehlo.

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I Año Triunfal

Encontramos al presidente  Mariano Rajoy realizando su habitual y gimnástico paseo de 45 minutos diarios por los jardines de La Moncloa, con unos cascabeles sujetos a los tobillos y dos guardias de las SS que lucían un escote corazón trotando tras él. Finalmnte el presidente tomó asiento a espaldas de un seto y respondió a todas las preguntas con una amplia sonrisa.

–Buenos días, señor presidente. Le agradecemos la concesión de esta entrevista.

–Hombre de Dios, si yo estoy encantado. Lo que más me gusta del mundo es hablar con la buena gente de España. ¿Usted es buena gente de España, no?

— No lo sé. ¿Cómo es la buena gente de España?

–Es la gente con sentido común que quiere progresar y mantener la familia unida, la gente orgullosa de pertenecer a esta gran y milenaria nación, aunque esté cansada de que siempre gane el Barça y, sobre todo, la gente que sabe que todo esto es culpa de Zapatero…

–Bueno, llevan ustedes ya un año en el Gobierno…

–Pero usted no sabe como encontré esto. Es que daba pavor, hombre. Que mandaba a pedir un café en La Moncloa y no había porque el del colmado de al lado no nos fiaba.

–Usted afirmó que no se escudaría en el argumento de la herencia recibida…

–Y no me he escudado, porque no nos han dejado ninguna herencia, sino deudas por todas partes…

— Pero con usted ha subido el desempleo…

— Ya veo por donde va usted. No entiende que hay que darle tiempo a las reformas para que funcionen. Además, esos empleos eran ficticios…

–¿Cómo qué ficticios?

–Verá usted, y se lo digo porque me gustan las cosas claras, eran ficticios porque no se podían mantener. Y lo que no es razonable es tener una economía ficticia, totalmente ficticia, donde la gente tenía empleos ficticios y pagaba ficticiamente la hipoteca y el colegio de los niños, que, por tanto, estaban siendo ficticiamente educados… Es la hora de la realidad y no de las carísimas ficciones socialistas…

— ¿Cómo la sanidad pública?

–Estamos embarcados en una cruzada para salvar la sanidad pública. Salvarla, sobre todo, de sus usuarios. La iban a quebrar.

–¿Su Gobierno pedirá el rescate a la Unión Europea?

–Tengo que ser claro: se pedirá el rescate cuando se decida, si finalmente ocurre así, y ni antes, ni después. ¿Alguna otra pregunta o me puedo fumar un puro?

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